María Teresa Jardí
Qué Harry Potter ni qué nada. Sin varita. Por arte de magia el usurpador mexicano lo mismo se saca de la manga un virus mortal que acaba por matar menos personas que los mosquitos que sobre la cama, y con la almohada como espada por la noche, se persiguen a sabiendas de que tienen ellos ganada la batalla, que lo da por terminado. Magia que no acaba con las funestas consecuencias, para los mexicanos, de la funesta decisión impuesta.
Lo sabían. Porque como nos lo hace saber Gilberto Balam Pereira, amén de los 600 millones de pesos dejados de ejercer por el sector salud, lo que también configura otro crimen a cargo del fecalismo usurpador, “cualquier microorganismo tiene un ciclo de vida y se autolimita hasta disminuir su virulencia; estos virus tienden a limitarse entre 6 y 8 días”. Pero el fascismo usurpador necesitaba usar el virus para acabar de imponer la dictadura policiaca. Y de paso les sirvió para hincharse un poco más los bolsillos con la ayuda enviada ante la vergonzosa exhibición de las carencias de servicios que ya hermanan al pueblo mexicano pobre, con el pueblo hindú más pobre.
Por arte de magia y cobrando otra clase de víctimas. Porque ya se sabe que las impunemente ejecutadas no han parado ni por el miedo a la influenza exportada desde el país Azteca como se llama a México, por estos días, en los noticieros informativos de Europa. Y por bien servidos podríamos darnos si la magia fecalista nos sirviera a los mexicanos para sentirnos aztecas y mayas y mixes y zapotecos y tzetzales y choles y tzotziles y nahuatls, etc. Es decir, si nos sirviera el evento para tomar nuestro destino en nuestras manos. En lugar de continuar dejándolo en las de la podrida clase política que a la mexicana se desempeña sin importar ni ideología ni el color de su bandera. Bienvenido el virus de la gripe azteca, además de porcina y de mexicana, como se va a conocer en el mundo para siempre, si sirve para forjar la identidad ausente que nos permita volver a formar parte del continente latinoamericano como algo más que como el patio trasero del decadente imperio norteamericano.
En la nota, publicada ayer en el POR ESTO!, se nos informa que el cuerpo del periodista fue hallado en la comunidad de Santa María del Oro, Durango, con tres disparos en la cabeza. Antes de morir, Carlos Ortega Samper, había dejado en la redacción de su oficina una nota en la que responsabilizaba al alcalde Martín Silvestre Herrera de cualquier cosa que le sucediera. Y en su edición del lunes el periódico, para el cual trabajaba, relacionó su asesinato --y la acusación en contra de los funcionarios públicos-- con un incidente que ocurrió hace unos días, cuando el reportero aseguró que dichos funcionarios intentaron golpearlo tras criticar las condiciones de sanidad y corrupción en que trabaja el rastro municipal. Es decir, bien puede ser el reportero una víctima de la denuncia de las condiciones de insalubridad y de carencias de servicio elementales que el virus ha destapado ante el mundo que sufrimos los mexicanos, los que horrorizarían a los que vivieron en la Edad Media. En pleno siglo XXI carecemos de lo mínimo indispensable para que la vida pueda ser considerada digna, millones de mexicanos que no estamos considerados personas de primera. Porque así como el agua ni de coña falta en Bosques de las Lomas para ser desperdiciada sin que ninguna autoridad haga nada para impedirlo, incluso ahora que ya es del dominio público que basta el lavado de las manos para no contraer el virus de la influenza. Y, como es obvio, el resto de enfermedades que sólo matan a los mexicanos, como la diarrea. Mientras los habitantes de Iztapalapa llevan años sin agua, la misma se desperdicia en Bosques, Santa Fe, Polanco y muchas otras colonias donde habitan los ricos. Se desperdicia incluso a manguerazos por chóferes, jardineros y chachas con uniformes, eso sí, grises, azul cielo, rosas y blancos, porque ya se sabe que las chachas no tienen el permiso de usar los rojos, verdes, naranjas y fucsias que sólo pueden usar las amas.
Lo dice Balam Pereira: “Son 15 mil los mexicanos que anualmente se mueren de influenza y otros padecimientos respiratorios similares. Y los regímenes siempre han ignorado esta tragedia de salud o como que se hacen a los occisos sin hacer caso nunca a estas epidemias que cada año padece el pueblo, porque no tienen ningún interés en la salud de los mexicanos. Ahora, con 22 defunciones (¿?) por una influenza atípica, se apropian del problema las autoridades, siguiendo líneas ‘de arriba’ para explotarlo de la mejor manera que convenga a sus intereses. Pero es una epidemia real, no inventada por nadie, es una epidemia como las que padece cada año la población. Tratándose de un virus nuevo, convienen las medidas de prevención que la población por su cuenta ha asumido… Nuestra enfermedad es la pobreza”.
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