El mundo, es decir, el orden económico, social, político y cultural en el que vivimos, es el mundo construido a lo largo de los últimos siglos a partir de intereses, ideas, valores y decisiones capitalistas. Como tal ha sido moldeado, fundamentalmente, por una clase histórica, la burguesía, que ha sido y es su principal beneficiaria.
Un orden que ha elevado la posición del mundo occidental - Europa occidental y Estados Unidos, sobre todo -, tanto como ha degradado o rebajado la posición del resto del mundo, lo que equivale a decir de la mayoría de la humanidad que habita el planeta. Un orden que, junto con un indudable bienestar para una parte minoritaria de la sociedad mundial, implica problemas ligados a un determinado estilo de vida, a un cierto modelo de consumo, que a las alturas del siglo XXI ni el planeta puede resistir, ni la mayoría de la población mundial puede, ni es razonable que pueda reproducir.
Las múltiples crisis a las que estamos asistiendo - ecológica, financiera, energética, alimentaria, geopolítica-, son expresiones de una crisis superior que las engloba a todas. Estamos en presencia de una crisis de civilización, de una crisis de civilización capitalista. Para que este mundo en el que vivimos siga funcionando, es decir, siga proporcionándole a la élite capitalista mundial el beneficio, la ganancia que le permita ser cada día más élite o minoría privilegiada y más hipercapitalista o enriquecida, es preciso que todos paguemos el alto precio de contaminar, alterar el clima de la Tierra, saquear los recursos del planeta como si estos fueran inagotables, arrasar de un modo suicida con la biodiversidad, expoliar y expropiar a los pueblos y a las poblaciones de los mundos no occidentales, explotar, si se me permite "maquilar" sin ningún tipo de escrúpulo la mano de obra de los otros mundos surgidos del colonialismo y la descolonización, aceptar la explotación de la mano de obra infantil, la pobreza, la miseria, el hambre... Y, además, correr el riesgo de enfrentarse unos pueblos a otros, unos estados a otros en una lucha salvaje, en una competencia feroz que podría llegar a ser mortal, por los recursos naturales sin los que la civilización capitalista es incapaz de imaginar su propia supervivencia.
Por lo tanto, si el panorama que he trazado es real y no exagerado, como algunos se apresurarán a denunciar, es obvio que habrá que hacer algo, que buscar alguna salida porque no actuar constituiría una irresponsabilidad colectiva de dimensiones históricas.
¿Qué cabe esperar de esa burguesía transmutada en élite hipercapitalista a la que ya casi nadie se atreve a llamar por su nombre? En mi opinión muy poco o nada. Su responsabilidad y su poder económico, mediático y político es inmenso, pero creo y temo que mientras siga considerando su prioridad absoluta la obtención del máximo beneficio posible, no hará nada o casi nada y permitirá que el mundo siga rodando por la pendiente que conduce al abismo. A las pruebas me remito, véanse las inquietudes y los consensos del Foro Económico Mundial de Davos u otros cónclaves neoliberales semejantes, o las decisiones políticas del G8, verdadero cancerbero del orden capitalista mundial que, sirva como botón de muestra, es capaz de aplazar lo inaplazable, la reducción a la mitad no del año 1990 sino del año 2008 de las emisiones de CO2, ¡para el año 2050! Y es que esa burguesia, esas élites hipercapitalistas están dispuestas a vivir en auténticos mundos artificiales construidos para su exclusiva seguridad. Aislados, vallados, protegidos, microclimatizados, probablemente. Viviendo en la Tierra degradada como si vivieran en colonias de la Luna. Ghetos felices, islotes de prosperidad en medio, como temía el presidente Thabo Mbeki, de un océano de pobreza...
Pero por la otra parte estamos los demás, la inmensa mayoría de la humanidad. Por un lado, los menos, los que estamos más o menos bien, dentro del mundo occidental desarrollado y, por el otro lado, los más, los muchos más, que viven una vida más dura, mucho más dura, insoportable o casi insoportable en el infierno del subdesarrollo tercermundista. Esos que huyendo del hambre, de la miseria, de la pobreza, vienen para compartir aunque sólo sea las migajas de ese bienestar y esa riqueza que tanto les deslumbra.
