La gula es un pecado capital "de moda", claro, entre los que podemos comer y tenemos para el internet, porque si tres cuartas partes de la población mundial supieran lo que estoy escribiendo me mentarían la madre con toda razón. Pero, bueno, esto va para los golosos y los bebedores compulsivos.
En el diccionario de la Lengua Española, gula significa:
1. f. Exceso en la comida o bebida, y apetito desordenado de comer y beber.
Según Santo Tomás significa más o menos lo mismo.
¿Cuál es la carencia que provoca la gula?
Si tomamos en cuenta el esquema psicoanalítico, así como la avaricia está fijada en la etapa anal, la gula estaría fijada en la etapa oral: en el primer año de vida, cuando una de las gratificacines más importantes estaban en ingerir el alimento, esa fue la primera manifestación de amor que sentimos, el hecho de que nos alimentaran y aliviaran el malestar del hambre fue la primera sensación de ser amados que tuvimos. De ahí se infiere que la necesidad de ingerir alimento más allá del hambre y cuando ésta ya ha sido saciada es que hay una necesidad de amor por tanto una carencia de tipo amoroso.
Esta línea de pensamiento, igual que en el apartado anterior, nos lleva a que existe una falta de amor inicial hacia el sí mismo que pretende recuperarse a partir del alimento que se estableció como símbolo de amor durante el primer año de la existencia. Se busca la gratificación de tipo oral, es decir, a través de la boca. El goloso come o bebe compulsivamente para encontrar el amor que no siente hacia sí mismo, ni de los demás hacia él. La prueba está en el daño que se hace ¿o ustedes creen que una persona que agrede de esa manera a su organismo y a su estética se ama a sí mismo?
La bulimia es una manifestación de la gula, la necesidad de ir a vomitar para seguir comiendo, y por paradójico que resulte, la anorexia deviene del mismo problema, es la otra cara de la misma moneda. Sólo que en la anorexia el castigo al sí mismo es más evidente; reprime el deseo de comer para no darse esa gratificación y al no comer comete un acto de agresión en contra del sí mismo al que aborrece y ya ni siquiera intenta compensar su carencia amorosa comiendo.
De manera que en la gula, a diferencia de los otros pecados que hemos revisado, casi la única víctima es el pecador, a reserva del sufrimiento estético al que someten a quienes no les guste la gordura pero ese ya no es su problema, tienen derecho a tener la imagen corporal que les dé la gana.
¿Qué virtud plantea Santo Tomás para combatir la gula? La templanza, nos dice, moderación en el comer y en el beber, y otra vez llegamos al mismo punto de ¿y cómo le hago?
Antes de definir que es lo que tenemos qué hacer para no caer en la gula, y como en el apartado anterior, sería bueno checar nuestra salud no vaya a ser que en vez de gula tenemos una solitaria demandante que nos está provocando esa hambre incontrolable. Hay personas delgadas que comen como trogloditas y no engordan. Así como gordos que tienen un problema metabólico e ingieren poco alimento.
Una vez descartado el problema físico, habría que investigar en nuestro fuero interno ¿por qué no nos sentimos amados? ¿Y si no será que no nos sentimos amados porque nosotros mismos no nos amamos y pensamos que nadie puede amarnos?
¿Y por qué será que no nos amamos? Porque echarle la culpa a nuestros padres de que cuando chiquitos, bla, bla, bla... Ya no se vale, ya estamos huevoncitos para salir con jaladas de que los padres son los culpables para seguir rumiando nuestra pena y no hacernos responsables de nuestra condición psíquica. Puede que cuando éramos bebés, y eso estaría por verse, no tuvieron la capacidad de amarnos o de hacernos sentir amados pero eso fue allá y entonces, aquí y ahora ya somos adultos y necesitamos agenciarnos por nosotros mismos lo que necesitemos y ciertamente no es comer y beber excesivamente.
No amarnos puede ser por dos cosas: o bien no reconocemos nuestros valores y nos devaluamos haciendo caso omiso de que somos gente decente, productiva y amorosa con los demás y por tanto merecedoras de nuestro propio amor, o bien, no somos gente ni decente, ni productiva, ni amorosa, es decir, no tenemos valores que reconocer y por tanto no somos amables.
En el primer caso, valdría la pena valorarnos y amarnos por como somos, esto implica ejercicios introspectivos que vayan conduciéndonos por ese camino; y en el segundo comenzar a ser gente decente, productiva y amorosa con los demás para que ese amor que debemos darnos esté plenamente justificado.
Sé que en la práctica no resulta tan sencillo como se expresa en las palabras. Implica un gran esfuerzo por cambiar nuestra forma de mirarnos a sí mismos y de actuar en la vida, lo cual es toda una transformación de la autoimagen, de la manera de percibirnos y de la manera de ser, pero hay que tomar esa senda por difícil que parezca transitarla porque es el único camino que nos lleva a la solución. Una vez estando ahí nuestro paso será cada vez más firme porque la base de sustentación es más sólida y no corremos el riesgo de empantarnos.
La vía para amarnos no es comprarnos cosas, hacernos cirugías plásticas, ni rodearnos de gente famosa o rica para ver si nos convencemos y persuadimos a los demás de lo mucho que valemos. Ni tampoco es ponernos de tapete, sacrificar nuestra dignidad y humillarnos para conseguir amor y reconocimiento de lo buenos que somos. Todo eso empeorará nuestra autoestima. Mientras más consumamos, más nos rodeemos de aquello que se valora en la cultura como el dinero, la fama y los que lo tienen y más nos dejemos humillar menos elementos tendremos para amarnos. Otra vez, el valor no está en el tener sino en el ser.
El egoísmo, que en el diccionario de la Lengua Española está definido como:
1. m. Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás; dentro del ámbito psicológico está conceptualizado, en efecto, como un inmoderado y excesivo (aparente) amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés pero como una medida compensatoria y errática porque en el fondo lo que hay es una autodevaluación y un sentimiento de inferioridad. Es decir, sería precisamente su opuesto. El egoísta sufre mucho porque se siente desvalido y solo, por más que se cuide y se atienda terminará saboteando su cuidado y quedándose cada vez más solo, es decir, no se quiere ni se valora.
En el terreno de la revolución de la conciencia la templanza se adquiere a través de resolver el problema de raíz. Es el autorreconocimiento de nuestros valores morales y nuestras capacidades como seres humanos, o bien, el esforzarnos en ser personas dignas que rigen su conducta en base a la ética de la que hablamos en los primeros ocho apartados. Será entonces cuando ya no necesitaremos comer y comer o beber y beber porque estaremos saciados en el amor al sí mismo, y también, percibiremos el amor que nos brindan los demás.
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