De Michel Balivo
(La religión de los hechos)
Estamos en una encrucijada o transición del calendario. Termina un año y comienza otro. En mi caso particular también cumplo poco más de un año en que publiqué mi primer artículo, “La nueva cruzada posible” en Rebelión el 21-10-2005. www.rebelion.org/noticia.php?id=21658
Por tanto es una buena ocasión para hacer una síntesis de experiencias y artículos.
En aquél primer artículo hablaba de una visión que había tenido luego de leer los acuerdos de la Cumbre Iberoamericana en Salamanca, España. Decía que veía ya ejércitos de médicos y educadores solidarios recorriendo Ibero América.
Todo eso lo percibía como un reflujo americano sobre la colonización Española, y se me ocurría que las venas abiertas de Latinoamérica en este caso podrían ser canales de flujo de medicinas, alfabetización, dignificación de la forma de vida. Reparando, cicatrizando en algún modo la vieja herida, pacificando aquella violencia que sigue latente.
Esto me da pie para insistir en lo erróneas que son nuestras creencias y formas de expresión, cuando hablamos por ejemplo de los miembros, órganos, extremidades, venas y sangre como componentes de un cuerpo. Eso está bien para un pensamiento mecánico que concibe o idea piezas para ensamblarlas en una máquina.
Pero un cuerpo no es un mecano. Un organismo florece desde el óvulo fecundado o seminal en una alquimia, una ciencia y tecnología maravillosa que organiza y sintetiza elementos de su ecosistema en perfecto equilibrio y armonía. Es un diseño tan increíble como la orquídea, reina de las flores. Muchos amigos me han preguntado sobre la relevancia de tal error conceptual.
Tratar al cuerpo como elementos separados de azarosas y lineales interrelaciones en lugar de como estructura inseparable de funciones que operan simultáneamente como un todo, conlleva por ejemplo a una medicina que trata síntomas locales sin comprender que solo son consecuencias superficiales de alteraciones estructurales del cuerpo, de nuestra sicobiología.
Pero una medicina miope y torpe solo es uno de los males menores de esta forma mecánica de concebir y tratar al mundo. Porque nuestro cuerpo solo es una función de un organismo o ecosistema mayor, separado del cual no puede sobrevivir ni puede siquiera comprenderse. Y en este caso la miopía y torpeza se llama “pensamiento liberal”.
Hace alusión a un modo de concebirnos personas o elementos separados e independientes en el que cada cual busca a su modo satisfacer necesidades, conseguir una vida cómoda o inesforzada, una mejor calidad de vida o estatus social diríamos hoy. Sin preocuparse ni enterarse en lo más mínimo de cómo ello afecta a su entorno natural y humano.
Este particular uso que hacemos de la capacidad de autoconcebirnos o libre albedrío como damos habitualmente en llamarlo, convertido en ejercicio de vida generación tras generación, ha configurado, grabado y cargado hábitos, creencias y tropismos que dan por resultado el mundo tal cual hoy nos toca vivirlo.
Para ponerlo en una imagen yo diría que organizamos la sociedad como una azarosa lotería donde solo unos pocos se sacan el premio grande y al resto solo le cabe rezar, soñar, esperar. Me hace acordar de aquellos torneos entre caballeros de la edad media, presididos por el rey y su corte, en los cuales luego de ardua y brutal contienda solo quedaba un ganador al que se le concedían títulos nobiliarios, tierras y servidumbre.
Del mismo modo hemos organizado la sociedad moderna, una encarnizada y despiadada lucha, en que todos competimos contra todos y la única consigna es ganar sin importar cual sea el precio y cuantos o quienes quedemos por el camino
Con la diferencia que antes había y se respetaban por lo general ciertas normas mínimas de juego llamadas nobleza. Hoy la concentración de capital y poder de decisión ha llevado a la humanidad a una condición límite de inminente crisis. Los elevados sistemas de tensión que estas circunstancias generan dan la sensación de que el tiempo se termina.
No hay más tolerancia y todos queremos la satisfacción, felicidad, placer ya. Con lo cual entra en escena la desesperación y la inevitable corrupción. Yo comprendería y aceptaría in extremis una situación así, si me dijeran que queda comida para el 10% de la humanidad y por una semana.
