Gerardo Fernández Casanova
El TLCAN a revisión
El de la renegociación del TLCAN es uno de los muchos compromisos de campaña que Obama no podrá cumplir, entre otras razones, por el hecho de haber sido reclamado por los trabajadores de la industria automotriz, actualmente enfrentada a una severa crisis de competitividad que, en caso de ver desarticulada su actual distribución territorial entre USA, Canadá y México, vería aún más afectada su capacidad de competir con los productores asiáticos. No obstante, el tema fue puesto sobre la mesa y debe significar una oportunidad para corregir los efectos perniciosos que el acuerdo comercial ha provocado.
Independientemente de las promesas de campaña electoral, la crisis mundial obliga al replanteamiento de las premisas que sustentaron la promoción de los tratados de libre comercio. Los déficit de las balanzas de pagos y comercial de los Estados Unidos, que alcanzan cifras estratosféricas, harán muy tentadora la posible vuelta al proteccionismo en el mercado más grande del mundo que, por cierto, nunca lo ha abandonado del todo, especialmente en lo tocante al comercio de productos agropecuarios, para los que mantiene niveles de subsidio que impiden la competencia de las importaciones.
Entre los razonamientos de los especialistas que tratan de explicarnos el origen de la crisis, destaca el que indica que los Estados Unidos dejaron de ser los líderes de la industria mundial por privilegiar el liderazgo financiero, lo que los llevó a crear una estructura de fortaleza basada en la especulación que, al igual que las famosas pirámides de estafa, algún día tenían que desplomarse, como sucedió. Las propias empresas transnacionales de bandera yanqui optaron por desarrollar sus actividades de producción en países de menor costo para, desde ahí, exportar a sus matrices. En esta estrategia es que se fundamentó la promoción de los TLC, comenzando por el de América del Norte; libres los flujos de capital y de mercancías. Así también, es la razón por la que dichos instrumentos de comercio han significado enorme perjuicio para los otros países contratantes, México en lugar distinguido.
Estamos, pues, ante la oportunidad de insistir en la revisión del TLCAN y, si mi optimismo me lo perdona, hasta de su plena revocación. Lo poco que pudo haber significado beneficio, hoy ya no opera, en tanto que sus perjuicios se incrementan. Entre otros daños, vale anotar que cualquier intento de medidas anticíclicas orientadas a fortalecer el mercado interno, se verá frustrado, si la derrama de recursos del gasto público deriva al aumento de las importaciones, si la inversión en infraestructura se convierte en contratos a empresas extranjeras o, como suele acontecer, todo se inyecta al pantano ominoso de la corrupción. Todo ello auspiciado, incluso forzado, por la vigencia de dicho tratado. Lo lamentable es que esta oportunidad se presenta cuando la responsabilidad sobre las decisiones económicas está en manos del santanista Calderón, decidido y obstinado defensor de la mano invisible del mercado, no obstante su atronador fracaso. El almirante del barquito de papel se dio el lujo, en la reunión de la APEC en Lima, de advertir a Obama de la imprudencia que significaría la revisión del tratado y, peor aún, el retorno de las políticas proteccionistas. Lo dicho, resultó más papista que el Papa.
En esta coyuntura, la misión de dar la lucha liberadora sólo puede realizarla el Movimiento Popular encabezado por López Obrador, cuyas banderas en defensa de la soberanía y la economía del pueblo tendrán que ir tomando cuerpo y concreción, mediante el abundamiento de los postulados del Proyecto Alternativo de Nación y la refinación de sus prioridades. Por ejemplo, una bandera es la lucha contra la carestía, que tiene un enorme significado para el bienestar social, pero a la gente sin empleo lo que le preocupa es que, ni estando baratos los bienes indispensables, carece de los ingresos para adquirirlos. El asunto es relevante puesto que, en nuestra realidad, la forma de lograr reducir los precios implica la importación de mercancías y, en consecuencia, la pérdida de empleos locales. Uno de los argumentos que se esgrimen a favor del TLCAN es, precisamente, el del abaratamiento de los precios, comparados con los vigentes durante el período de la protección contra las importaciones, como justificativo del desempleo que trajo consigo.
Es preciso abandonar el modelo que priorizó al sector externo, que supuso que la pérdida de empleos de la economía tradicional sería compensada por la actividad exportadora; la realidad es que el modelo es un rotundo fracaso: el desempleo es abrumador y el déficit de la balanza comercial es crónico. Cuando la exportación va en declive y hasta las remesas de los migrantes se reducen y las inversiones extranjeras (afortunadamente) languidecen, lo único que se mantiene pujante es el negocio del narcotráfico, al que se combate con inusitado e inútil ahínco. Es tan obvio que hasta un ciego lo podría ver. Hacen falta madre y Patria para seguir considerándolo viable y conveniente.
Es responsabilidad del Estado otorgar seguridad a la población, incluida la de la integridad física, pero especialmente relacionada con la de la supervivencia económica. Es grave perder la vida por un atraco, pero mucho peor es perderla por hambre; la primera es individual, en tanto que la segunda es colectiva. Ambas se relacionan. No podemos permitirlas.
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