Bernardo Bátiz V.
Diálogo y debate
La sociedad moderna es por su propia naturaleza plural y heterogénea; esto no es discutible, es necesario tan sólo constatarlo, comprenderlo y entender que al participar en la política (deber de todos) tenemos que tomar en cuenta dicha verdad. Ciertamente hay convicciones, filosofías, modos de pensar diferentes y también intereses de todo tipo encontrados y excluyentes.
Maurice Duverger, en un libro escrito hace ya más de treinta años, su Introducción a la política (Ediciones Ariel, Barcelona, 1970), sostiene que la política se basa en opciones y en compromisos y esto presupone la diversidad en la colectividad. La política es, agrega el politólogo francés, una contienda, una lucha por el poder; sin embargo, agrego, no es una guerra sino que se trata de una confrontación civilizada entre personas divergentes en algunos aspectos pero que necesariamente deben coincidir en otros.
El fundamento de la democracia es un cruce de caminos entre las divergencias y las coincidencias, para poder tomar decisiones políticas entre personas que piensan distinto; se puede, como está de moda ahora, dialogar y negociar, pero también, si no hay puntos suficientes de contacto para la negociación, será necesario tomar las decisiones mediante la mayoría de votos.
Si el diálogo no es suficiente, y no lo es cuando son muchos los que tienen que participar en una determinación, será indispensable acudir al debate para que todos los participantes estén informados de las razones de las diversas opciones y después contar por cuál de ellas se inclinó el mayor número de los interesados en la decisión, esto es, el mecanismo de la democracia se echa a andar cuando una colectividad debe escoger entre varias posibilidades.
Pero para que haya democracia hay presupuestos; uno es la buena fe de los contendientes. No habrá democracia posible si alguna de las partes en el proceso decisorio emplea mecanismos falaces o mentirosos, si usa la calumnia y las campañas de ataques sin fundamento para malinformar a los votantes y, peor aún, si durante el proceso electoral se usan subterfugios para desalentar a votantes, evitar que emitan su sufragio y, finalmente, el proceso será totalmente inaceptable si al contar los votos se hacen trampas, modifican o alteran los resultados.
Eso es lo que sucedió en México en 2006 y eso es lo que ha enturbiado toda la vida política del país a partir de entonces e impide o dificulta en forma extrema tanto el diálogo como el debate. ¿Cómo pueden las partes en un proceso sentarse en una mesa a dialogar si una de ellas es tachada por la otra con razón de fraudulenta o espuria? ¿Cómo puede haber un debate serio si se plantea una propuesta o una objeción y se responde con una campaña mediática para desviar la atención a cuestiones totalmente insignificantes?
En este momento, sectores muy amplios de la izquierda y del centro plantean que el gobierno y la derecha pretenden entregar la empresa Petróleos Mexicanos (Pemex) a la iniciativa privada y, lo peor, a inversionistas extranjeros; la respuesta del sistema y los medios de información a su servicio ha sido desviar la discusión a cuestiones coyunturales como la salida que da la diputada Ruth Zavaleta a un señalamiento general que ella misma consideró como referido a su persona. Muy respetable su persona como tal, muy discutible su posición política, pero una cosa y otra, totalmente insignificantes frente al gran problema de la pérdida para el Estado mexicano de su patrimonio energético.
El planteamiento del licenciado Andrés Manuel López Obrador es correcto, procede el debate y, por tanto, desafía a debatir a quienes proponen una reforma energética cuyo proyecto no han puesto a la vista de los actores políticos y de la opinión pública, pero que se trasluce con las graves acciones de desmantelamiento de Pemex y la entrega de multimillonarios contratos a empresas trasnacionales. El debate es indispensable, pero no alrededor de personas o de sus dichos, sino de fondo, alrededor de lo que se pretende hacer con las fuentes estratégicas generadoras de energía: petróleo y electricidad.
Contestar con publicidad superficial dirigida a los sentidos o con escándalos para distraer evita que el asunto se trate al nivel que se requiere. Puede ser López Obrador con algún representante del sistema o del gobierno; pueden ser dos o tres de cada lado, pero de cualquier manera se requiere la confrontación de razones de ambas partes, sin desviaciones y triquiñuelas, con argumentos y a la vista de la gente. La importancia de lo que está en juego así lo exige.
Otro sí digo: Siguen publicándose libros sobre el fraude electoral y sobre la dura respuesta de los campamentos en el Zócalo y Reforma; Eduardo Soto Yáñez nos sorprende con la novela Los renegados, donde combina ficción y realidad con maestría y amenidad, en una historia de un amor maduro en el marco de la resistencia civil. La tesis es sencilla: en política como en amor, la esperanza es un ingrediente insustituible (a más de una virtud).
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