Entonces los que desearan competir para tener la remota posibilidad de comer una semana más estarían en su derecho de gastar su vitalidad y tiempo residual en ello. Pero en las condiciones y poder tecnológico de producción de que disponemos hasta un niño entendería que complementándonos, colaborando organizada y solidariamente todos llegaríamos en un breve plazo a vivir digna y cómodamente.
Ahorrando además el 90% de la energía que dilapidamos compitiendo, destruyendo y matándonos. Hasta un niño comprendería que como los resultados acumulativos lo demuestran a cabalidad, tal concepción y uso de la libertad es de ignorantes aprendices. Basta saber que si hemos llegado a este nivel de economía y cultura ha sido con el aporte de todos los pueblos, razas, géneros, clases, que siguen sosteniendo la estructura social.
Eso sin contar que el delicado e inestable equilibrio del ecosistema ha posibilitado y tolerado esta forma de vida, pese a que hemos discriminado el 90% de la inteligencia y creatividad humana y depredado sin la menor conciencia ni consideración nuestro entorno natural.
Todo en la vida es estructural, y de este modo la religión y la cultura intentan compensar los resultados acumulativos de nuestra práctica socioeconómica. La cultura recuerda y nos explica en analógicas parábolas, leyendas o lógica historia moderna, los acontecimientos significativos de nuestros ancestros que dejaron las huellas que demarcan hoy nuestro camino a futuro.
Las creencias que direccionan nuestras acciones, nuestros hábitos personales y colectivos. Mientras que la re-ligión, como su nombre lo indica, intenta re-unir lo que tal práctica económica ha separado. Es decir los rituales y hábitos que se han vuelto creencias, como los de ser personas independientes y separadas los unos de los otros y de la naturaleza, con los sentimientos y sensaciones de soledad, incomunicación, desorientación que ello conlleva.
Algunas religiones en su momento tuvieron valor catártico, permitiendo descargar situacionalmente esos sistemas de tensión, esas fijaciones sicológicas que se experimentaban como soledad. Las culturas sirvieron a su tiempo de pie para el avance del conocimiento, dando a luz la ciencia y la tecnología que nos permitió mejorar nuestra calidad de vida.
Sin embargo hoy en día tanto las religiones como las culturas se han convertido en un peso muerto que no da respuestas a las necesidades sicobiológicas. Son una especie de programación que opera a nivel de hábitos y creencias reactivas sin pasar por conciencia. En otras palabras se mantienen a nivel de ideales y romanticismos, sentimentalismo, melodrama.
No posibilitan hechos transformadores de la realidad. Si la compasión y la caridad cristianas, no la de dar las sobras sino la de compartir lo que se tiene se cumpliese, ya se habría terminado el mundo de mendigos y serían innecesarios los sermones morales.
Entonces en lugar de esperar y rogar por la venida de un niño para salvarnos de nuestra miseria y cargar con la cruz de nuestras lacras, desearíamos uno que viniese a compartir el amor y la felicidad de la familia humana. Todos seríamos sus reyes magos, Papá Noel o Santa Claus y la llegada de cada niño una Navidad.
Porque no habría nada más grandioso y digno de celebrar que la llegada del misterio humano que viene a enriquecer, a renovar el mundo de las formas, de la carne y la sangre. ¿O no son las generaciones el modo en que la vida se renueva, en que lo nuevo sustituye lo viejo? Estamos por tanto en los tiempos de la religión de los hechos, en que los ideales, romanticismos y sentimentalismos, melodramas, dejen de ser palabras vacías, envases sin contenido para convertirse finalmente en voluntad movilizadora de acciones concretas.
Esta a mi modo de ver es la cualidad esencial de la revolución bolivariana que no se ha notado ni resaltado suficientemente, tal vez por pretender compararla exageradamente con modelos ideales. Las misiones y el Alba bolivarianas han transformados en brevísimo tiempo las relaciones económicas y culturales nacionales e internacionales a fuerza de hechos.
