Julio Pimentel Ramírez
Este 15 de septiembre se cumple una conmemoración más, la 198, de la Independencia de México, fecha emblemática en que cabría preguntarse qué festejamos con la singular “mexicana alegría” que externamos con pasión por todos los rincones de la Patria, cuando lo que queda de soberanía nacional se encuentra amenazada por los políticos neoliberales que detentan el poder y cuya identidad nacional es solamente de forma que, por lo demás, se encuentra impregnada de la cultura que viene del Norte y que han sumido al país en una convulsa crisis que pone en riesgo nuestro futuro como país..
La historia de la formación de la nacionalidad mexicana, en una tierra multiétnica y multicultural, ha sido azarosa y dolorosa, llena tanto de capítulos heroicos como vergonzantes, luminosos como oscuros, ciclo durante el cual las diversas clases gobernantes y la movilización social en las etapas agudas de confrontación, han sido incapaces de forjar una sociedad equilibrada y justa, verdaderamente democrática.
La contradicción social ha estado presente desde el inicio mismo de México como nación formalmente independiente: después de una heroica gesta en la que al lado de las masas desposeídas lucharon ilustres criollos que ofrendaron sus vidas por el surgimiento de la nación mexicana, en 1821 se concreta la Independencia mediante el Plan de Iguala, pacto entre lo que quedaba de las masas insurgentes con los criollos propietarios de tierra respaldados por la Iglesia Católica.
Sin pretender extendernos en hechos históricos, en este breve espacio, cabe señalar que en el siglo XIX la confrontación entre liberales y conservadores pasó por diversas etapas destacando la lucha de los hombres de la Reforma, en forma distinguida Benito Juárez, por erigir un Estado nacional laico y con una superestructura moderna. Era el periodo histórico en que la burguesía se abría paso en todos los confines de la tierra, venciendo resistencias feudales y sometiendo a campesinos y obreros a nuevas reglas de dominación.
Porfirio Díaz impulsa la incipiente economía capitalista mexicana al tiempo que ejerce una férrea dictadura que cancela espacios de participación democrática, todo lo cual deriva en el estallido revolucionario de 1910 en el que los ejércitos populares dirigidos por caudillos revolucionarios barren con el orden porfirista.
Una vez más, el orden surgido de la Revolución mexicana de 1910 es encabezado por representantes de las clases propietarias emergentes que eliminan a los dirigentes populares (Emiliano Zapata y Francisco Villa) y relegan a un segundo plano a los dirigentes populares que participaron en la gesta popular.
El nuevo régimen recibe un particular impulso durante el periodo del general Lázaro Cárdenas, quien reparte tierras, fortalece el ejido colectivo, extiende la llamada educación socialista y dicta la expropiación petrolera que, con el tiempo se convirtiera en puntal del desarrollo económico, aunque cabe señalar que si bien ha servido para financiar necesidades sociales (sistema de salud y educación, entre otros) ha sido una de las fuentes de enriquecimiento de la parasitaria burguesía nacional y de corruptos líderes sindicales y funcionarios gubernamentales.
Durante varias décadas del siglo XX el sistema político mexicano, paternalista, autoritario y antidemocrático, mantuvo cierta estabilidad social que aderezaba con una política exterior relativamente independiente (por un lado, por ejemplo, no rompió relaciones con la Cuba revolucionaria y brindó asilo a chilenos que huían del terror pinochetista, mientras que destacados funcionarios fungían como informantes de la CIA), al grado de que se decía que el gobierno mexicano era “candil de la calle y oscuridad de la casa”, pues en lo que se refería a política interna a los opositores políticos les aplicaba persecución, encarcelamiento injusto, tortura, ejecución y desaparición forzada.
El agotamiento del modelo de sustitución de importaciones, en lo económico, y el del sistema de partido casi único (durante muchos años los partidos opositores eran testimoniales o comparsas del poder), derivó en nuevas reglas del juego: mayor apertura política, incluyendo medios de comunicación (en gran parte gracias a las movilizaciones populares de los años sesenta, setenta y ochenta) al tiempo que el país se ve inmerso de lleno en el neoliberalismo a partir de la administración de Miguel de la Madrid.
Las recetas neoliberales, dictadas por el capital financiero internacional y el gobierno de Washington, entre ellas el Tratado de Libre Comercio, además de privatizar empresas estatales han desmantelado el aparato productivo nacional, tanto en la industria, el comercio y los servicios, como en las actividades agropecuarias. Asimismo al lado de la impunidad heredada, la corrupción y la ineficacia gubernamental se han elevado en grado superlativo.
Ahora, cerca de cumplir 200 años de vida independiente, en México cientos de millones de personas viven en el desempleo, la pobreza y la desesperanza. ¿Puede un país ser libre e independiente cuando millones de individuos abandonan sus tierras, huyen del país, buscando el empleo y la seguridad que el Estado es incapaz de ofrecerles?
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