Eduardo Montes de Oca
Insurgente
Claro que todo depende del punto de vista. De la óptica. Más gráficamente: un vaso mediado (de agua, vino, no importa) estará casi lleno para unos y, asimismo, casi vacío para otros. ¿Optimistas, los primeros; pesimistas, los segundos? Y ¿por dónde andarán los realistas? ¿En el justo medio siempre? ¿O unas veces sumidos en el pesimismo y otras en el optimismo? ¿Se puede ser optimista en lo fundamental, en lo esencial, y pesimista en lo colateral, en lo fenoménico? ¿O al revés?
Estas disquisiciones con sabor a perogrulladas, o perogrulladas mondas y lirondas, da igual, me las suscitan varios informes de prensa que confronto por la endiablada costumbre de buscar en la vida una letanía de contradicciones. Porque siempre habrá una objeción a la aseveración. Nada es absoluto, ¿no?
Hoy asisto, reportes periodísticos mediante, a un reciente encuentro de 150 entrañables optimistas –juro que esto no constituye una carga de fusilería peyorativa-, representantes de movimientos sociales y organizaciones no gubernamentales convocados, en Montevideo, por el Llamado Mundial a la Acción contra la Pobreza (GCAP, sus siglas en Inglés), red tejida en el Foro Mundial de Porto Alegre, en 2005.
¿El objetivo de la cita? Definir cómo exigirán a los gobiernos del orbe el cumplimiento de la promesa de acabar con un flagelo que, por cierto, desdice de toda una propaganda panglossiana –“este es el mejor de los mundos posibles”-, propaganda neoliberal como salida de alguien que, para soltarlo en buen cubano, se “da escofina en el ombligo”, alguien presa de desenfrenado narcisismo político.
Los reunidos dejaron sentado que “queremos comercio justo, queremos cancelación de la deuda, no solo para algunos pequeños países, sino para un número mayor, y no solo un aumento de la cantidad de la ayuda (al desarrollo), sino una mejora de la calidad”.
En ese contexto subrayaron que el GCAP ha resultado un éxito, pues ya “consiguió introducir en la agenda de las naciones más poderosas asuntos como la rendición de cuentas a la sociedad, la participación democrática, los derechos humanos, el comercio justo, la cancelación de la deuda externa, más y mejor ayuda al desarrollo, igualdad y cumplimiento de las Metas del Milenio” (fijadas por los miembros de la ONU en 2000, entre ellas figuran la reducción a la mitad de la pobreza extrema y el hambre, la educación primaria universal y la promoción de la igualdad de género y de la autonomía de la mujer).
La campaña ha creado “una base muy amplia de lucha contra la pobreza en el mundo”. Pobreza que se ofrece plena en estadísticas como la muerte diaria en el planeta de 30 mil niños, uno cada tres segundos, por obra y gracia de la carencia total de recursos. Para mayor inri, se calcula que en el Asia sudoriental y el Pacífico este año perecerán por la misma causa 500 mil menores.
Y aunque el año pasado la ONU haya informado que en Asia hay más de 200 millones de personas menos en la indigencia que en 1990, y pronosticado que las proporciones de la pobreza se reducirán en 50 por ciento en el norte de África, como señaló nuestra gente en Montevideo, esta no tuvo reparo en reconocer que el hambre no está retrocediendo “de forma suficiente para erradicarla a la mitad en 2015”, y que sigue “creciendo la desigualdad”.
Optimismo y pesimismo: ¿dos caras de una moneda? Pasemos por alto los filosofemas y tomemos otro reporte periodístico. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) aseguró que la ayuda económica de 22 países ricos a los países en desarrollo bajó 5,1 por ciento. “Así, la ayuda en 2006 fue de 103 mil 900 millones de dólares norteamericanos, que equivalen al (magro) 0,3 por ciento del producto interno bruto de esas naciones, que forman el Comité para la Ayuda al Desarrollo (CAD)”. (Nota casi al margen: el principal donante único, EE.UU., entregó 0,1 por ciento de su PIB, 20 por ciento menos que en 2005).
Tocado el turno a los realistas, este comentarista quisiera representarlos aquí. Y, por consiguiente, pediría que no nos dejemos engañar por cantos de sirena. No importa que incluso instituciones neoliberales como el Banco Mundial anden advirtiendo que el segmento de la población planetaria ubicada en la base (¿el subsuelo?) de la pirámide económica representa un mercado potencial de unos cinco billones de dólares. ¿Trabajarían para ese mercado emergente?
Para más de un observador avisado significaría una contradicción evidente que el sistema que hizo a los menesterosos, y los mantiene tales, para el despegue de sí mismo, de las fuerzas productivas que lo caracterizan, venga ahora a repartir la plusvalía, las ganancias arrancadas a pura sangre, a puro sudor, en un gesto cuando menos contradictorio...
Digo yo, convencido perseguidor del realismo en política, economía y otras ciencias de la sociedad. Y ojalá me equivoque.
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