Peter Melchett*
Los argumentos en torno a la modificación genética, a menudo caracterizados erróneamente como ciencia contra irracionales adoradores de la naturaleza, no han perdido nada de su pasión. De un lado están los que sueñan con soluciones sencillas de alta tecnología a problemas complejos; del otro, y en contra de los organismos genéticamente modificados (OGM), existen realidades ecológicas y evidencia científica. Hay pruebas abrumadoras de que la agricultura torció el rumbo después de la última guerra, con el uso extendido de fertilizantes de nitrógeno y aerosoles.
En Gran Bretaña, perdimos hasta 95 por ciento de nuestros antiguos bosques, prados, jardines y vida silvestre, y presenciamos pérdidas masivas de granjas y empleos agrícolas. La agricultura se volvió más dependiente del petróleo. Nuestros alimentos perdieron vitaminas, sabor y diversidad, y nuestra dieta dejó de ser saludable.
Conforme el costo ambiental y humano de la agricultura industrial se volvió más difícil de negar, llegó una nueva cura milagrosa: la ingeniería genética. Hace 20 años, los OGM prometieron maravillas increíbles: fruta que no se congelaría jamás, cultivos que no necesitarían fertilizantes ni aerosoles, alimentos con vitaminas y medicamentos incorporados vía genética. Pronto toda la comida sería genéticamente modificada. Los genetistas transformarían todo lo que deseáramos, tomando un gen de pez aquí, uno de cerdo allá, añadiendo un gen de bacteria y tal vez un pedacito de un virus.
El mayor golpe de las compañías productoras de OGM, y su mayor fraude científico, fue asegurarse de que ningún alimento genéticamente modificado se sometiera a pruebas de seguridad. En Estados Unidos impusieron el concepto de “equivalencia insustancial”, el cual significa que, si un cultivo GM se parece a su equivalente no GM y se cultiva igual, entonces lo es: no se requiere ninguna prueba de seguridad para que la gente se alimente de él.
Cierto, tal vez el maíz GM contenga virus y genes resistentes a los antibióticos agregados, así como un gen que lo hace exudar insecticida de cada hoja, tallo y raíz, pero para el gobierno de Estados Unidos se ve y se cultiva como el maíz, así que es seguro para comer.
Los cultivos transgénicos enfrentan creciente evidencia científica de incertidumbre y peligro. Pero ahora, a causa del alza constante en los alimentos, vuelve a ser noticia la afirmación de la industria de que son necesarios para alimentar al mundo. Sin embargo, una razón clave de la carestía alimentaria –aumento de precio del petróleo, que a su vez eleva el de los fertilizantes– también representa una amenaza masiva a los cultivos transgénicos. Todos los cultivos GM presentes y futuros dependen de fertilizantes artificiales, basados en el petróleo, y todos requieren ser tratados con pesticidas para sobrevivir.
En 2006, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, favorable a los transgénicos, observó que “los cultivos GM disponibles actualmente no incrementan el rendimiento potencial”, señalamiento que ya había sido hecho por un informe de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en 2004, el cual reconocía que los cultivos GM “podrían tener menores rendimientos”.
El informe Evaluación internacional de conocimiento, ciencia y tecnología agrícola para el desarrollo (IAASTD, por sus siglas en inglés) de la ONU, publicado recientemente, que reúne el trabajo de más de 400 científicos internacionales acerca del futuro de la producción global de alimentos ante los desafíos del calentamiento global y la presión demográfica, concluyó que los cultivos transgénicos no tienen gran cosa que ofrecer.
Confirmando las conclusiones de una conferencia anterior de la FAO, el informe IAASTD reconoció el verdadero potencial de la agricultura orgánica para contribuir a alimentar al mundo en una era de precios petroleros galopantes y de urgente necesidad de reducir gases de efecto invernadero, porque los sistemas orgánicos usan energía solar y trébol para fijar el nitrógeno del suelo, no petróleo y gas. El valor de este método fue confirmado también en un informe emitido este año por el Centro Internacional de Comercio, que da asesoría técnica a la OMC y a la ONU.
El nuevo reto que enfrentamos es: ¿cómo alimentar al mundo ahora que el petróleo y el gas se vuelven más caros y escasos, y a la vez reducir los gases de efecto invernadero en 80 por ciento para 2050? Nadie sugiere que la respuesta a eso sean los transgénicos.
* Director de políticas de la Asociación del Suelo, principal organización británica de agricultura y alimentación orgánica.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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