Michel Balivo
(Prometeo, dar y quitar dignidad)
En Venezuela sucede algo bastante particular y paradójico, aunque no por ello poco habitual. Hay un sistema de intereses y su correspondiente organización socioeconómica mundial que se caen a pedazos. Y unos medios de comunicación, (que por supuesto pertenecen a corporaciones económicas y venden, defienden sus intereses), que gritan más fuerte que nunca las bondades del finado.
Cuando un organismo comienza a evidenciar su desintegración, es porque hace ya mucho tiempo que esas fuerzas desintegradoras operan sobre él, deteriorando sus funciones, órganos y sentidos, hasta que finalmente ese accionar se hace perceptible a simple vista y olfato. Exactamente lo mismo sucede con una organización socioeconómica, que a fin de cuentas no es sino manifestación de ese biosiquismo que se llama a sí mismo humano.
No es cuando se hace obvio su desmoronamiento que se enferma, sino que son sus contradicciones íntimas que la vienen corroyendo, las que finalmente estallan en nuestras caras. Por eso, dándonos cuenta o no, lo venimos sufriendo crecientemente hace décadas o siglos sin reconocerlo, desapercibidamente, al no tener con que contrastarlo.
Digo que no por desapercibido es menos habitual, porque del mismo modo que amamos entrañablemente aquello que nos daña, (nos aferramos a ello visceralmente, con nuestras entrañas y sufrimos su ausencia), hacemos con los afectos cotidianos ya sean personas o cosas. Nos volvemos adictos, dependientes, aunque nos conduzcan al deterioro y la muerte.
También cuando enterramos los restos de aquello que en vida no necesariamente fue bueno para nosotros, declamamos alabanzas públicas de todas sus bondades en el tono más alto y compungido posible. Y si ampliamos la mirada y vamos un poco más allá de lo personal, estamos colectivamente aferrados y reverentes a culturas y cultos muchas veces milenarios.
Hacemos un canto a lo que ya fue, que es ciertamente lo que nos ha conducido a la presente situación de desintegración del modelo imperante. ¿O seguiremos insistiendo en que fueron dioses y diablos los responsables? Está muy bien que lo hagamos si así decidimos usar nuestra libertad de elegir. Pero entonces solo nos queda rezar y esperar mirando al cielo.
Si nuestras miradas han de continuar hipnotizadas por la memoria, por los hábitos y creencias, obsesionadas con el remoto o cercano pasado, de rodillas y haciendo reverencias a lo que ya no existe, ya murió; entonces inútil es seguir hablando de todo lo que implica un ejercicio de cambio conciente y elegido, exige un futuro para su realización.
¿Adónde comenzará el cambio entonces? De hecho, ¿adónde sucede la nueva sensibilidad que se deja sentir colectiva y contagiosamente en el cambio de dirección de conducta de los pueblos, sin importar de que color sean sus hábitos y creencias, cuales sean sus culturas o economías?
En el último Aló Presidente, el Sr. Hugo Chávez relataba que en uno de sus continuos desplazamientos por el territorio nacional, se había encontrado con un grupo de gente que lo saludaba. Era un pequeño caserío perdido en una frontera entre entidades regionales. Como es ya habitual en él, detuvo el vehículo y se bajó a conversar con ellos.
Eran en su mayoría mujeres con hijos y grandes necesidades. Los varones solo habían estado de paso o se habían ido en algún momento. Me hizo acordar de las historias de las amazonas. Le pidió a los que lo acompañaban que tomaran nota de sus necesidades y se abocaran a resolverlas. Pero lo que más atrajo mi atención fue su comentario de que los responsables públicos y todos en general, preferían pasar de largo y mirar hacia otro lado para no ver esas necesidades.
Y una vez más me pregunto, ¿quién generó esas precarias condiciones de vida a las que cada vez se ven sometidos más y más grupos sociales? ¿Habrán sido los dioses y su infaltable contraparte los demonios? ¿O tal vez un modelo socioeconómico injusto? ¿Será tal vez que los modelos mentales de organización de las actividades sociales, andan por ahí haciendo travesuras y maldades a los pobres seres humanos?
Un modelo mental, una visión del mundo no se impone y continúa sino por consenso de las mayorías, aunque sea consenso para sufrir. Y no me refiero a mayorías democráticas, sino a los hábitos y creencias acumulados en el ejercicio económico de tal modelo, sea miles de años ha o ahorita mismo. Es de ese modo que un modelo se incorpora y viene a ser en el mundo de todos los días. A través de nuestras creencias y conductas, de nuestras reacciones.
En otras palabras nos convertimos en esclavos de nuestros hábitos, de una imaginería acumulada generacionalmente que seduce y se impone a nuestra sensibilidad y conciencia. Y llegado el momento la defendemos como si fuese nuestro mayor tesoro. Que es lo mismo que decir que nos oponemos a todo cambio. Más vale malo conocido que bueno por conocer.
