EL PAIS; Montevideo, 29 de Julio de 2009
Hernán Sorhuet Gelós
No se ve en el horizonte inmediato un liderazgo para el cambio, ni acciones comprometidas.
El cambio climático es una manifestación más de lo que está ocurriendo con la relación de la humanidad y el planeta. Como si se tratara de una casa alquilada -la cual se puede abandonar en cualquier momento- el comportamiento de la sociedad denota una falta asombrosa de comprensión de la realidad. Parece no comprender que no tenemos a dónde ir si algo sale mal.
Tres variables maximizadas durante el siglo pasado y lo que va de este, nos han colocado en una situación preocupante. El crecimiento de la población mundial, el aumento la capacidad tecnológica y el predominio de estilos de vida cada vez más basados en el consumo como un fin en sí mismo, constituyen una mezcla explosiva de gran inestabilidad.
La insistente imposición de conceptos como “desarrollo sostenible” es un tímido intento de cambiar el statu quo. El mundo sigue dividido básicamente en dos grandes grupos de sociedades, las ricas y las pobres. Unas consumen recursos a su antojo y las otras luchan por alcanzar ese estado de gracia. Todas ignoran los costes que tienen esos estilos de vida y las limitaciones que imponen.
Aunque se superaran todas las barreras económicas, sociales y políticas que hoy provocan tantas diferencias entre las personas, no es posible que los casi 6.800 millones de seres humanos consuman a la par de los países desarrollados. Simplemente los ecosistemas actuales no están en condiciones de brindar de manera sostenible todos esos recursos naturales y servicios ambientales.
El cambio climático es una de las advertencias más notorias que están ocurriendo.
Es evidente que necesitamos un cambio radical de percepción, comprensión y valoración de la Tierra. Comenzando por lo más simple: somos parte indisoluble de la biosfera. Significa que el planeta no es nuestro hogar sino mucho más que eso.
En realidad, somos el planeta, junto a todo lo que existe en él. Por lo tanto, toda acción perturbadora de sus ciclos y de sus estructuras, de una forma u otra nos afecta.
La clave de la vida es la capacidad de regeneración que ocurre en la superficie del planeta. Rigen leyes naturales que garantizan los procesos y deben ser respetadas.
Carecemos de esa visión global, razón por la cual falta mucho para que podamos hablar de una ciudadanía planetaria. Mientras tanto, los esfuerzos son desparejos, discontinuos y fragmentarios. Cada país se organiza y actúa como si fuera un planeta, aislado de los demás, ignorando la lógica de las cuencas hidrográficas, los acuíferos, la dinámica de la atmósfera y tantas otras realidades que no conocen fronteras políticas. Los resultados están a la vista.
El calentamiento global, la pérdida de diversidad biológica, el avance de enfermedades viejas y nuevas, la desertificació n avanzan libremente ante la pasividad de los grandes tomadores de decisión.
No se trata de una mirada pesimista ni alarmista, sino de ver lo que está ocurriendo y hacer algo al respecto.
Es evidente que estamos usando los recursos más rápido de lo que reproducen, y ni siquiera combatiendo con éxito a la pobreza. Lo grave es que a esta altura de los acontecimientos, cada día cuenta, pero no se ve en el horizonte un liderazgo para el cambio, ni acciones comprometidas. Está claro que de muy poco servirá seguir hablando de desarrollo sostenible.
viernes, julio 31, 2009
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