Ayer, durante la primera visita de un mandatario latinoamericano a la Casa Blanca en lo que va del gobierno de Barack Obama, el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, se presentó ante su colega estadunidense como portavoz de América Latina; habló de la voluntad de los países de la región por construir una nueva relación con Estados Unidos”, y solicitó al político afroestadunidense un acercamiento con los gobiernos de Cuba, Venezuela y Bolivia. Obama, por su parte, manifestó sus deseos de viajar a Brasil y alabó el “liderazgo progresista” de ese país en la región.
Además de prefigurar una particular cercanía entre los mandatarios brasileño y estadunidense, la reunión de ayer en la Casa Blanca pone de manifiesto la pérdida de liderazgo de nuestro país como punto de encuentro entre Washington y las naciones al sur del río Bravo, situación que se explica a raíz de las deficiencias en la conducción del país en varios frentes, sobre todo en el diplomático y el económico.
Contrariamente a lo que ha hecho el gobierno brasileño, que goza de buenas relaciones con el conjunto de los regímenes latinoamericanos –orientaciones políticas aparte–, las autoridades mexicanas se han encargado, desde el foxismo, de enrarecer e incluso disolver los vínculos diplomáticos de nuestro país con naciones como Venezuela, Bolivia y Cuba. En el actual ciclo de gobierno, la administración federal ha cometido despropósitos similares a los del sexenio anterior (como el que la cancillería haya recibido al líder secesionista boliviano Óscar Ortiz, en abril del año pasado) y ello ha derivado en un deterioro de la diplomacia mexicana que muestra, en lo que va de esta década, un abandono progresivo de sus tradicionales principios de no intervención y de respeto a las soberanías y a la autodeterminación, y que dejó de ser un referente en el plano internacional.
Asimismo, al identificar como su principal aliado ideológico en la región al gobierno colombiano –con el que comparte, además del signo político, un carácter militarista en materia de políticas de seguridad–, el calderonismo se ha mostrado como un régimen cercano a los sectores más reaccionarios y belicistas de Estados Unidos, y a la idea de la construcción de un corredor de regímenes de derecha de Bogotá a Washington que haga frente a la oleada de gobiernos progresistas que ha cobrado fuerza en el sur y el centro del continente. Tal posición, por lo demás, fue revalidada con la recepción, en plena campaña electoral estadunidense, del ex aspirante republicano John McCain, hecho con el que el gobierno mexicano dio la impresión de estar tomando partido de cara a la contienda por la Casa Blanca.
Por otra parte, la política económica seguida por los últimos gobiernos priístas y los dos primeros del panismo ha hecho de nuestro país uno de los que menos han crecido en la región en años recientes y ha provocado que cientos de miles de mexicanos abandonen el territorio naiconal en busca de oportunidades de subsistencia y desarrollo. Esto último resulta por demás inquietante en la circunstancia actual, cuando la crisis económica ha cobrado a México la factura de tener una economía profundamente dependiente de la de Estados Unidos, y cuando se vuelve urgente reorientar y diversificar los horizontes comerciales de México en la región, sin que parezca haber perspectivas para ello.
En suma, que hoy sea Lula y no Calderón quien pueda presentarse como vocero de América Latina, y que la relación entre los gobiernos de México y Estados Unidos no parezca ir más allá de los problemas que representa tener una frontera común sumamente extensa y conflictiva, son consecuencias de la falta inexcusable de claridad y de dirección en la conducción del país durante los últimos años, y en la medida en que esto no se corrija, difícilmente puede esperarse que nuestra nación recupere su liderazgo.
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