Por Gabriel Molina
El 13 de agosto de 1961, hace hoy 46 años, comenzó a erigirse en Berlín un Muro de hormigón, de 47 Km. de longitud y 4 m de altura, que dividió la ciudad en las dos partes en que el había sido dividido el país por dos sistemas políticos al terminar la II Guerra Mundial.
El muro nació en un momento de gran tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética y se convirtió en un símbolo de la guerra fría, sobre todo de su propaganda, que la bautizó como el Telón de Acero. Mediante esta tajante separación, se impedía el éxodo desde el este que el oeste premiaba.
Cada una de las dos superpotencias resultantes de la II Guerra Mundial (Estados Unidos y Unión Soviética) influyó en el desarrollo, vida, contradicciones, disputas y reconciliaciones entre las dos partes de la ciudad que separaron. Durante los 28 años de existencia del Muro, se dice que cientos de personas murieron al intentar cruzarlo.
Familias y amistades quedaron separadas. Hubo tensiones entre las partes. Hubo artistas de diferentes manifestaciones, que reflejaron el conflicto en sus obras. Disímiles intereses y sistemas políticos antagónicos, entre las partes, propiciaron una hostilidad mutua, creció una intensa rivalidad. El desarrollo económico y el nivel de vida, también crecieron a escalas diferentes en los dos Berlín.
En noviembre de 1989 comenzó la demolición del Muro, efectuada tanto por personal oficial como por voluntarios. Después Berlín volvió a ser la capital de Alemania unificada.
Otras dos barreras están actualmente en construcción, tan polémicas como menos criticadas. El recuerdo de la otra debía convertirse en su Némesis.
Ellas son el muro que levanta Estados Unidos en la frontera con México y el que levanta Israel, desde el año 2002 en territorio ocupado a Palestina. A este último le llaman “muro de la vergüenza” o “muro de la defensa,” según lo nombren de uno u otro lado del conflicto palestino o israelí.
En los tres casos mencionados, los países que un día se propusieron levantar barreras y después las administraron, tienen en común haber alegado motivos de defensa al comenzar los intentos para levantarlas, pero en realidad estos muros han sido, son y serán puntos de control represivos. Estados Unidos e Israel, además de haberse apropiado de terrenos ajenos, han creado barreras de entrada, mientras la República Democrática Alemana creó barreras de salida.
Desde que el mundo es mundo, las poblaciones humanas, animales y hasta las vegetales se mueven de una latitud a otra buscando agua, alimentos, climas favorables y una vida mejorada.
Hoy en día, la gente de pocos recursos va en busca de trabajo y oportunidades. Se ha demostrado que ni los muros, ni los mares disuaden a los emigrantes ilegales. Las barreras dificultan y sobre todo encarecen el paso, pero no lo detienen. Ninguna barrera, por imponente que resulte, es suficiente para intimidar a aquellos que intentan a costo de su propia vida, garantizar primero su sustento, para después ayudar a su familia. Siempre el hombre trató y tratará de establecerse allí donde crea tener la oportunidad de buscar lo que quiere de la vida, independientemente de alcanzarlo o no, pero creyendo que vale la pena intentarlo.
Ni terminando el cacareado Muro entre México y Estados Unidos, ni alargándolo más de lo previsto, ni cubriendo los alrededor de 3,200 Km. de largo de frontera, ni incrementando ni automatizando cada vez más la vigilancia, se logrará impedir el flujo migratorio; siempre habrá una brecha por dónde colarse. Si de veras quiere erradicarse la migración será imprescindible buscar otros métodos, bien podrían los países receptores de inmigrantes otorgar permisos de trabajo temporales mejor pagados, en los mismos empleos que hoy ofrecen y mal pagan por la izquierda. O mejor aún contribuir no solo de boca para afuera, sino de veras, con el desarrollo y progreso de los países de aquellas personas cuya única esperanza es emigrar de sus diarias vicisitudes.
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