Arnoldo Kraus
Son muchos los sinónimos de las palabras humillar, humillación, humillante y pocos los antónimos. Dentro de los primeros, entre otros, destacan deshonrar, degradar, denigrar, despreciar, ofender, vejar, burlar, someter, avergonzar, menospreciar e insultar. Digno, noble, honra y exaltar son los antónimos listados en los diccionarios. No sorprende que sean más los sinónimos que los antónimos: en nuestras sociedades es mucho más frecuente humillar que dignificar. De ahí la necesidad aunque los idiomas sean tan viejos como el ser humano de contar con palabras suficientes para enmarcar los mundos de los humillados. De hecho, en muchos sentidos, y aunque entiendo que sea "un tanto" exagerado, algunas sociedades se dividen en dos: humillados y humilladores.
No hay comunidad ni tiempo donde el sometimiento no haya sido una constante. Algunos ejemplos de seres y grupos denigrados son la población indígena de Oaxaca, los palestinos, los homeless en Estados Unidos, las mujeres en muchos países árabes, los chechenios, los kurdos, los indocumentados mexicanos cuando son capturados por George W. Bush, los presos de Guantánamo, los homosexuales en Cuba y un largo etcétera que podría ocupar buena parte del artículo. A pesar de que todos los seres humanos tienen historia, para quienes vejan la historia de los otros o no es válida o es tan pobre que no merece compartir las mismas Palabras (con mayúscula).
La humillación es uno de los peores sinsabores para cualquier persona o comunidad. En muchos sentidos no me puedo deslindar de mi alma médica la sensación de saberse sometido es similar a la que sienten las personas invadidas por cánceres agresivos. Miedo, desesperanza, incertidumbre, enojo, dolor, inutilidad y odio son vivencias comunes para ambos grupos. Sin embargo, existe una diferencia crucial: mientras que muchos enfermos con cáncer curan, son pocas las personas que sufren crónicamente alguna forma de humillación y salen adelante. En múltiples sentidos humillación equivale a ausencia de futuro.
Con la globalización no se ha incrementado el síndrome de la humillación, pero sí se ha hecho más evidente. Este fenómeno es sinónimo de movimiento para los ricos y afortunados, y retroceso para los pobres y desposeídos. La globalización agudiza el desprecio, porque resquebraja los pocos marcos de referencia de los humillados y profundiza las diferencias entre quienes pueden y tienen con quienes no tienen y no pueden. Además, la globalización ha expuesto con mayor celeridad y crudeza la realidad de quienes viven sometidos. Ha ahondado las diferencias entre el mundo de quienes se mueven y pisan y el de quienes se quedan y odian; el de quienes conjugan su vida y su tiempo en futuro y el de quienes habitan su vida bajo las reglas de la supervivencia.
Al exponer las diferencias entre humillados y humilladores la globalización ha abierto nuevas heridas en los primeros; conocer más las circunstancias que determinan la realidad de unos y la de los otros agrava el sinsabor de la vejación e incrementa el odio y la sensación de injusticia. La suma de ambas constantes sume a los humillados en un mundo sin futuro, donde los desplazados carecen de lugar, a pesar de que deben compartir el mismo espacio con quienes los han borrado. Y eso es imposible. Los denigrados, por ser personas expulsadas de sus tierras, de sus casas, de su historia y de sus raíces padecen heridas que nunca dejan de supurar. Las afirmaciones previas son crudas por reales y reales por crudas. La historia ha demostrado que la humillación carece de límites.
La sicopatología del humillado puede ser terrible y muy dolorosa. Saberse derrotado, entender que el destino queda demarcado in utero permite desconocer límites y negar o violentar el orden impuesto por los otros. En este caso, el otro es quien posee y denigra. Su palabra y su ideario pueden ser cuestionados y negados. Sí se sabe que la ausencia de presente determina la imposibilidad de futuro, ¿por qué someterse a los dictados de quienes ostentan el poder?
La realidad de los humillados es dolorosa por veraz y por ser, en muchas ocasiones, insalvable. El mundo está habitado cada vez más por seres denigrados cuya historia y cuyas tierras carecen de escritura y de geografía. En ocasiones es difícil entender los límites del sufrimiento y de la tolerancia. Son quizás los años acumulados y la ausencia crónica de esperanza como modus vivendi los que determinan que la mayoría de los humillados permanezcan en su sitio sin rebelarse, sin salir, sin matar con más frecuencia a quien tanto los insulta.
Es cierto que uno se acostumbra a muchas cosas y que muchas costumbres, aunque dolorosas, se asimilan y se aprenden. Todo eso es cierto, pero pienso que las brechas entre humillados y humilladores se han incrementado tanto que llegará el momento en que el magro equilibrio entre unos y otros reviente. Quizás entonces será innecesario crear más sinónimos para describir la vida de los humillados.
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