Gustavo Esteva
Escoge bien a tu enemigo", aconseja un antiguo dicho árabe: "vas a ser como él". Si tu enemigo es un ejército, tendrás que montar otro para enfrentarlo; si tu enemigo es la mafia, te harás mafioso.
"No podemos involucrar al ejército de Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico", señaló hace algunos años el zar estadunidense de la droga; "crearía un problema de seguridad nacional". Reconocía así el riesgo de disolución de las fuerzas armadas cuando se les emplea en esa función. Fue un acto de cinismo, pues acababa de realizar una gira por América Latina en la que presionó a todos los gobiernos que visitó para que sus ejércitos lucharan contra ese enemigo. No le importaba que esos ejércitos se disolvieran. Quedaría en pie, para lo que hiciese falta, el ejército de Estados Unidos.
Los datos duros respaldan el argumento. Un estudio del presidente de la Barra de Abogados de Puerto Rico reportó desde hace tiempo que, de cada dólar que paga un consumidor estadunidense de droga, le tocan al productor en Colombia o México de tres a cinco centavos y a los traficantes y distribuidores entre 10 y 15 centavos. El resto va a dar a las manos de quienes supuestamente combaten la operación.
El sabio consejo árabe puede verse en otro contexto. Para Kart Schmidtt, el prominente jurista alemán, la distinción amigo/enemigo forma el concepto de lo político, así como la distinción entre el bien y el mal forma el de la moral y el de lo bello y lo feo el de la esfera estética. El genio de Marx, según Schmidtt, habría sido convertir la cuestión social en asunto político al expresarla como antagonismo entre burgueses y proletarios.
Tras el ostracismo que sufrió a raíz de su condena en Nuremberg, por sus servicios a la causa nazi, Schmitt goza de fama póstuma. Sus libros han sido finalmente traducidos al inglés y son referencias obligadas en el mundo académico, particularmente en Estados Unidos. Si bien los fundamentos teóricos y éticos de sus planteamientos son frágiles, su enfoque describe eficazmente las actitudes de las clases políticas en los estados modernos. Sin la distinción amigo/enemigo no podría entenderse la política estadunidense o el comportamiento de políticos de muy diversas orientaciones ideológicas.
Quienes conciben de ese modo la política y se dedican obsesivamente a identificar aliados y adversarios pierden a menudo de vista el sentido mismo de la acción política -el bien común- e incluso sus propios propósitos. Es frecuente, además, que al surgir dificultades para enfrentar a los enemigos identificados la lucha se oriente contra los del propio bando.
Cuando las luchas intestinas en el seno del PRI dejaron de resolverse con el manotazo presidencial llegaron a niveles de ferocidad literalmente mortales. El PRD parece dedicar más energía a dirimir sus conflictos internos, entre enemigos declarados, que a la lucha con adversarios de afuera o por las causas que pretende defender. Los trapos sucios del PAN, que acostumbraba lavar en casa, se exhiben ahora muy públicamente. Las confrontaciones por las candidaturas son frecuentemente más intensas que la competencia por los votos, y ésta se define cada vez más por una mercadotecnia orientada a liquidar al enemigo, como acaba de verse en el proceso de 2006.
Los órganos de coordinación de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca han padecido desde el principio esas obsesiones, atrapados en disputas internas y reduciendo la compleja lucha de la APPO a la confrontación con un enemigo identificado. En su base social, en contraste, se observa desprecio por esos juegos obscenos de las clases políticas y un creciente compromiso con otras tradiciones políticas que se ocupan seriamente del bien común.
Conforme a esas tradiciones, en vez de la empecinada lucha por el poder económico o político, que ha sido la fuente de todas las corrupciones, el empeño se orienta a realizar directamente los cambios que hacen falta. En vez de la representación, convertida cada vez más en disputa entre amigos y enemigos por posiciones y privilegios, se busca la presencia -el ejercicio activo de la dignidad por parte de los hombres y mujeres que forman la sociedad, los cuales no se conforman ya con el disfrute vicario de los desplantes, decisiones y acciones de líderes o representantes y toman directamente en sus manos la actividad política.
En México aprendimos todo esto con el zapatismo, que a pesar de todo sigue siendo corazón y sustancia en las entrañas de los movimientos sociales y políticos actuales. Con él, igualmente, se va tejiendo la nueva perspectiva.
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