14 abril 2009
Sirvan estos días para reflexionar sobre lo que me dijo Eduardo Galeano. Ese escritor uruguayo, latinoamericano y cada vez más universal. Cada vez más sabio, cada vez más valiente… y cada vez más niño.
Autor del clásico Las venas abiertas de América Latina, el tema es, pues, inevitable. Así que le pregunto si le sigue doliendo, si le sigue asombrando: “Es la fuente principal de fiesta y de penas… todo a la vez. Por suerte hemos nacido en una región del mundo que tiene una capacidad incesante de renacimiento; es inverosímil la tenacidad de la alegría en medio de tanta desdicha”.
¿Y cómo describe este tiempo que nos tocó vivir?, le pido: “Es la realidad humillando a la imaginación; en verdad que la realidad es prodigiosa, en sus horrores y también en sus maravillas; en sus cosas hermosas y en su capacidad infinita de sorpresa; quién iba a decirlo, un presidente negro en la Casa Blanca es una buena sorpresa de la historia”.
¿Qué le gusta y no de él? “Yo le doy la bienvenida, porque le toca enfrentar una crisis muy grave; me gustan las intenciones que proclama, pero no me gustan los hechos que pone en práctica; no me gusta que haya aumentado el presupuesto de guerra y que siga hablando de la voluntad mesiánica de Estados Unidos, como si Dios o el Diablo los hubiera designado para salvar a la humanidad”.
¿No sólo el policía sino el sumo sacerdote? “O el policía disfrazado de sacerdote, que es todavía peor. Tienen un Ministerio de Guerra que hipócritamente llaman Secretaría de la Defensa… defenderse de quién si —salvo la incursión de Pancho Villa— llevan dos siglos sin ser atacados; en cambio, ellos han invadido medio mundo y no hay guerra que tenga la honestidad de confesar: matamos para robar”.
En contraste hablamos de su libro más reciente: Espejos, una historia casi universal, una abigarrada y contrastante colección de relatos espléndidamente escritos y tan breves como intensos: “Es un homenaje al arcoiris de la diversidad humana. Y es que el arcoiris terrestre es mucho más fulgurante y hermoso que el arcoiris celeste”.
Finalmente —era obligadísimo— hablamos de su otra pasión que es el futbol, que ya no es lo que era antes: “Es ahora la industria más lucrativa y un trampolín político, como el caso de Berlusconi y el Milán en Italia. Afortunadamente todavía quedan algunos que juegan por el placer del juego y no sólo por el dinero”.
Al concluir me cuenta que un día vio un partido callejero entre niños en un barrio junto a las vías del tren en Barcelona. Cuando terminó, los vencedores y los vencidos se fueron de vuelta a casa abrazados y canturreando: “¡Ganamos, perdimos, igual nos divertimos!”. “Qué lindo sería vivir así —me dice Galeano—, ¡ganamos, perdimos, igual nos divertimos!”.
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