Jorge Camil
No encuentro nada más enervante que artículos de opinión escritos por personajes que creen poseer la verdad absoluta; aquellos que nos impiden alcanzar nuestras propias conclusiones, y que para colmo de males nos propinan una andanada de conclusiones masticadas y digeridas con aire autoritario.
En días pasados apareció un ejemplo clásico en la sección de negocios de El País. El analista, un ejemplo de dogmatismo económico con resabios del Readers' Digest, se llama José Juan Ruiz, y en un artículo titulado "Adiós al prestigio del fracaso" dice que encuentra sorprendente que las elites latinoamericanas continúen aferradas al derrotismo cuando las cosas mejoran. Alega que nuestro característico pesimismo existe sin importar que se trate de "intelectuales, funcionarios, políticos, amas de casa o empresarios cuyo éxito les ha llevado a figurar en las páginas de Forbes". (Tengo que confesar que al leer esta barbaridad lamenté que por lo menos, en el caso de México, el señor Ruiz no hubiese proporcionado ejemplos de "intelectuales, políticos y amas de casa mexicanos" cuyas hazañas hayan merecido el reconocimiento de la conocida publicación especializada en temas financieros.)
Hay que decir que el señor Ruiz nos considera caso perdido, porque asegura que hoy, cuando las cosas marchan bien (debe saber algo que desconocemos), y tenemos democracia, y comienza a sacar la cabeza la clase media, insistimos en sumirnos en el derrotismo. Acepta que hayamos sido pesimistas cuando las cosas iban "rematadamente mal", o cuando no había democracia, porque nuestra pésima distribución de la riqueza "aparecía en los libros de texto como ejemplo mundial de inequidad". Pero hoy que nuestras economías mejoran, y que en el ámbito político "hemos dejado atrás a los Pinochet y a los Videla" (olvidó a los hermanos Castro y a los Chávez), no perdona que continuemos atrapados en el derrotismo y el malditismo.
Añade este filósofo de banqueta que nuestro problema es que a todos nos educan creyendo "que el pesimismo es lo elegante, y el malditismo lo más latinoamericano". (¡Y dale con el malditismo, el maldito!) Pero evita dejarnos en la depresión, porque dice que al menos, en el escenario político, superamos las predicciones que auguraban un giro hacia el populismo.
Quizás se burla de nosotros, porque cifra el éxito de los recientes comicios latinoamericanos, sin empatar resultados con circunstancias, en el hecho de que 86 por ciento "optó por confirmar a sus líderes de los últimos cuatro años" y, en el caso de México y Chile, "a los partidos que estaban en el gobierno". Pero la crítica del señor Ruiz parece no tener fin, y nos viste de plañideras, lamentando que vivimos en un continente "partido", en el que "los parlamentos son ingobernables porque, ¡maldición! ¡de nuevo el malditismo! , esta vez la democracia electoral ha sido realmente competitiva".
En lo del continente partido tiene algo de razón, porque con la notable excepción de México (de Alan García ni me ocupo), la mayoría de los principales países latinoamericanos están gobernados por la izquierda (Cuba, Brasil, Ecuador, Bolivia, Argentina, Chile, Venezuela, Uruguay). Y poco importa que sean de corte socialdemócrata, como Chile, o recalcitrantes, como Venezuela, el caso es que los electores rechazan los programas de las derechas. En cuanto a los "parlamentos ingobernables" es obvio que el señor Ruiz no lee ni su propio periódico, que registró en primera plana a nuestros ilustres diputados dándose hasta con la cubeta.
Dice que quizá nuestra bonanza se deba a que desligamos el ciclo político del económico, pero eso no es necesariamente bueno, porque en México, merced a Vicente Fox, las derechas descubrieron que si controlan el proceso económico, y la toma de decisiones financieras, importa un bledo la política. Don José Juan termina su dogmático artículo con una advertencia sobre el pesimismo: "puede ser un poderoso agente de insatisfacción y pobreza".
Así que ya lo sabe: a mayor pobreza mejor cara. Y a disfrutar las fiestas navideñas en grande, porque estamos gobernados por el mismo partido que nos trajo el gobierno invisible de Vicente Fox, y todo parece indicar que continuaremos privilegiando a los verdaderos habitantes de la revista Forbes, fomentando la "estabilidad económica" (que promueve inversiones, mas no necesariamente el empleo) y, para colmo de males, aprobamos un Presupuesto de Egresos que soslaya el desarrollo de ciencia, tecnología y cultura, e hizo recortes sustanciales a las universidades públicas. (¿Para qué necesitamos educación pública cuando tenemos costosas universidades privadas?).
Estoy seguro que ésta, mi última colaboración de 2006, haría tan feliz a don José Juan que quizá le envíe una copia a la redacción de El País como regalo de Año Nuevo. ¡Vaya!, para que brinde con sidra de la buena, en la tranquilidad de que existe al menos un mexicano que confirma a carta cabal su teoría del pesimismo latinoamericano. A pesar de todo, ¡feliz Año Nuevo!, que no obstante nuestro justificado pesimismo aún sabemos divertirnos.
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