José Agustín Ortiz Pinchetti
La crisis política de 1988-1989 tiene ciertas similitudes con la actual. El grupo en el poder confía en que hoy, como ayer, la gente se olvidará de la resistencia, los políticos darán la espalda al movimiento de oposición, y el PRI, el PAN y los grupos opresores se dividirán el pastel de la política y el dinero.
Creo que se equivocan. En 1988, la ola de protestas duró poco. Nuestra sociedad estaba iniciando la politización. No estaba acostumbrada a comicios competidos. Los soportes del sistema, la presidencia imperial, el partido eterno y el control de la ciudad de México, funcionaban todavía. Hoy la Presidencia está desprestigiada, el PAN no puede ser un partido hegemónico y la ciudad de México está en manos de la oposición.
No puede negarse la habilidad y precisión con que Salinas se legitimó, dando golpes brillantes. Calderón intenta imitar las propuestas de AMLO en ejercicios ineficaces. Golpear a la familia Fox o a los grandes líderes sindicales sería autodestructivo. No podrá hacer una reforma fiscal progresiva y cada vez serán más fuertes las presiones para permitir negocios monumentales y transferencias de los pocos activos que le quedan a la nación a los grupos de interés.
Los enemigos de AMLO creen que él es el principal peligro para sus intereses y lo acosan, niegan y aíslan con obsesión; no se dan cuenta de que el verdadero riesgo está en la forma nueva en que los mexicanos vemos el poder y nos relacionamos con él. Hoy la desigualdad y el deterioro económico crecen a la par de la inconformidad. Cada vez es más difícil ocultar que estamos estancados desde hace 24 años, y que cada vez es más inequitativa la distribución del producto. La clase media se ha reducido. Los niveles de vida de la población nutrición, salud, educación han descendido en lugar de mejorar, en el término completo de una generación ante una realidad atroz, la reducción de las estadísticas de la miseria no convence. Las grandes expectativas populares que despertaban los cambios de régimen no se producirán. La presión moral y política de las masas tenderá a aumentar, no a disminuir. Calderón prometió ser el "presidente del empleo". Hoy ya se anuncia que en 2007 las tasas de desempleo y remuneraciones serán peores que las de este año.
A la vez, la población ha crecido en consciencia. La rural decrece en comparación con la urbana, mucho más organizada y exigente. Ha aumentado de modo exponencial la circulación de periódicos y revistas. Sus contenidos son cada vez más plurales. En la radio e incluso en la televisión la crítica al gobierno y a la situación del país es cada vez más fuerte. Hay cada vez mayor número de votantes. La población está más secularizada y la religión, como elemento retardatario, tiene influencia decreciente en la política.
El México participante que sabe expresarse, crece, se organiza, inconforma y opone será cada vez mayor. Una política de represión sería una provocación a la población, a los partidos y al Ejército, de pronóstico reservado. 2007 no será como 1989, porque México es hoy un país distinto al que fue entonces.
Y Andrés Manuel López Obrador no es Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.
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