Gustavo Iruegas
Prácticamente no hay mexicanos resistentes a la usurpación del gobierno, la negación de la justicia y la cancelación de la democracia que no hayan sido urgidos con preguntas acerca de cómo se materializará esa rebeldía. La respuesta inmediata suele ser que la resistencia pacífica es una modalidad de la lucha popular que se opone al abuso de manera enérgica y tenaz, rechazando la violencia propia y obstruyendo la represión. Sin embargo, cuando la conversación llega a la manera como el gobierno legítimo piensa cumplir su mandato sin contar con los medios indispensables, el cuestionamiento se transforma en interpelación. Aunque se responde que la principal tarea del gobierno legítimo es impedir que el espurio imponga medidas contrarias al interés popular, que atente contra el patrimonio nacional o endose la soberanía nacional, la pregunta pide respuestas más concretas. Primero lo que no se va ha hacer: no se hará administración y, salvo lo correspondiente a los espacios de gobierno ya ganados, no se hará gestión. No se cobrarán impuestos, no se administrarán aeropuertos y no se expedirán pasaportes ni se hará ninguna otra gestión de esa naturaleza.
En seguida lo que sí se hará. El gobierno legítimo es, en buena parte de su actuación, contestatario. También será muy propositivo. Aun así, para muchas personas resulta difícil digerir la idea de dos gobiernos actuando en direcciones opuestas.
Es comprensible que eso suceda. Los mexicanos no tenemos experiencia en esta forma de lucha. Nuestra historia está compuesta de largos periodos de sometimiento y unos cuantos estallidos de violencia popular; muchos intentos sofocados y triunfos que se cuentan con los dedos de una mano. Los ofendidos sabemos poco de la resistencia pacífica y los malhechores en el gobierno de facto saben menos aún. Tampoco es cosa de simplemente trasladar las experiencias de otras latitudes y de otros tiempos. Andrés Manuel no es Gandhi y México no es la India. El ejemplo de Martin Luther King nos demuestra que el triunfo es posible y la estrategia efectiva. Pero no nos da nada más que eso: el ejemplo y la estrategia. El objetivo y la táctica deben ser nuestros.
El objetivo ya ha sido claramente determinado. Ya no es la Presidencia de la República, ahora es la República misma: una nueva República. La cuarta en la historia del pueblo mexicano. Para constituirla se convocará, en su momento, a un congreso que defina el carácter y cometido del nuevo Estado; los elementos de su integración social, política y económica; la consolidación de sus espacios de identidad, cultura y asentamiento territorial; las reglas de convivencia interna e internacional; y la forma, organización, atribuciones y, enfáticamente, la ética de su gobierno. El nuevo proyecto de nación deberá contener objetivo, doctrina y norma, los que deberán emanar de las mejores enseñanzas de nuestra historia y las realidades de la modernidad para apuntar a las más ambiciosas metas de progreso. Considerando el poder de las fuerzas orientadas al privilegio, la injusticia y la contravención, se puede adelantar que esta tarea no será fácil.
La táctica para alcanzar nuestro objetivo debe surgir de nuestras particulares condiciones y circunstancias. Para ilustrar esto podríamos decir que si se opta por la desobediencia civil directa, sencilla y desafiante como la recomendó Henri David Thoreau ésta tendría que estar condicionada por el hecho de que el contacto del ciudadano con el gobierno se da, en primer lugar, con el gobierno local. Como se sabe, en nuestro caso el lado popular cuenta con espacios de poder, en los gobiernos estatales y municipales, el Congreso y en el propio Distrito Federal, a los que no debe renunciar porque son suyos y están a su servicio. Posicionamientos en el Congreso e iniciativas de leyes de auténtico contenido social y la defensa de los derechos de la población son posibilidades de acción directa desde los espacios del poder popular tan importantes como la oposición constante y consecuente. Nuestra desobediencia no puede ser pasiva. No será una que simplemente impida al gobierno de facto hacer porque no acatamos: no hará porque se lo impediremos en forma activa, gradual y creciente.
Del primero de septiembre al primero de diciembre se puso en evidencia la incapacidad de los dos gobernantes derechistas, el traidor y el espurio, para poner en práctica los ritos del poder en México: el informe fallido de Fox, el Grito desplazado, el 20 de noviembre intramuros. Por su parte, Calderón tuvo que tomar posesión de su poder espurio en una clandestinidad televisada: escondido en el baluarte de la casa presidencial, rodeado de soldados y a las 12 de la noche. Por la mañana, puso en práctica un acto semejante al de un streaker que, consciente de la provocación, pasa corriendo por el escenario.
Un espacio donde la confrontación será importante es el mediático. Como se sabe, los dueños de los medios de comunicación masiva han sido parte importante en la colusión de poderes para anular la voluntad popular y burlar la democracia. Para ello se han valido de la propaganda negra, de las campañas sucias, del infundio, del escarnio; todo en cantidades torrenciales. A la saturación propagandística han agregado el silencio informativo sobre el movimiento popular. Es preciso, sin embargo, hacer la salvedad de los medios y las personas honorables que, a pesar de la hostilidad a que se ven sometidos, sostienen su compromiso con la información verdadera. Aún así, para el movimiento popular no es una novedad burlar el cerco informativo. Ya el movimiento estudiantil de 1968 pudo sobrepasar las campañas de desinformación para desacreditar y anular la protesta; en 1985, la sociedad civil respondió a la pasividad obtusa e insuficiente del gobierno ante el terremoto. En 1988, las campañas mediáticas no lograron encubrir el latrocinio electoral ni engañar a la opinión pública nacional ni mundial; en el insensato lance del desafuero, la intensa campaña mediática progubernamental fue inútil ante una población decidida a impedir la bellaquería que se tramaba. Igualmente, la inmunda campaña lanzada contra la candidatura de Andrés Manuel recibió el descrédito popular. De otra manera, los ladrones no se hubieran visto en la necesidad de robar la elección por la vía de lo que cínicamente llaman "ingeniería electoral", la manipulación cibernética y el úcase del IFE o del TEPJF.
Dos instrumentos más están a nuestra disposición. La contraposición programática del gobierno legítimo a los planes de depredación del patrimonio nacional, de exacción a la población y de abdicación de la soberanía por parte del gobierno espurio. En San Lázaro se da el primer encuentro en la batalla por el presupuesto y la ley de ingresos. Por último, el arma más eficaz y conocida que, irónicamente, siempre sorprende a los oligarcas y asusta al déspota: la poderosa movilización popular.
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