Y es en esa conciencia estática, aferrada y reverente a su pasado, memoria, creencias, reacciones o hábitos programados, que los medios de comunicación cantando loas a los muertos hacen su agosto. Es en esa conciencia dormida en sus recuerdos que la mirada se desvía impotente y avergonzada, refugiándose en sus sueños y falsas expectativas, para evitar reconocer en aquello que ve, los inevitables frutos de nuestros hábitos y creencias.
Es por eso que en un modelo con centro manifiesto y organización jerárquica piramidal, como el genio en su botella, vivimos confinados en determinados paisajes que solo reflejan nuestra clase social, sus intereses y creencias. Es por eso que la miseria es desplazada a la periferia e invisibilizada. Es por eso que vivimos en una sociedad desmembrada donde nuestros afectos tienen límites precisos con los que la nueva sensibilidad se estrella.
Es por eso que los medios de comunicación, se han apropiado el establecer conectivas y direcciones de acción en un mundo de ciegos y tuertos que se resisten a sentir, porque permitírselo duele y exige cambios. Es por eso que nos sobresaltamos al enterarnos que en un mismo día en Alemania y EEUU, seres humanos desesperados en su alienación e impotencia, sin aparente motivo, eliminaron incompresiblemente a más de diez congéneres y se suicidaron.
Termino de escuchar en la TV a unos activistas ecológicos, decir que si la humanidad y el ecosistema fuesen un banco, seguramente ya los habrían salvado. Una simple frase pone en evidencia para quien mira en lo esencial, la profunda problemática sicológica de nuestra época. Porque esa obsesión con el dinero, como representación de la seguridad ante el temido futuro, esa fijación de la atmósfera de una siquis colectiva epocal, no hace sino esconder a la vez que evidenciar, como nos hemos hipnotizado con las recetas genéricas cuantitativas de la ciencia, desestimando el simple y maravilloso arte.
Antes de seguir adelante he de dejar en claro que no soy de los que comparten un pensamiento dogmático, extremista, reduccionista, que predica que hay que elegir entre el arte y la ciencia. No, yo digo que todas son funciones y expresiones complementarias del ser humano. Todas ellas son herramientas de creación, construcción, enriquecimiento y embellecimiento de nuestro entorno.
Pero según la amplitud de conciencia de quien las use, pueden convertirse en herramientas de violencia, destrucción y sufrimiento. Arte, ciencia y religión son parte integral e irrenunciable de las capacidades del ser humano, prescindir de una de ellas es como cortarnos un brazo o una pierna, como arrancarnos un ojo.
Sin embargo, las recetas genéricas de la ciencia, exigen circuitos cerrados de condiciones reguladas en las que se mantenga estricto control de los elementos, así como el perfecto conocimiento de la operativa por el operador. Pero cuando salimos del laboratorio aséptico o la oficina con aire acondicionado y reglas preestablecidas fijas de relación, las cosas son completamente diferentes.
No hay nada más simple y directo que el arte para comprender en pequeña escala lo que es la existencia. Hasta en el más habitual y por ello desapercibido de los artes como es el culinario, participan múltiples variables que jamás se repiten, ni que hablar de los variables estados de ánimo del maestro cocinero. Por lo cual jamás una apetitosa comida resultará igual a otra.
Ni siquiera las del mismo artista culinario. Sin embargo, las obras de cada artista tienen un sabor y fragancia característica, un toque particular que las diferencia de todas las demás. ¿Qué es esa magia invisible? En Alemania por ejemplo, en el mismo lugar donde se produjeron los asesinatos masivos, terminan de ovacionar por seis minutos de pie a una de las orquestas filarmónicas venezolanas dirigida por el genial Dudamel.
¿De dónde sale esa sutil energía que opera sobre la siquis y los cuerpos de los presentes? Del mismo lugar que sale la violencia destructiva, la degradación y el sufrimiento. De nuestra intimidad. El arte, maravilloso, bueno, malo o pésimo, es el sello de nuestra particularidad, de nuestra creatividad. No hay nada que de testimonio de lo que somos salvo nuestras obras.
Por eso cuando adherimos a las genéricas recetas cuantitativas científicas y deslumbrados olvidamos nuestra particularidad, cuando perdemos de vista que no importa lo que hagamos, todo lleva inevitablemente el sello y da testimonio de quien lo hace, se nos hace imposible reconocer luego que ineludiblemente vivimos en la resultante cualitativa de nuestras acciones.
Y si del cambio queremos hablar, que mejor que observar con sensibilidad y respeto el misterio de la harina, el agua y la levadura convirtiéndose en nuestras manos y en el fuego del hogar, en hogazas de pan. Un resultado totalmente diferente a sus elementos o ingredientes iniciales, que sin embargo los contiene a todos en un nuevo elemento más complejo y rico.
Vivir el cambio, implica ser conciente de participar en y ser a su vez transformado por y en él, convirtiéndose en elementos u organismos de mayor complejidad y riqueza. ¿No son acaso todas las criaturas existentes, los mismos elementos organizados en complejidades crecientes? ¿No es el ser humano la criatura de mayor complejidad y riqueza de su reino?