¿Qué responsabilidad nos compete a nosotros, los que estamos dentro o fuera de las fortalezas de bienestar en que se han convertido Estados Unidos y Europa? Nuestra responsabilidad consiste en sacudirnos la alienación y el espejismo consumista. Es una ceguera y una locura empeñarse en seguir viviendo o querer vivir de acuerdo con un estilo de vida, con un modelo de consumo que destruye y consume al propio planeta, que nos enfrenta como lobos a unos contra otros en pos de controlar los limitados recursos vitales del mundo. Para vivir según el paradigma, para consumir como los 300 millones de estadounidenses, los 6.500 millones de habitantes de la Tierra necesitaríamos ¡Cinco planetas Tierra! Estados Unidos, es decir, el modo o estilo de vida americano, es un lujo que el mundo no se puede permitir.
Ahí radica nuestra responsabilidad. Tenemos que construir ese otro mundo posible donde los valores ecológicos, solidarios y comunitarios, pacifistas, prevalezcan y eclipsen a los valores burgueses del individualismo egoista y del consumismo a ultranza. Hacerlo implica edificar una nueva civilización, posiblemente ecosocialista, no hacerlo significa prolongar peligrosa e innecesariamente una civilización perdida, un mundo para el que no hay solución porque en sí él es el problema.
¿Pero querrá la mayor parte de la humanidad otro mundo? A mi juicio que lo quiera o no dependerá, fundamentalmente, de las circunstancias o, más bien, de que se de un determinado tipo o clase de circunstancias. Si tienen lugar, si se dan unas circunstancias excepcionalmente graves o, peor aún, globalmente dramáticas, la mayoría de la humanidad o quizá toda ella "querrá" otro mundo que verdaderamente sea posible y constituya una alternativa real al mundo cada vez menos posible en el que vivimos ahora.
¿Se están dando ya esas circunstancias? La situación parece indicar que sí. No se puede, ni se podrá cerrar los ojos, por mucho tiempo más, a la acumulación de crisis: ecológica, financiera, energética, alimentaria, geopolítica.
Nos dirigimos, en mi opinión, hacia una encrucijada, en la que el conjunto o la mayoría de la humanidad debería tomar importantes decisiones. Si prevalece la idea de que todas esas crisis, que han sido provocadas por el capitalismo, podrán resolverse en el marco del propio capitalismo, se perderá un tiempo precioso, pero si se impone la idea de que para resolver esas crisis hay que "ignorar", como mínimo, los dogmas y dictados del capitalismo o, incluso, pasar por encima de ellos, entonces las posibilidades de construir, pragmáticamente, otro mundo mejor para la gran mayoría de la humanidad crecerán espectacularmente.
No será fácil, sin embargo, que esta última vía prevalezca. Por supuesto que la élite capitalista con su inmenso poder económico, mediático y político tratará de impedir, a toda costa, una salida a las crisis no contemplada por ella. Aún le quedan cartas que jugar y si las cosas se pusieran muy feas hasta podría intentar la baza reformista.
Por mi parte estoy convencido de que la superación histórica de la civilización capitalista vendrá marcada no tanto por la inviabilidad de seguir explotando eternamente la fuerza de trabajo asalariada, como por la imposibilidad de seguir destruyendo la biosfera con políticas de crecimiento y patrones de consumo desenfrenados. Es ahí donde la humanidad tendrá que dar un giro radical porque el consumismo actual es incompatible, y más si quisiera ser adoptado por la mayoría de la humanidad, con los recursos limitados y la supervivencia misma del planeta.
