Luis Hernández Navarro
El pasado 20 de septiembre, Hugo Chávez habló ante la Asamblea de las Naciones Unidas (ONU). Dijo allí: "He sido un lector de Noam Chomsky, como lo he sido de un norteamericano profesor que murió hace poco y no pude conocer, John Kenneth Galbraith". El diario The New York Times publicó que "Hugo Chávez expresó su pesar por no haber conocido a ese icono de la izquierda americana, el lingüista Noam Chomsky antes de su muerte".
La falsa noticia fue profusamente reproducida por otros medios y por los detractores de Hugo Chávez, buscando ridiculizarlo. Y, aunque días después The New York Times tuvo que rectificar la información, los enemigos del mandatario la siguen utilizando desenfadadamente. No hay en ello novedad: la campaña de desinformación sobre el proceso de cambio en ese país es monumental.
Esta ofensiva para satanizar la revolución bolivariana facilitada por los excesos verbales del presidente y por la cultura política prevaleciente en su país es particularmente virulenta en México. Formó parte de los últimos comicios federales, donde la imagen de Chávez fue utilizada para combatir a Andrés Manuel López Obrador. Y se ha acrecentado a raíz del anunció del presidente de Venezuela de que su país se dirige al socialismo y de las últimas estatizaciones de empresas estratégicas.
La declaración, formulada originalmente el 20 de enero de 2005 ante el Foro Social Mundial, ha precipitado un enorme revuelo. Muy pocos políticos se reconocen hoy día como socialistas, y muchos de quienes lo hacen no pasan de reivindicar más que un tímido proyecto socialdemócrata. Pero ahora, a raíz de la ofensiva chavista, el debate sobre el socialismo ha renacido con gran intensidad.
¿A qué socialismo se refiere Hugo Chávez cuando habla de que su país se dirige hacia ese rumbo?
A uno que contempla como sus pilares la transformación económica, la democracia participativa y la ética socialista (amor, solidaridad, igualdad). Que busca forjar una sociedad de incluidos, de iguales, sin privilegios. Que en lo social conjuga igualdad con libertad.
Un socialismo que explícitamente rechaza implantar hoy la dictadura del proletariado. Un socialismo no reñido con la democracia, que hace de la democracia popular, participativa y protagónica en su columna vertebral. Expandirse, profundizarla desde la base, es lo fundamental en su construcción.
Se trata de un propósito que aún no ha nacido, que no está acabado. Es un proyecto endógeno, venezolano, no importado, que debe ser construido todos los días, que necesita ser moldeado. Una experiencia diferente a las vividas durante del siglo XX.
El sujeto de ese proceso de transformación es el pueblo venezolano. El socialismo es producto de la voluntad popular. Es el pueblo soberano quien lo construye a través del poder popular. El poder constituyente es la soberanía, el poder originario, permanente, expansivo y radical del pueblo construyendo su propio destino.
Ese socialismo venezolano, que busca la plena recuperación de la patria, ubica como sus fuentes diversos socialismos: el bolivariano, el cristiano, el indoamericano y el agrario. No se trata de una formulación doctrinaria. Estos socialismos expresan importantes corrientes de pensamiento con peso social en toda América Latina. Las comunidades indígenas de base, el movimiento indígena, las luchas campesinas y el bolivarismo son fuerzas fundamentales en los procesos de transformación continental.
Entre los personajes que formularon el socialismo bolivariano, Chávez incluye a Simón Bolívar, Simón Rodríguez y José Inácio Abreu e Lima. El mandatario asegura que El Libertador es un pensador prosocialista cuando dice que el fundamento del sistema debe ser la igualdad establecida y practicada, y que su compañero Simón Rodríguez es un pensador abiertamente socialista. El general brasileño José Inácio Abreu e Lima, amigo y camarada de Bolívar, escribió el primer libro de socialismo en Latinoamérica.
Chávez sostiene que los profetas cristianos trajeron un mensaje de igualdad, de lucha por la justicia y contra la explotación, de socialismo. Cristo, según el mandatario, era un rebelde radical. En él están las raíces. Reivindicar estos orígenes no implica, empero, que el movimiento socialista sea un movimiento religioso. No lo es.
Según el presidente, los aborígenes son portadores de la semilla socialista original de estas tierras, que debe expandirse y multiplicarse. Ellos vivieron el socialismo durante siglos y todavía lo viven en algunas comunidades. Son ejemplo de resistencia, de sabiduría, de dignidad. Por eso, propone, hay que relanzar el socialismo indoamericano, repotenciándolo, actualizándolo. Hay que respetarlo, fortalecerlo, tomarlo como ejemplo.
Se requiere también, dice, impulsar el socialismo agrario. Hay que socializar la tierra. Hay que aprender de los campesinos que han vivido en comunidades, trabajando juntos, produciendo juntos, enfrentando juntos los problemas. Hay que llevar esos modelos a los barrios, a las urbanizaciones. Así se va a incentivar que el socialismo florezca.
Sostiene, además, que hay que socializar la economía, crear un modelo nuevo. Hay que crear una economía productiva socialista. Hay que impulsar el cooperativismo, el asociativismo, la propiedad colectiva, la banca popular y núcleos de desarrollo endógeno. Se trata de dejar atrás la lógica de funcionamiento perverso del capitalismo. Son válidas experiencias diversas como la autogestión y cogestión, la propiedad cooperativa y colectiva. Se trata de fomentar y combinar empresas de producción social y unidades de producción comunitaria.
Todas esas experiencias deben irradiarse como ondas expansivas a todo el contorno geográfico y social. Con ello se ira dando forma a la anomalía socialista venezolana.
Se trata de una apuesta a contracorriente en pleno cambio de época, un síntoma de que la historia también avanza en sentido contrario. Una apuesta que ha sido caricaturizada para evitar dar un debate en serio sobre sus alcances y significado. Es por ello que explicar en qué consiste realmente es el punto de partida para una discusión seria.
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