Cansados de palabras y discursos vacíos hemos tomado la iniciativa compartiendo lo que tenemos y podemos humildemente ofrecer y poner al servicio de la integración de los pueblos. No está demás repetir que también es sentido común, sobrevivencia, reciprocidad e inteligencia emocional. Porque de no haberlo hecho el pueblo no hubiese estado interesado en defender la revolución como plan estratégico de desarrollo nacional participativo y protagónico.
Tanto el golpe de estado como el boicot petrolero hubiesen terminado ya con nuestro intento libertador y soberano. También estaríamos ya aislados internacionalmente y probablemente invadidos o bloqueados, sitiados económicamente como Cuba.
¿Porqué un país o un continente habría de preocuparse en evitarlo cuando solo somos otro orgulloso intento nacionalista de crecer y ganar protagonismo a costa de los demás, solo un pretencioso pichón de águila imperialista más? Entonces no es necesario elaborar rebuscadas teorías para explicar lo inédito, inusual y casi increíble de estos acontecimientos.
Son simples pero generosos hechos de compartir solidariamente lo que tenemos con los demás pueblos o seres humanos. Sin hacer diferencias de religión, cultura, raza, ideología, es decir de clases sociales y géneros. Estamos trascendiendo por tanto formas de separación, fronteras y asimetrías de todo tipo a fuerza de hechos solidarios.
Estamos rompiendo el encerramiento de ideales y sentimentalismos inoperantes y concretándolos en hechos por la fuerza de la voluntad, trayéndolos a ser en el mundo, encarnándolos, conductualizándolos. Estamos re-uniéndonos en los hechos, en una dirección de complementarnos y crecer juntos como seres humanos.
Con lo cual rompemos el encadenamiento de la historia violenta que heredamos y avanzamos con nuestras manos y conciencia limpias de sangre y sufrimiento. Con nuestras cárceles vacías de presos políticos, sin torturas ni muertes que lamentar. Y por esos simples pero maravillosos hechos la revolución se abre camino pese a la continua guerra de baja intensidad.
En menos de dos años y con la participación de Ecuador y Nicaragua son ya cinco los países que han de integrar el Alba, sin contar gobernaciones, alcaldías y asociaciones civiles, que hacen que aún los más recalcitrantes derechistas y conservadores como EEUU y México por ejemplo, estén recibiendo petróleo para sus pobladores de menores recursos.
Participando en la misión Milagro, apoyando en múltiples campañas como “Manos fuera de Venezuela” por ejemplo, la esperanza y sensación de calidez y respaldo que la revolución bolivariana representa en medio de la desprotección y alienación total del ser humano.
Si a esto le sumamos las universidades internacionales de Cuba y Venezuela que dan cupos gratuitos para estudiantes de todas las nacionalidades sin recursos propios, preparándolos para asistir a sus conciudadanos. Los fondos de ayuda para cualquier accidente o necesidad imprevista. Telesur, Petrosur y el Gasoducto del sur y Banco del sur ya en adelantado proyecto.
Los hospitales más modernos de América y en muchos casos del mundo con costos de viaje y atención gratuitos. Yo diría que la visión inicial que cité, aquellos ejércitos libertadores de la enfermedad, la pobreza y la ignorancia que recorren el continente y ya se preparan para alcanzar Africa también, están hoy ya muy bien encaminados cuando menos.
Esto implica una nueva educación del ser humano, una nueva visión de lo que hacemos en el mundo, de lo que el sentido de la vida es y un nuevo modo de concebir y ejercer nuestra libertad de elección. Una nueva dirección de acción para poner en práctica social los estudios que realizamos, para enriquecer el mundo al que llegamos con lo que somos.
Esta es la cara fáctica de la revolución bolivariana, que tal vez por lo obvio o por seguir hipnotizados con ideologías nadie parece reconocer ni valorar suficientemente. Es la simple dimensión fáctica de realización de los sueños de justicia, inclusividad, igualdad que son los únicos que pueden poner las bases para que la tan añorada paz pueda venir al mundo.
Es la libertad concebida y usada como herramienta para traer al mundo de los hechos concretos esos ideales religiosos y culturales, compensatorios a la violencia que el uso de esa misma libertad concebida en provecho propio genera en la conciencia colectiva.
