domingo, diciembre 03, 2006

Diario de Guerra


José Agustín Ortiz Pinchetti


Un día especial

¿Por qué a pesar de la campaña de mentiras y calumnias, del cerco mediático, AMLO, sin dinero ni acarreos, logró atraer la mañana de la entronización de Calderón a cientos de miles de personas que marcharon en orden admirable desde el Zócalo hasta el Bosque de Chapultepec? ¿Cómo explicarse que este hombre, que ha desafiado a las instituciones y a los grupos de interés protegidos por ellas, se haya convertido en el único líder de oposición verdadero? ¿Cómo ha conseguido alentar y mantener a la primera alianza de izquierda?

En contraste, Felipe Calderón ratificó en su anodino discurso inaugural lo que todos sabíamos: no tiene el tamaño para gobernar a México. Tuvieron que coaligarse las mafias y monopolios que son el núcleo de poder en México para que pudiera robarse la elección. Se fijaron más en sus debilidades que en sus méritos para apoyarlo. Sus esperanzas están en manipularlo a su antojo.

¿Y el ritual del cambio de poderes? En la zona del Palacio Legislativo fue necesario suspender las garantías individuales. Una buena parte del Ejército Mexicano y de la policía federal ocuparon posiciones estratégicas como si la ciudad estuviera a punto de ser atacada por un enemigo poderoso. Mientras tanto, el mitin multitudinario de los opositores fluía libre y entusiasta en el Zócalo, a dos kilómetros de distancia. Y luego lo mediático: Fox y Felipe inventaron un procedimiento de cambio de poderes en Los Pinos remedando las fórmulas legales para violarlas. En San Lázaro, previamente los panistas se apoderaron de la sagrada tribuna, que tuvieron que compartir día y noche con los perredistas, mientras que los priístas gozaban en grande.

PAN y PRD lograron al fin un acuerdo (joya del anecdotario): estipularon aquellas agresiones que podían darse y las inadmisibles. El espíritu del marqués de Queensberry sopló sobre los legisladores. Se prohibió arrancar las curules, emplear armas punzocortantes y golpes bajos. Pero se permitió sacudirse el polvo e insultarse a partir de las 8 de la mañana. El pacto fue escrupulosamente cumplido.

Luego vino la toma de protesta de Felipe. Una película cómica: el larguirucho Fox portando la banda que ya había entregado la noche anterior, entró protegido por oficiales del Ejército vestidos con ropas domingueras. Lo sigue el pequeño Calderón. A codazos los guardias garantizan la entrada. En menos de tres minutos se arma el Congreso nacional, se declara el quórum, se toma protesta y salen corridos los dos personajes. Calderón dio la impresión de que se robó la banda. Un tercer acto en un Auditorio colmado de panistas e invitados. Mala imitación del rito inaugural de la presidencia imperial. Calderón no alude a la situación de crisis que vive el país. Ni una palabra sobre Oaxaca. Nada que pueda dar una clave de cómo puede salir de la ilegitimidad de origen. Insiste en el diálogo que él mismo hizo imposible al negar el recuento de los votos como su propio rival y el sentido común exigían.

Se dice que la confrontación debe terminar, pero va a continuar, aunque sea por nuevas vías.

jaop@prodigy.net.mx

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