¿Comprenderá la mayoría de la humanidad la necesidad de un cambio de civilización? ¿Percibirá la gravedad de una situación que pide a gritos empezar a tomar decisiones que sólo se me ocurre calificar de ecosocialistas y pacifistas? Ciertamente, no se puede aplazar indefinidamentre la solución de problemas como el calentamiento global y el cambio climático, el necesario reemplazamiento del modelo energético, la preocupante competencia por el control de los recursos naturales, las desigualdades sociales intolerables a escala internacional y estatal, problemas todos que en el marco de la civilización capitalista parecen irresolubles. Otro mundo resulta más que posible indispensable, porque dilatar el momento de emprender las acciones para enfrentarse a todos esos problemas significa, lisa y llanamente, hipotecar no ya el futuro de las generaciones venideras sino, incluso, el de las presentes.
Las múltiples crisis a las que estamos asistiendo - ecológica, financiera, energética, alimentaria, geopolítica-, son expresiones de una crisis superior que las engloba a todas. Estamos en presencia de una crisis de civilización, de una crisis de civilización capitalista. Para que este mundo en el que vivimos siga funcionando, es decir, siga proporcionándole a la élite capitalista mundial el beneficio, la ganancia que le permita ser cada día más élite o minoría privilegiada y más hipercapitalista o enriquecida, es preciso que todos paguemos el alto precio de contaminar, alterar el clima de la Tierra, saquear los recursos del planeta como si estos fueran inagotables, arrasar de un modo suicida con la biodiversidad, expoliar y expropiar a los pueblos y a las poblaciones de los mundos no occidentales, explotar, si se me permite "maquilar" sin ningún tipo de escrúpulo la mano de obra de los otros mundos surgidos del colonialismo y la descolonización, aceptar la explotación de la mano de obra infantil, la pobreza, la miseria, el hambre... Y, además, correr el riesgo de enfrentarse unos pueblos a otros, unos estados a otros en una lucha salvaje, en una competencia feroz que podría llegar a ser mortal, por los recursos naturales sin los que la civilización capitalista es incapaz de imaginar su propia supervivencia.
Por lo tanto, si el panorama que he trazado es real y no exagerado, como algunos se apresurarán a denunciar, es obvio que habrá que hacer algo, que buscar alguna salida porque no actuar constituiría una irresponsabilidad colectiva de dimensiones históricas.
¿Qué cabe esperar de esa burguesía transmutada en élite hipercapitalista a la que ya casi nadie se atreve a llamar por su nombre? En mi opinión muy poco o nada. Su responsabilidad y su poder económico, mediático y político es inmenso, pero creo y temo que mientras siga considerando su prioridad absoluta la obtención del máximo beneficio posible, no hará nada o casi nada y permitirá que el mundo siga rodando por la pendiente que conduce al abismo. A las pruebas me remito, véanse las inquietudes y los consensos del Foro Económico Mundial de Davos u otros cónclaves neoliberales semejantes, o las decisiones políticas del G8, verdadero cancerbero del orden capitalista mundial que, sirva como botón de muestra, es capaz de aplazar lo inaplazable, la reducción a la mitad no del año 1990 sino del año 2008 de las emisiones de CO2, ¡para el año 2050! Y es que esa burguesia, esas élites hipercapitalistas están dispuestas a vivir en auténticos mundos artificiales construidos para su exclusiva seguridad. Aislados, vallados, protegidos, microclimatizados, probablemente. Viviendo en la Tierra degradada como si vivieran en colonias de la Luna. Ghetos felices, islotes de prosperidad en medio, como temía el presidente Thabo Mbeki, de un océano de pobreza...
Pero por la otra parte estamos los demás, la inmensa mayoría de la humanidad. Por un lado, los menos, los que estamos más o menos bien, dentro del mundo occidental desarrollado y, por el otro lado, los más, los muchos más, que viven una vida más dura, mucho más dura, insoportable o casi insoportable en el infierno del subdesarrollo tercermundista. Esos que huyendo del hambre, de la miseria, de la pobreza, vienen para compartir aunque sólo sea las migajas de ese bienestar y esa riqueza que tanto les deslumbra.
