León García Soler
“Ya los enanos, ya se enojaron”, rezaba la cantilena infantil y burlona. En los salones de la oligarquía rezan novenarios a San Judas Tadeo y gimen de terror por el entronizamiento de la partidocracia. Los apóstatas del cesarismo sexenal proclaman el peligro inminente del retorno del autoritarismo presidencial. Y los aspirantes al monopolio opositor se aferran a la ilusión del poder metaconstitucional, porque se hicieron del Supremo Poder Ejecutivo de la Unión que se deposita en un individuo, y la incompetencia, la frivolidad, la deshonestidad y el desprecio de Vicente Fox por el poder constituido les heredó una institución fracturada, un poder disperso, evanescente, fugitivo.
Legado de enanos que no alcanzaron a montarse a horcajadas sobre los hombros de antepasados que parecían gigantes. Sobre la generación de la Reforma, de talla tal que en el patio mariano de Palacio y bajo la estatua sedente de Juárez, Felipe Calderón, panista, hijo de fundador del PAN, diría que gracias a Juárez y a “una extraordinaria pléyade de liberales, nuestro pueblo pudo construir una patria de libertades y derechos, de orden y respeto”. Los sinarquistas que encapucharon las estatuas de Juárez, los jerarcas de la clerigalla incapaces de aceptar la separación Iglesia-Estado, empeñados en demoler las instituciones del Estado laico, callarán ante las palabras pronunciadas desde el poder constituido. Pero cultivarán la cizaña y el escándalo en espera de que la pluralidad devore a sus hijos y sea suyo el poder terrenal en la era del espectáculo.
La del poder mediático y el enriquecimiento privado como aspiración de quienes se ocupan de la cosa pública. En el PAN decidieron formar un círculo impenetrable en torno a Juan Camilo Mouriño: Iván, Narciso, según la letanía de elogios entonada por Martínez Cázares y el coro de curros deslumbrados por su reflejo en los espejos de los corredores del poder. Palabras del jefe de la Oficina de la Presidencia a la publicación Líderes mexicanos: El presidente Calderón gobierna con un grupo “de veras de amigos (que) tenemos una gran relación todos. En serio, se trabaja muy padre, es una relación muy informal, de una comunicación superabierta.” No hay marcha atrás. El cambio de guardia se ha dado con la bendición de los dueños del dinero y al amparo de la guardia pretoriana.
Por eso sorprende a ingenuos, indigna a fundamentalistas, de la ultraderecha y la ultraizquierda (que acaban por juntarse al ir a los respectivos extremos, vino a recordarnos Salvador Allende); a radicales y reaccionarios, pues, que Calderón haga suyo el discurso del “hilo conductor” del liberalismo; el auténtico panista en el poder, el mismo que declaró su aspiración a que el PAN fuera como el Partido Popular de Aznar, heredero del franquismo y la falange: La ley como escudo y espada a la sombra de Juárez. Y la invocación a Lázaro Cárdenas, el gran expropiador, para proclamar la defensa de la propiedad soberana, la rectoría del Estado y la no privatización de Pemex. ¿Felipillo santo, o Felipe el apóstata? Palabras, palabras, palabras.
En el PRD, el partido de las izquierdas que encontraron espacio en la vertiente legal abierta por el tuxpeño Reyes Heroles y se fundieron en torno a la figura de Cuauhtémoc Cárdenas, los enanos se han empeñado en feroz combate, decididos a llegar al suicidio colectivo, a destruirse ellos mismos ya que no los ha podido liquidar ni el priato tardío que les colgó la medalla de “nostálgicos del nacionalismo revolucionario”, ni la extrema derecha que ellos ayudaron a hacerse del poder para sacar al PRI de Los Pinos a toda costa. Por eso andan por ahí antiguos bardos del infantilismo democrático que declaran obsoleta la expropiación petrolera: acción del general Lázaro Cárdenas, dicen, para consolidar “un régimen que ya no existe”. ¿Cuál? ¿El presidencial? ¿El federal, democrático, representativo y laico?
El régimen persiste, vigente. Ni golpe de mano ni llamado a elecciones para integrar un congreso constituyente, seguimos en la transición en presente continuo. Confusión en la que progresistas talentosos y de buena fe gritan su indignación por “los sueldos y prestaciones de privilegio” que reciben los trabajadores petroleros, porque disfrutan de servicios médicos y hospitalarios, de jubilaciones y créditos para viviendas. ¿De veras les molesta que haya obreros con buenos sueldos y prestaciones?
No basta la condena genérica a la corrupción del sindicalismo “corporativista”. El 18 de marzo, Carlos Romero Deschamps, dirigente del STPRM, dijo en Dos Bocas, Tabasco, que a ellos no les pueden atribuir el sistema de financiar obras que se traduce en deuda, ni mucho menos el marco fiscal que ordeña la empresa y le impide invertir lo indispensable. Los gobernadores hacen las cuentas del gran capitán con los elevados ingresos petroleros. Pero acuden con el sombrero en la mano a la Secretaría de Hacienda. Francisco Gil supo actuar como el vicepresidente económico; la secretaría volvió a ejercer control político y distribuir el gasto público por decreto. Por afinidades sentimentales.
El 18 de marzo, Andrés Manuel López Obrador convocó a la resistencia pasiva contra la inminente iniciativa gubernamental de privatizar Pemex; a formar cercos de mujeres que impidieran el acceso al Congreso, para que no se pueda discutir y aprobar la iniciativa denunciada. Un llamado así exige unidad partidista, cuando menos. ¿Cómo explicar la ausencia de los grupos partidarios de Jesús Ortega, de los coordinadores de las fracciones parlamentarias, de todo aquel que no se plegara a la decisión del liderazgo incontestado del tabasqueño? Para evitar la furia de los cabales, en vísperas de elecciones internas, dijeron.
Y el cerco no alcanzó a cerrarse porque el PRD ofreció un vergonzoso espectáculo: todas y cada una de las lacras del clientelismo, trampas y trucos, compra y venta de voluntades, la infinita variedad de fórmulas aplicadas al fraude electoral, a conducir el proceso a un callejón sin salida. No vale la pena reproducir las acusaciones y cargos de unos y otros. Ni siquiera fueron capaces de evitar la reproducción exacta y precisa de hechos y palabras que repetían hasta la saciedad los cargos y acusaciones hechas por ellos en las elecciones presidenciales de 2006.
Andrés Manuel López Obrador ha callado. Si acaso, en la breve guardia hecha en el Hemiciclo a Juárez, dejó traslucir su disgusto por el previsible daño de la sucia confrontación interna al buen éxito de su convocatoria a un movimiento nacional de resistencia pacífica. Pero sus paniaguados tuvieron a mal desautorizar lo dicho por Cuauhtémoc Cárdenas. Cota Montaño empezó por declarar su “respeto” al militante distinguido. Farsa retórica; civilidad mal simulada.
Cuauhtémoc Cárdenas dijo lo que todos sabemos, lo que los propios contendientes y árbitros han hecho y dicho. Lo que ellos llaman “cochinero”. Cárdenas aseguró que las elecciones llegaron “a grados tales de desaseo y confrontación, que exhiben lo extremo de su degradación y reclaman acciones drásticas y decisivas”: anular los comicios.
No puede haber ganador. En esas condiciones, diría Cárdenas, el partido “está incapacitado para cumplir con el compromiso que tiene con el pueblo y la nación”.
Y así es, aunque haya quienes prefieran pedir a gritos la presencia de Barrabás.
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