Carlos Fernández-Vega
Gasolinazo que devino gasolinicidio
Según transcurren las semanas del año, a la par que se profundizan el deterioro financiero y la recesión en el vecino del norte, se resquebraja la tesis oficial sobre la “solidez” de la economía mexicana frente a los embates externos. Lo que todos vieron venir desde un principio, el gobierno calderonista tardó mucho en digerir públicamente, y ahora que por fin reconoce que la estimación original de “crecimiento” para 2008 quedará en un bello recuerdo (3.7 por ciento) y que, si bien van las cosas, no pasará de 2.4 por ciento, nuevas cuan recortadas proyecciones sobre el tema llevan al “navío de gran calado” a punto más que preocupante.
El secretario de Hacienda, Agustín Carstens, es feliz cuando asegura que “esta crisis es una de las primeras ante las que México está muy bien parado”, puesto que, también por primera vez, el país “no es protagonista en la crisis financiera internacional que se vive”. Sin embargo, su alegría no es socialmente compartida, porque es obvio que aunque no sea el causante, la severidad de los efectos recesivos y de la sacudida financiera no da motivos para festejar.
Con motivo de la aprobación de la “reforma” fiscal del año pasado, la del gasolinazo (que devino gasolinicidio), el gobierno calderonista celebraba el poderosísimo efecto positivo que en la economía nacional tendría tal consentimiento por parte del Legislativo: la ya no se “avanzaría” 3.5 por ciento como originalmente estimaron, sino 3.7 por ciento, o lo que es lo mismo 0.2 puntos de “más”.
Ese cálculo pasó a formar parte del grueso historial de promesas incumplidas, puesto que la realidad impone su paso: en el mejor de los casos, según las estimaciones de la Secretaría de Hacienda, la economía “crecería” 2.4 por ciento, es decir, 35 por ciento menos que en 2007, año en el que no precisamente se registró una “tasa histórica” (3.2).
Qué bueno, pues, que México no sea el causante de la nueva debacle financiera internacional, mucho menos actor central en la segunda recesión de la economía estadunidense en siete años (con el mismo inquilino en la Casa Blanca). Los mexicanos pueden estar orgullosos y tranquilos: no son los culpables. Lamentablemente eso no ayuda mucho, ni genera empleo ni da de comer, porque el país tanto depende del autor intelectual y material de la sacudida, que cada que puede, y por lo visto puede seguido, el vecino del norte se lo lleva entre las patas.
Meses después de aquella celebración calderonista porque la economía en 2008 ya no “crecería” 3.5 por ciento, sino 3.7 por ciento, la Secretaría de Hacienda se vio en la penosa necesidad de reconocer que si bien iba el “avance” sería de 2.8 por ciento. Prácticamente todos los organismos internacionales y regionales ya habían recortado el pronóstico mexicano por debajo de esa cota, pero la “continuidad” aferróse al “logro” que para ella significa “crecer” 2.8 por ciento. Sólo hasta pocos días atrás, el doctor que a principios de año diagnosticó un “catarrito” económico para México, resultante del deterioro en el vecino del norte, se animó a reconsiderar: si bien va, será de 2.4 por ciento, lo que aparentemente dejó tranquilos a tirios y troyanos.
Pero no. Nuevas estimaciones de corto plazo (obvio es que a la baja) comienzan a salir a la luz pública, como en el caso de Merril Lynch: “la economía mexicana crecería 1.9 por ciento en 2009, debajo de lo esperado por el gobierno, por las alzas en la tasa de interés referencial y por una menor demanda de productos mexicanos por parte de Estados Unidos. El gobierno de México calcula una expansión económica de 3 por ciento para 2009, desde el crecimiento de 2.4 por ciento que espera para este año. Un crecimiento menor al esperado en Estados Unidos –el principal socio comercial de México– y una aceleración en la inflación tendrán un efecto negativo en la economía mexicana. De hecho, creemos que la disminución en la demanda de Estados Unidos, los efectos de erosión real del ingreso, y las condiciones de la política monetaria restrictiva empujarán a México hacia un 1.9 por ciento de crecimiento en 2009, por debajo del consenso. Para 2008, proyectamos una expansión de la economía mexicana del 2.3 por ciento”.
La visión negativa del futuro inmediato de la economía mexicana es compartida por el Banco Interamericano de Desarrollo, el cual augura mayor crecimiento económico en un buen número de países latinoamericanos, pero mayor descenso para el caso mexicano. Advierte el BID que “las expectativas de crecimiento para 2008 aumentaron en cinco países. El incremento más significativo se presentó en Uruguay, al pasar de 6.8 a 7.27 por ciento; Paraguay, de 4.74 a 5.03; Perú, de 8.3 a 8.5; Chile, de 3.9 a 4 por ciento y ligeramente en Brasil. Por otro lado, las expectativas de crecimiento disminuyeron en dos países: en Honduras, de 4.6 a 4.4, y en México, de 2.63 a 2.55 por ciento. Las expectativas de crecimiento para 2008 permanecieron estables en Argentina (7.2), Bolivia (4.78), Colombia (6.11), Costa Rica (4.8) y Guatemala (4)”.
Ya no es novedad, pero en las expectativas económicas del BID México aparece en la última posición regional y por un amplio margen (en el mejor de los casos “avanzaría” la mitad del promedio latinoamericano). Por el contrario, lo único que aumenta para el caso mexicano es la proyección inflacionaria, algo que por lo demás registran siete países del área, mientras sólo Brasil y Uruguay gozarían de una baja en este indicador y los demás no reportarían movimientos con respecto a las estimaciones originales.
Se supone que como una de “las más sólidas” economías de América Latina, la mexicana tendría que observar otro comportamiento, pero el “catarrito” ya es bronquitis, en vías de empeorar.
Las rebanadas del pastel
Producto de sus excelentes relaciones y mejores negocios con Carlos Salinas de Gortari como inquilino de Los Pinos, David Peñaloza Sandoval (que por aquellos años presidía Tribasa, escapó de la “justicia” mexicana acusado de fraude genérico, lo aprehendieron en España, lo regresaron al país, nunca pisó la cárcel y hoy impune y feliz encabeza Pinfra, que goza de la atención gubernamental) consiguió jugosas concesiones carreteras en México y Chile, que poco después reventó. Las primeras fueron “rescatadas” por el gobierno mexicano. Las segundas, también. Muchos años después, el Banco Nacional de Comercio Exterior (al que sin deberla le cargaron el muerto) por fin logró recuperar una buena tajada de este pésimo negocio para la nación: alrededor de 6 mil millones de pesos por la venta de las acciones de las concesionarias Autopista del Aconcagua y Autopista del Itata (las que “administró” Peñaloza), con lo que Bancomext no sólo se deshace del cadáver que nunca debió cuidar, sino que fortalece sus finanzas en un momento en el que la presencia de la banca de desarrollo se hace más necesaria.
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