No hay nada, no hay mayor poder que el de la libertad y la voluntad usadas al servicio de concretar en hechos aquí y ahora, los ideales y sentimientos de solidaridad. Es inútil seguir pensando, girando en círculos, extendiéndose en el tiempo, resistiéndose, desviando y postergando la acción justa, ética, moral, que vuelve a poner al ser humano por encima de toda otra consideración, institución y burocracia.
Hemos vivido durante muchas décadas atrapados en este sueño mecanicista. Décadas que desde el tiempo sicológico, interno se sienten como una interminable eternidad. Creíamos posible pensar desde una elevada y distante atalaya en las cosas del mundo, como si fuésemos cirujanos que tocan todo con guantes y se esterilizan antes y después de operar.
Alucinábamos que podíamos ser seres abstractos y mantener nuestros pensamientos ajenos a lo que sentimos, a lo que nos pasa cada día, a los conflictos familiares, al doliente y sufriente mundo cotidiano en el que vivimos inmersos. Ajenos a cuando tenemos hambre y sueño, a cuando se nos maltrata y discrimina, a cuanto cada día empeora nuestra forma de vida.
Pero nuestros pensamientos son cónsonos y parte de nuestro cuerpo, de nuestro estado mental y anímico, no hay modo de desvincularlos o desestructurarlos de lo viviente de lo cual son manifestación. Nuestro pensamiento se ha movido dentro de los límites de su paradigma sin reconocerlo, por eso nuestro siglo ha sido testigo de su parálisis e impotencia.
Un paradigma es algo así como un cerco mental, como una dirección de acción o un modelo de organización social que al habituarse se vuelve desapercibida, se convierte en creencia, en programación reactiva que opera sin pasar por conciencia. Solo se lo puede reconocer en la desproporción y violencia de su reacción cuando intentas nuevas direcciones de acción.
La constitución, leyes, poderes e instituciones del estado son el paradigma, el dogmatismo y el fundamentalismo de nuestra época. Así como en el medioevo la inquisición quemaba brujas y libre pensadores por heréticos, hoy masacramos a los pueblos por sediciosos y terroristas culpables de alterar el orden público y atentar contra la sagrada propiedad privada.
Hemos vivido décadas dentro de estas estructuras mentales sin darnos cuenta como afectaban nuestro cotidiano accionar, como desviaban el fruto de nuestro trabajo hacia otros destinatarios, como se iban convirtiendo en medios de explotación de corporaciones transnacionales, como regulaban hasta el más mínimo detalles de nuestras vidas íntimas.
Por eso nuestro pensamiento estaba paralizado en la contradicción de no reconocer el contexto mayor tácito que condicionaba y frustraba sus intentos y conductas, generando sufrimiento, impotencia y violencia al separar la acción de su fruto, la satisfacción del esfuerzo necesario realizado.
Por tanto al desviar el fruto de nuestras acciones hacia otros beneficiarios, el esfuerzo realizado resultaba escamoteado e inoperante, frustrante, sin que pudiésemos entender qué sucedía, cual era el sentido de seguir esforzándonos. En la vida campesina los actos van acompañados de sus frutos. Siembro, cultivo, saco malezas, riego y cosecho.
Allí tengo contacto visual, táctil, directo, puedo ver y seguir como las transformaciones de mi accionar influyen sobre aquello que actúo, conozco sus ciclos, sus tiempos. Pero al abstraer las reglas naturales y socializarlas las cosas se hacen más complejas. El objeto se aleja del acto y resulta sumamente intermediado e intermediable.
Por tanto hasta que no reconozco esas reglas y trucos abstractos estoy a la deriva, desorientado, confuso, sin lograr entender lo que sucede, el porqué de la ineficacia de mi acción. No logro reconocer la función intermediadora y de desvío de otras intenciones e intereses y en consecuencia descargo errónea e inoperantemente mi frustración y violencia.
Cuando caemos en cuenta como se nos expropia del fruto de nuestro trabajo y esclaviza, si sabemos que nuestro accionar y productividad es el verdadero poder ya que sin el no hay nada que repartir, entonces ya no pueden fastidiarnos. Porque todo su poder está en nuestra ignorancia, en nuestra creencia de que ellos son los dueños de todo y la autoridad a respetar.
