Víctor M. Toledo
Hoy se debe defender al petróleo como bien público, acudiendo a la consulta; haciendo frente a la voracidad del capitalismo corporativo de escala global, el mismo que fue expulsado del país en 1938, y que hoy retorna, agazapado, en las reformas blanquiazules. Sin embargo, no se puede hacer una defensa nacionalista de ese recurso fuera del contexto global y de los escenarios presentes y futuros del mundo. La soberanía nacional, la historia patria, el espíritu de lo mexicano, se defiende a la par que se lucha por la vida, la dignidad de toda la humanidad y el equilibrio del planeta. El nacionalismo se afirma en lo universal y viceversa. Se lucha localmente mientras se piensa globalmente.
En el debate petrolero, estamos frente a una contienda de dos pistas: la que nos marca la propia historia del país, más rápida e inmediata, y la que nos enmarca en los procesos sociales y ecológicos de escala global y de más largo aliento. Por ello, la modernización de Pemex debe realizarse dentro de una visión más amplia: la de la obligada transición hacia otras fuentes de energía, pues el petróleo, no debe olvidarse, es la primera causa de la contaminación atmosférica y el calentamiento globales.
Todo indica que estamos al final de la “era del petróleo”, la época en la que la humanidad creció como nunca en la historia, con toda su pesada carga: ciudades, industrias, autos, fábricas, carreteras, aparatos, utensilios, máquinas diversas. Tengo frente a mí la gráfica, bien diseñada y a todo color, de la Association for the Study of Peak Oil and Gas (www.peakoil. net), incluida en un excelente ensayo de R. Fernández-Durán (www.ecologistasenaccion.org), en la que se registra 2010 (¡leyó usted bien!) como el año del quiebre, el momento en el cual la humanidad se habrá devorado ya la mitad de las reservas probadas de petróleo, y éste comenzará su descenso.
Como sucedió con la discusión sobre el calentamiento global, a pesar de las resistencias los datos han ido demostrando que el momento del quiebre se sitúa en los años que vienen (ver la excelente síntesis del tema en www.wikipedia.org). Este pico de máximo petrolero fue ya alcanzado antes por Estados Unidos en 1970, por Rusia en 1985, y por los países europeos en 1995. Estos datos, con los cuales coinciden en lo general los principales analistas del tema, indican que estamos entrando ya a la “fase terminal” de una era de casi siglo y medio, iniciada en 1859, año en el que un primer pozo petrolero del este de Estados Unidos hizo brotar de las profundidades el primer chorro de los “veneros del demonio”.
Con una dinámica mundial que cada día exige más, no menos, petróleo, pues el proceso de modernización que hoy domina es sinónimo de más capitalismo, industria, urbanismo, consumo desmedido, individualismo, y uso despilfarrador de los principales recursos del planeta, la velocidad de la fase final de la era petrolera habrá de acelerarse. Hoy se requiere más petróleo (¡producid, producid, producid!) para satisfacer las necesidades de 400 ciudades de más de un millón de habitantes y de 60 urbes con más de 10 millones (más las áreas rurales), y esto se verá amplificado en los próximos 10 años por el vertiginoso arribo de millones de nuevos “desarrollados” en China, India, Brasil, Sudáfrica y otros países.
De acuerdo con la Agencia Internacional de Energía (www.iea.org) se estima que para 2012, la demanda petrolera de la humanidad ¡ya no podrá ser satisfecha! Eso significa que se desencadenarán fenómenos impredecibles e incontrolables a consecuencia del aumento irreversible de los precios del petróleo. Sólo unas cifras: la demanda pasó de los 10 millones de barriles diarios (mbd) en 1950 a los 80 (mbd) en 2000, y será de casi 100 (mbd) para el año que viene. En suma, debemos ir diciendo adiós al petróleo, despidiéndolo con beneplácito, porque un modelo civilizatorio que ha puesto en riesgo el equilibrio del ecosistema planetario toca a su fin, y porque otro nuevo debe comenzar a edificarse.
Lo anterior trae al centro del debate la llamada “transición energética”, la necesidad de organizar el mundo social a partir de otras fuentes de energía no fósiles. Cada sociedad, cada país, cada región, debe prepararse para vivir esta transición inexorable con el menor sufrimiento posible (pobreza, hambrunas, sublevaciones, represiones). Hoy, los mexicanos necesitamos a Pemex para sufragar ese cambio hacia otras fuentes energéticas (solar, eólica, hidráulica, geotérmica, de biomasa). Para ello, las ciudadanías deben exigir cuenta claras, manejo transparente, uso democrático, de los millones y millones de dólares que entrarán como ganancia petrolera en la próxima década (la cifra oficial de las reservas ha sido establecida en 9.2 años).
Como en toda transición, el cambio será profundo y auténtico o meramente cosmético, es decir, controlado por los mismos poderes económicos y políticos que dominan y explotan al mundo y que buscan implantar soluciones ficticias o de alto riesgo (agro-combustibles, centrales nucleares, tecnologías alternativas bajo el monopolio de las corporaciones). El dilema es si los ciudadanos, dejamos que el cambio energético se haga sin un radical rearreglo civilizatorio, o si por el contrario la sociedad organizada impone una nueva forma de modernidad.
En suma, el debate petrolero no debe perder de vista la dimensión del cambio energético global que, como hemos visto, ocurrirá en un horizonte de tiempo mucho más corto de lo que suponíamos. Un cambio cualitativo que será vivido ya por nuestros hijos, y que será crucial para nuestros nietos. Mientras tanto ofrezcamos un adiós decoroso al petróleo mexicano, exigiendo el uso social y democrático de sus beneficios, como recurso para satisfacer las necesidades más acuciantes de la sociedad presente y próxima, como plataforma para realizar un cambio radical de civilización. Antes de que el destino nos rebase.
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