¿Qué responsabilidad nos compete a nosotros, los que estamos dentro o fuera de las fortalezas de bienestar en que se han convertido Estados Unidos y Europa? Nuestra responsabilidad consiste en sacudirnos la alienación y el espejismo consumista. Es una ceguera y una locura empeñarse en seguir viviendo o querer vivir de acuerdo con un estilo de vida, con un modelo de consumo que destruye y consume al propio planeta, que nos enfrenta como lobos a unos contra otros en pos de controlar los limitados recursos vitales del mundo. Para vivir según el paradigma, para consumir como los 300 millones de estadounidenses, los 6.500 millones de habitantes de la Tierra necesitaríamos ¡Cinco planetas Tierra! Estados Unidos, es decir, el modo o estilo de vida americano, es un lujo que el mundo no se puede permitir.
Ahí radica nuestra responsabilidad. Tenemos que construir ese otro mundo posible donde los valores ecológicos, solidarios y comunitarios, pacifistas, prevalezcan y eclipsen a los valores burgueses del individualismo egoista y del consumismo a ultranza. Hacerlo implica edificar una nueva civilización, posiblemente ecosocialista, no hacerlo significa prolongar peligrosa e innecesariamente una civilización perdida, un mundo para el que no hay solución porque en sí él es el problema.
¿Pero querrá la mayor parte de la humanidad otro mundo? A mi juicio que lo quiera o no dependerá, fundamentalmente, de las circunstancias o, más bien, de que se de un determinado tipo o clase de circunstancias. Si tienen lugar, si se dan unas circunstancias excepcionalmente graves o, peor aún, globalmente dramáticas, la mayoría de la humanidad o quizá toda ella "querrá" otro mundo que verdaderamente sea posible y constituya una alternativa real al mundo cada vez menos posible en el que vivimos ahora.
¿Se están dando ya esas circunstancias? La situación parece indicar que sí. No se puede, ni se podrá cerrar los ojos, por mucho tiempo más, a la acumulación de crisis: ecológica, financiera, energética, alimentaria, geopolítica.
Nos dirigimos, en mi opinión, hacia una encrucijada, en la que el conjunto o la mayoría de la humanidad debería tomar importantes decisiones. Si prevalece la idea de que todas esas crisis, que han sido provocadas por el capitalismo, podrán resolverse en el marco del propio capitalismo, se perderá un tiempo precioso, pero si se impone la idea de que para resolver esas crisis hay que "ignorar", como mínimo, los dogmas y dictados del capitalismo o, incluso, pasar por encima de ellos, entonces las posibilidades de construir, pragmáticamente, otro mundo mejor para la gran mayoría de la humanidad crecerán espectacularmente.
No será fácil, sin embargo, que esta última vía prevalezca. Por supuesto que la élite capitalista con su inmenso poder económico, mediático y político tratará de impedir, a toda costa, una salida a las crisis no contemplada por ella. Aún le quedan cartas que jugar y si las cosas se pusieran muy feas hasta podría intentar la baza reformista.
Por mi parte estoy convencido de que la superación histórica de la civilización capitalista vendrá marcada no tanto por la inviabilidad de seguir explotando eternamente la fuerza de trabajo asalariada, como por la imposibilidad de seguir destruyendo la biosfera con políticas de crecimiento y patrones de consumo desenfrenados. Es ahí donde la humanidad tendrá que dar un giro radical porque el consumismo actual es incompatible, y más si quisiera ser adoptado por la mayoría de la humanidad, con los recursos limitados y la supervivencia misma del planeta.
¿Comprenderá la mayoría de la humanidad la necesidad de un cambio de civilización? ¿Percibirá la gravedad de una situación que pide a gritos empezar a tomar decisiones que sólo se me ocurre calificar de ecosocialistas y pacifistas? Ciertamente, no se puede aplazar indefinidamentre la solución de problemas como el calentamiento global y el cambio climático, el necesario reemplazamiento del modelo energético, la preocupante competencia por el control de los recursos naturales, las desigualdades sociales intolerables a escala internacional y estatal, problemas todos que en el marco de la civilización capitalista parecen irresolubles. Otro mundo resulta más que posible indispensable, porque dilatar el momento de emprender las acciones para enfrentarse a todos esos problemas significa, lisa y llanamente, hipotecar no ya el futuro de las generaciones venideras sino, incluso, el de las presentes.
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