Octavio Rodríguez Araujo
Las ultraderechas se dividen en religiosas y no religiosas. Estas últimas son las que basan su ideología en la teoría de la evolución desarrollada por Darwin, principalmente en el El origen del hombre (1871). Para estos ultraderechistas, siempre racistas, los blancos son los más evolucionados y los más fuertes en la trayectoria del ser humano, son la raza superior y son los que, en la selección natural de las especies, en este caso del ser humano, merecen sobrevivir. El nazismo fue la máxima expresión de esta rama de las ultraderechas, y todos conocemos sus terribles consecuencias. Pero, debe aclararse, no todos los defensores de las teorías de Darwin son o han sido de ultraderecha ni racistas.
La rama religiosa de las ultraderechas es contraria a la no religiosa en un aspecto: el rechazo al darwinismo y la explicación del origen de la vida por la prexistencia de un creador (Dios) que, sobre todo en las religiones cristianas, es interpretado a partir de la Biblia en sus diferentes versiones y adaptaciones. Una confrontación entre ambas corrientes que se hizo famosa (y que ha sido presentada en cuatro películas: 1960, 1965, 1988 y 1999 bajo el mismo título: Inherit the Wind) fue en el juicio contra el profesor de biología John T. Scopes, en 1925, en Tennessee, Estados Unidos, porque enseñaba a Darwin en lugar de la Biblia como explicación del origen del hombre.
La ultraderecha religiosa (cristiana en sus diversas iglesias) sólo acepta como origen de la vida un creador, llamado Dios, y por extensión, el único que tiene derecho a quitar esa vida. Sin embargo, no siempre fue así. En los tiempos de la Inquisición, la Iglesia católica mataba a quienes consideraba herejes (¡Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos!), y la supuesta justificación la encontraban en que los asesinos y genocidas (llamados cruzados) eran representantes de Dios, es decir, soldados de la voluntad divina expresada por el Papa. La larga noche de la Edad Media es la demostración empírica del relativismo conveniente en que se ha movido la Iglesia católica en relación con la muerte del otro. Pero, aunque menos generalizado, ese relativismo también se dio posteriormente. Tal fue el caso de la Inquisición española que llegó hasta principios del siglo XIX, como bien se sabe en estas tierras americanas.
El no matarás se volvió un valor aceptado por las legislaciones, incluso laicas, en casi todo el mundo. Pero hay matices. En algunos países existe la pena de muerte legal, impuesta por el Estado; en otros ha sido proscrita y no necesariamente por razones religiosas. En algunos lugares se acepta el derecho de una persona a quitarse la vida en ciertas circunstancias (eutanasia), en otros no. En muchas naciones se ha legislado sobre el derecho de la mujer o de la pareja a tener hijos, a no tenerlos o a impedir su nacimiento por diversas razones; en otras no. La pugna, sin embargo, es la misma: entre las creencias religiosas fundamentalistas o fanáticas y la ciencia o los valores derivados de ésta.
Los religiosos cristianos y fundamentalistas, que constituyen buena parte de la ultraderecha del llamado mundo occidental, son contrarios a la eutanasia, a la planificación familiar con base en anticonceptivos (incluido el condón), al uso de la llamada píldora del día siguiente y, desde luego, al aborto en todas sus modalidades. Son intolerantes, como todos los ultraderechistas, y su intolerancia está basada en la falta de respeto hacia los demás, so pretexto de que ellos son seguidores, predicadores y defensores de la "palabra de Dios" interpretada por el jefe del Vaticano o sus equivalentes en otras religiones también cristianas. Su credo es, cuando les conviene, "lo que Dios quiera", "si Dios quiere", "hágase la voluntad de Dios", etcétera, lo cual revela, para los que creen en Dios, no una gran humildad ante la deidad "que hace su voluntad", sino una enorme soberbia, la soberbia del que cree que representa a su Dios y sus designios, la soberbia del cruzado que no vacila en asesinar incluso a una mujer embarazada si ésta es hereje; la soberbia del Ku Klux Klan que mata al afrodescendiente por el color de su piel, aunque también sea cristiano. La soberbia del obispo que protege al pederasta, pero que está en contra de la unión de homosexuales o lesbianas y, obviamente, de cualquier decisión de la mujer sobre su cuerpo y su embarazo. La soberbia de quien está en contra del uso del condón, sin importarle que muchos mueran por no usarlo. Y, finalmente, la soberbia de quien antepone el dogma de fe al desarrollo de la ciencia, negando en los hechos sus avances y descubrimientos sólo en lo que le conviene como militante de su fe y de su Iglesia.
Esta ultraderecha existe en México, se manifiesta y amenaza. Es la misma que quiere imponer sus valores religiosos (sólo aceptados por quienes comulgan con esos dogmas) sobre las leyes para todos, sean o no religiosos. La cosa es más simple de lo que parece. Si los católicos fundamentalistas están en contra del aborto, de los anticonceptivos y demás, que no los practiquen, están en su derecho, pero que dejen a los demás guiarse por sus propios valores, y hasta por sus propias creencias. El que crea que es indebido o es pecado el aborto, que se abstenga de realizarlo, pero el que no crea lo mismo, que lo lleve a cabo si esa es su voluntad. Lo que debe contemplar una ley moderna y no medieval es precisamente despenalizar todo aquello que sólo es válido para determinados religiosos (ni siquiera para todos) o grupos sociales. Aceptando, sin conceder, que Dios-creador existe, ¿para qué nos dio el libre albedrío? ¿Para que nos lo restrinja un cura, un Caballero de Colón, un miembro del Opus Dei o de los Legionarios de Cristo, un jefe del negocio llamado Provida, un protector de pederastas? No, gracias. Ellos en sus templos y en sus grandes negocios. Nosotros en lo nuestro, pensando y trabajando para sobrevivir.
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