Pero sin producción, ¿para qué sirve el poder e inclusive las armas? ¿De qué se apropiarán? Sin acción productiva y sin consumidores, ¿para qué sirven todas sus instalaciones? ¿Respecto a qué serán grandes y superiores si no tienen subordinados obedientes y dependientes con los cuales compararse. ¿Cuál será su riqueza sin creciente pobreza?
Ese largo camino de intermediación que sufre nuestra acción, esa traducción de que es objeto nuestra producción hasta que nos llega convertida en sueldo y/o consumo, es el espacio que la acumulación de conocimiento histórico ha ido construyendo y que posibilita ante nuestra ignorancia y desconocimiento, todos esos desvíos, traducciones y expropiaciones.
Es ese mismo espacio de desconocimiento, confusión, desorientación el que hace posible que los medios de comunicación masiva nos bombardeen con posibles escenarios que movilizan nuestros ancestrales temores, dándole a nuestro accionar la dirección conveniente a sus intereses. Dejando en evidencia la parálisis de un pensamiento disociado de su acción.
Así nos convirtieron en votantes y electores pasivos y dependientes, ajenos a toda decisión en lo que concierne a nuestro bienestar y calidad de vida, servicios, derechos, etc. A tal punto llegó nuestra ignorancia y enajenación que decidimos que no nos interesaba la política.
Esa es justamente la anestesia y confusión emocional que acompaña la parálisis del pensamiento que se ensimisma, se repliega sobre sí y pierde contacto e influencia sobre el mundo. ¿Sobre qué podrá y cuál será la utilidad de pensar, a partir de que renuncia a comprender y transformar el mundo en el que vive, suda, llora y ríe?
En Venezuela el Sr. Chávez propuso como única vía de salida pacífica de tal situación una constituyente, nueva constitución, leyes, nuevos poderes que incluyen el Electoral y el Moral. Todo ello fue aprobado por más del 80% en referendo popular y comenzamos un nuevo ejercicio democrático, participativo y protagónico. Donde paso a paso hemos ido cobrando conciencia del paradigma dogmático impuesto a la conciencia bajo amenaza latente de violencia, cárcel, tortura y muerte para quien discrepara.
No ha sido fácil avanzar en medio de la absoluta ignorancia de estas lides de que hacíamos gala. Pero poco a poco se ha ido haciendo evidente que ciertos sistemas de intereses, habiendo concentrado capitales, medios de producción y comunicación, se habían también apropiado o ejercían definitiva influencia sobre estos poderes e instituciones.
Con todo ello a disposición y trabajando a su servicio, imponían reglas cada vez más desfavorables para el pueblo. Por ello ganar las elecciones no era ganar el poder de gobernar, porque las leyes están hechas justamente para impedírtelo, y si lo haces las violas.
Por tanto el único camino fue la constituyente y volver a legislar para redireccionar el flujo de trabajo, bienes y servicios hacia quienes los producen y realizan, y a quienes “legalmente” les habían sido expropiados. Ese fue el paradigma que defendieron las tristemente recordadas dictaduras militares en los 70´s, masacrando cientos de miles de víctimas inocentes para ello.
De todo eso vamos hoy despertando, tomando consciencia de cómo se nos esclavizó. Vamos despertando porque por constitución y ley se promueve la participación protagónica. Y en el ejercicio participativo se actualizan las reacciones de esos sistemas de interés que regulaban la economía dentro de la cual desempeñábamos nuestra productividad.
Así es como hemos ido cayendo en cuenta de las condiciones desapercibidas que frustraban todo intento de cambio o mejora, del paradigma que cual máquina estatal, institucional y corporativa nos tenía atrapados desviando y traduciendo a placer nuestras ingenuas expectativas con artimañas legales o de fuerza cuando resultaba necesario.
Para reconocer, abrir y transformar ese viejo paradigma no hay otra forma que posibilitar vías participativas, devolver al pueblo su poder de actuar y decidir. Es entonces que el pensamiento comienza a realimentarse de su acción, de su aplicación práctica a su entorno y empieza a liberarse la creatividad, la alegría de aprender, hacer y crecer juntos.
