Carlos Fazio
Para los uruguayos, junio tiene reminiscencias golpistas. El 27 de junio de 1973 se produjo el golpe de Estado de Juan María Bordaberry que completó el proceso de fascistización iniciado por Jorge Pacheco Areco, quien gobernó entre 1968 y 1972 bajo Medidas Prontas de Seguridad, un equivalente al Estado de sitio previsto en la Constitución para situaciones de excepción; Pacheco las utilizó de manera ininterrumpida. Bajo su mandato se aplicaron en Uruguay las técnicas de persuasión colectiva propias de la guerra sicológica importada de Estados Unidos, que, mediante la manipulación de los medios de difusión masiva bajo control monopólico, creaban "situaciones" que influían en las emociones, actitudes y acciones de la población. La Ley de Seguridad del Estado estableció la detención "preventiva" de opositores, y de la mano del agente estadunidense Dan Anthony Mitrione, al frente de la misión de la Agencia Interamericana de Desarrollo (USAID) y la estación de la CIA en Montevideo, se fue instaurando un régimen de terror. Mitrione, torturador enamorado de su oficio que enseñó a los militares y policías uruguayos a aplicar el "dolor preciso, en el lugar preciso, en la proporción precisa", combinaba las refinadas técnicas del interrogatorio y la picana eléctrica con la violación de mujeres y hombres por agentes ebrios o drogados y perros amaestrados, auxiliado siempre por médicos apóstatas que controlaban la resistencia del prisionero.
Una de las primeras medidas de Pacheco fue clausurar el diario Epoca, que dirigía Eduardo Galeano, y el semanario socialista El Sol, y mediante decretos sucesivos prohibió a la prensa oral, escrita y televisada referirse a los llamados "grupos delictivos" y "movimientos clandestinos" y el uso de nueve palabras: "comandos", "células", "terroristas", "delincuentes políticos", "delincuentes ideológicos, "extremistas" y "subversivos". Después impuso la censura previa, prohibió la actividad de la agencia Prensa Latina y siguió clausurando periódicos al amparo del "Estado de excepción". La obra fue completada por Bordaberry, hacendado anticomunista mesiánico que llegó a la Presidencia a través de un fraude electoral e instituyó el "Estado de guerra interno" en beneficio de la oligarquía financiera. Luego disolvió el Parlamento, ilegalizó la Convención Nacional de Trabajadores, intervino la Universidad, ilegalizó partidos políticos, clausuró medio centenar de medios impresos -entre ellos dos de la Iglesia católica, considerada "nido de marxistas"-, militarizó el sistema educativo, suprimió en la Biblioteca Nacional las obras de Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Federico García Lorca, Nicolás Guillén, Pablo Neruda, Antonio Machado, Miguel Hernández, Bertolt Brecht, Sigmund Freud y prohibió artistas como Alfredo Zitarrosa, Aníbal Sampayo, Daniel Viglietti, Joan Manuel Serrat, Concepción China Zorrilla, Atahualpa del Cioppo... Vamos, prohibió hasta grabaciones de Carlos Gardel, fallecido en 1935, porque sus letras aludían a las huelgas y la lucha de clases.
Mientras, los escuadrones de la muerte ejecutaban y desaparecían luchadores sociales y uno de cada 450 habitantes fue a parar a la cárcel, por lo que, en proporción de su población, el número de presos políticos sólo se igualó al de la Alemania nazi. Miles salieron al exilio, y a algunos la mano del terrorismo de Estado los alcanzó en el extranjero. A otros, los consulados uruguayos les negaron pasaporte, desconociendo su ciudadanía y convirtiéndolos en apátridas. En su refugio mexicano, Carlos Quijano sintetizó la situación en el paisito: "Encierro, destierro o entierro".
Pero Uruguay tenía más de un pampero y, como clamó Ibero Gutiérrez, el joven poeta asesinado en 1972, poco a poco un viento tibio hizo volver la alegría a la patria de Artigas. En 2004 la gente votó contra la resignación y el conformismo, contra los miedos, las demonizaciones y los cucos terroristas manipulados desde el poder y azuzados por la "gran prensa" oligárquica que aboga por una democracia hueca, sin verdad ni justicia, con impunidades. El pueblo votó contra el miedo y por un cambio. Y dio inicio una nueva era progresista no exenta de contradicciones y letargos, con sus teorías de los dos demonios y sus nunca más.
Los uruguayos de afuera también contribuyeron a la victoria; entre ellos, unos 700 que viven en México. El año pasado, el presidente Tabaré Vázquez visitó el país y tocó los tamboriles en la sede del Gobierno del Distrito Federal, acompañado de Alejandro Encinas y el embajador José Korseniak. Mayo nos trajo a Viglietti y a la murga compañera Agarrate Catalina, exponente del espectáculo teatral-musical más popular del carnaval montevideano. Y ahora, en junio, se cumple el primer aniversario de la Tarjeta Consular Uruguaya, iniciativa sin precedente a escala mundial, impulsada por el cónsul Diego Pelufo, que agrupa a 136 empresas y cuyo fin es generar beneficios de carácter comercial, vía descuentos y tarifas preferenciales, para la comunidad uruguaya residente en México, muchos de los cuales ya habíamos encontrado patria y a los que ahora se nos reconoce, también, nuestra nacionalidad original.
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