La ciencia no puede registrar la esencia del cambio, de la transformación. Eso queda reservado al artista que se reconoce en la experiencia de manifestarse, en el testimonio que cada una de sus obras da de su particularidad. Una organización social, económica y cultural, es una obra de arte colectiva, es un testimonio de todas las particularidades que la manifiestan. Es arte, pero factible de reconocerse en acción, convirtiéndose en ciencia y religión.
Si bien todos los artes son maravillosos en su sencillez, no hay mayor arte que el de crearse y recrearse a si mismo. Podemos abrazar y entretejer con nuestra intimidad los elementos de nuestro entorno, con coronas de espinas o de flores. Podemos crearnos una imagen de generosidad, mediante la cual lo que somos dará testimonio de sí, brindándose en creativas obras a todo nuestro entorno. Entonces nuestro accionar, nuestro obrar solidario es unitivo, religioso en su más esencial acepción.
Porque cumple con la función de re-unir o re-ligar a los elementos de su entorno en organizaciones cada vez más ricas y complejas. Tratándose de seres humanos eso implica mayores libertades de elección, mayor amplitud y flexibilidad que incluya todo lo creado trascendiendo temores, dogmatismos, reduccionismos, en fin todo lo que genere violencia o sufrimiento innecesario.
La ciencia tiene un papel fundamental al proveer el conocimiento y las sofisticadas tecnologías, que van posibilitando que todos esos sueños eternos de la humanidad conciban, creen, encuentren los medios para realizarse. Pero como toda herramienta, por maravillosa que sea depende de quien la use. Un avión puede usarse para lanzar medicamentos o bombas. Un sentimiento religioso puede ser vehículo de luchas fratricidas o de reconciliaciones profundas.
Cuando la humanidad se ha dormido tanto en sus hábitos y creencias, al punto de no reconocerse creadora de todo lo existente y convertirse en esclava de sus creaciones. Al punto de que en todos los países utilizan hace décadas los mismos tontos argumentos para estimular nuestros miedos y deseos, como que el comunismo nos quitará lo que solo hemos podido soñar porque jamás tuvimos.
Cuando llegamos a creer la cantaleta que nos quitarán la patria potestad de nuestros hijos lavándole el cerebro, que Chávez financia todas las campañas políticas y será quien gobierne de triunfar esa opción, y entonces el país caminará inevitablemente hacia la bancarrota. Hay que reconocer que tienen muy pobre imaginación y muy repetitivas recetas.
Pero peor aún, lamentablemente parece que no les ha hecho falta más que eso para gobernarnos y mal que bien aún les sigue dando réditos. En medio del desmoronamiento sin retorno del modelo imperante, bastaría con preguntarles, ¿y que alternativa propone ud.? Pero ellos no proponen alternativas, solo juegan con nuestros temores y adicciones viscerales.
Por eso la pregunta jamás llega. Solo se suceden reacciones en cadena que cada vez se intensificarán y ampliarán más. Hay otra pregunta más fundamental y dolorosa aún. ¿Cuanto vales tú, cuanto valemos todos en un mundo utilitario que adicto se aferra a todo previniendo un temido futuro?
¿Cuánto vales tú, cuanto valemos todos sumidos en esa carrera cosificadora hacia ninguna parte y dándole espaldas a nuestra particularidad? Nadie, ninguno valemos nada. Por eso si nos lo preguntan, no nos queda más que tristemente responder con una lista de aquello que tenemos o carecemos. Porque olvidamos y menospreciamos lo que somos.
Y sin embargo, algo tan sutil, intangible y no localizable como la belleza, la ternura, la calidez, continúa tercamente habitándonos y soñando en nosotros ya que las circunstancias no les permiten manifestarse. Ya que continuamos buscándolas fuera de nosotros en paisajes y relaciones ideales, mientras nuestros hábitos y creencias continúan manifestando este mundo en que nos sentimos atrapados y deseamos cambiar.
Un igual de sutil e imperceptible cambio o giro de atención, nos permitiría reconocer que lo que perciben nuestros sentidos y podemos palpar, no es sino manifestación superficial y tardía de las fuerzas de integración y desintegración, que operan continuamente en nuestra siquis y organismos.
Es en nuestra intimidad donde podemos reconocer y reencontrarnos, con todo eso que hemos proyectado o confundido con cualidades o atributos de los objetos y paisajes. Ahora, como el primitivo que arranca y se come el corazón del poderoso guerrero que ha derrotado en combate, creyendo que incorporará sus dones, nos hemos convertido en fetichistas que esperan que el poseer dinero, objetos o personas, nos transferirá aquello que les asociamos.
Pero si todo ello testimonia alguna cualidad, es la del artista que los crea y manifiesta. Reconocernos en esas cualidades nos liberará de la esclavitud, dependencia y persecución de los objetos de nuestros deseos y temores, nos transfigurará de fetichistas adictos en señores de la creación. Porque creadores y señores del mundo somos. Esa es nuestra dignidad. Podemos dar o quitar dignidad a todo aquello que tocamos. Ese es nuestro don y nuestro pecado de ignorancia.
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