Por cierto que no todas son flores, no es un proceso ideal como ingenuamente tendemos a esperar. Es simplemente un ejercicio democrático que nos posibilita ponernos otra vez en movimiento e ir reconociendo que las viejas mañas no se dejan atrás solo con buenas intenciones y deseos, y que estar a favor del proyecto revolucionario no nos libra de ellas.
Porque todos fuimos educados en el viejo paradigma e hicimos dentro de él nuestro ejercicio económico. Por tanto dentro de todos nosotros viven sus viejos hábitos y creencias, y todos y cada uno somos responsables de reconocerlas y cambiarlas para hacer posible la nueva dirección propuesta. Es intentándolo y haciéndolo como aprenderemos a ser solidarios.
Las elecciones que cada uno de nosotros vaya haciendo ante las alternativas que le presente su accionar, irán tejiendo en múltiples y complejas tramas las posibilidades del futuro que se ha de ir dibujando y plasmando.
Por eso es inútil intentar adelantar teóricamente esas posibilidades, Porque no es un asunto exclusivamente intelectual, sino un realimentarse paso a paso de la experiencia, un irla acompañando y viviendo que es valioso por y en si mismo. No es mañana el asunto, sino aquí y ahora, es una elección a cada paso la que va delimitando caminos.
Y la dirección de ese accionar es dinámica, intuitiva, ética. La riqueza y complejidad de la vida, de la interrelación estructural de nuestras elecciones, siempre desbordará cualquier previsión. La creciente dinámica, alegría, entusiasmo y creatividad de una sociedad participativa, liberada de la cárcel represiva del viejo paradigma, pero también y por propia conciencia de sus propios hábitos egoístas, es la que trasciende la parálisis del pensamiento y la anestesia emocional.
Por ser el final y el principio de un nuevo año, es decir un morir y renacer, y por cumplirse un año de mis intentos de difundir la revolución bolivariana, quisiera tomarme la libertad de abandonar los engorrosos y esforzados caminos del pensamiento lineal para pintar la realidad, y expresar en un lenguaje de mayor vuelo como siento realmente el proceso revolucionario.
Por ese mismo motivo elegí aquella visión inicial como principio del artículo. Porque nunca implicó arduos procesos de pensamiento el sentir que aquella intención solidaria estaba viva y se reproduciría, crecería y se abriría camino así como un río fluye sereno y tranquilo hacia el mar, seguro de que llegará a destino sin importar cuantos sean los obstáculos ni cuanto tiempo tome.
Un relámpago intuitivo revela en un instante el distante futuro y guía con confianza y certeza hacia él, así como las aves emigran hacia climas más amables al llegar el tiempo apropiado. Una niña cuya madre intentaba explicarle las complejidades de la vida, mostrándole su cuerpo le dijo que no éramos muñecos a cuerda, no usábamos pilas ni teníamos donde enchufarnos.
Estábamos en plena noche, una larga y densa noche que ya parecía eterna. El corazón dormía, las emociones estaban anestesiadas, el pensamiento paralizado, el cuerpo aletargado hibernaba reduciendo sus funciones a la mínima expresión.
De repente, inesperadamente un tímido puntito de luz pareció hacerse presente, luchar por sostenerse en medio de la oscuridad. Ni siquiera era un puntito, era como un destello, una presencia, un resplandor difuso y extendido que parecía mezclarse con la estática oscuridad. El corazón sintió una caricia, pareció que una puerta se abría, renacía la dormida esperanza.
La luz fue ganando presencia paso a paso, la esperanza se fue convirtiendo en fé, la presentida presencia comenzó a cobrar forma. Entonces aparecieron los primeros calidoscópicos dibujos del arco iris en variaciones pasteles del azul y rojo acompañando al amarillo y la fe ya se experimentó como certeza de vida, de movimiento, de acción, de expresividad. El Alba de un nuevo día había nacido, sus dibujos son impredecibles pero ciertamente manifestación de esa poderosa corriente, de ese verbo de luz y de vida.
¡Por un nuevo año, por un renacer pleno de vida y hasta la victoria y la alegría siempre!
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