31 julio 2009
Todos tienen alguna historia que contar, pero en el momento en que aparece la cámara pocos hablan. Los que lo hacen tienen particular cuidado y piden que no se hagan preguntas directas sobre la “familia” o el “grupo”. En Michoacán todo se circunscribe a la violencia, las confrontaciones, la inseguridad, las evidentes diferencias entre Calderón y Godoy, los temores que surgen ante cualquier pequeña explosión (así sea por el escape de algún vehículo), al papel de las fuerzas de seguridad incluyendo al Ejército.
Morelia va logrando recuperarse de los granadazos del 15 de septiembre y del desfile del 30 del mismo mes. Esta fecha fue quizá el inicio público de la agudización de las diferencias entre Calderón y Godoy. La prepotencia con que actuó ese día el Estado Mayor hizo ver a las autoridades locales menores e impotentes en su propio territorio. Fue un desfile, se dice, para la Presidencia más que para los michoacanos.
En febrero de este año Presidencia ya tenía información que involucraba al “medio hermano incómodo”. Al gobernador se lo dijeron y asegura que pidió que actuaran de inmediato sin importar quién fuera. La reacción en Los Pinos fue pausada. Para muchos la no acción inmediata y el michoacanazo del 26 de mayo terminaron por ser actos políticos electoreros más que la búsqueda de responsables. Pero desde donde se vea, era y es evidente que la complicidad entre autoridades y delincuentes hace posible al narcotráfico; la clave era y es saber si están todos los que son y si son todos los que están.
Calderón para muchos se ha convertido en parte del problema. “Ni parece que es michoacano”, nos dicen por igual en Morelia, en La Huacana, en Apatzingán, en Pátzcuaro, por mencionar algunas ciudades. Del otro lado está el “grupo”, el cual tiene sus maneras para atemorizar a los que lo cuestionan. Se podría decir que conminan y hasta que lo hacen con cuidado, pero tienen sus límites y no pareciera que hagan más de tres llamadas para exigir silencio. Por lo regular no hay una cuarta, a partir del fin de la tercera pueden actuar.
Muchos jóvenes se han integrado al “grupo” porque no tienen opciones en sus vidas. Algunos llegan a avisar en sus trabajos o en sus casas su nuevo destino. No hay mucho que hacer, nos dijo la madre de uno de ellos, más que “darles la bendición”. Algunas comunidades de la “zona caliente” están por encima de los gobiernos o actúan de manera paralela. Cuando se entra a ellas el sistema de vigilancia opera a través de jóvenes que reportan cualquier movimiento. “Más vale no meterse” es el común denominador. Una mujer con la que conversamos apunta directo: “Oiga, no me vayan a matar por lo que dije”.
Buena parte de Michoacán se encuentra en medio de un “grupo” poderoso y retador que actúa bajo la absoluta ilegalidad; está también entre dos gobiernos enfrentados; vive en medio de la acción desigual de las fuerzas de seguridad; a lo que se suma la pobreza, el desempleo y la incertidumbre diaria. Casi nada.
Morelia va logrando recuperarse de los granadazos del 15 de septiembre y del desfile del 30 del mismo mes. Esta fecha fue quizá el inicio público de la agudización de las diferencias entre Calderón y Godoy. La prepotencia con que actuó ese día el Estado Mayor hizo ver a las autoridades locales menores e impotentes en su propio territorio. Fue un desfile, se dice, para la Presidencia más que para los michoacanos.
En febrero de este año Presidencia ya tenía información que involucraba al “medio hermano incómodo”. Al gobernador se lo dijeron y asegura que pidió que actuaran de inmediato sin importar quién fuera. La reacción en Los Pinos fue pausada. Para muchos la no acción inmediata y el michoacanazo del 26 de mayo terminaron por ser actos políticos electoreros más que la búsqueda de responsables. Pero desde donde se vea, era y es evidente que la complicidad entre autoridades y delincuentes hace posible al narcotráfico; la clave era y es saber si están todos los que son y si son todos los que están.
Calderón para muchos se ha convertido en parte del problema. “Ni parece que es michoacano”, nos dicen por igual en Morelia, en La Huacana, en Apatzingán, en Pátzcuaro, por mencionar algunas ciudades. Del otro lado está el “grupo”, el cual tiene sus maneras para atemorizar a los que lo cuestionan. Se podría decir que conminan y hasta que lo hacen con cuidado, pero tienen sus límites y no pareciera que hagan más de tres llamadas para exigir silencio. Por lo regular no hay una cuarta, a partir del fin de la tercera pueden actuar.
Muchos jóvenes se han integrado al “grupo” porque no tienen opciones en sus vidas. Algunos llegan a avisar en sus trabajos o en sus casas su nuevo destino. No hay mucho que hacer, nos dijo la madre de uno de ellos, más que “darles la bendición”. Algunas comunidades de la “zona caliente” están por encima de los gobiernos o actúan de manera paralela. Cuando se entra a ellas el sistema de vigilancia opera a través de jóvenes que reportan cualquier movimiento. “Más vale no meterse” es el común denominador. Una mujer con la que conversamos apunta directo: “Oiga, no me vayan a matar por lo que dije”.
Buena parte de Michoacán se encuentra en medio de un “grupo” poderoso y retador que actúa bajo la absoluta ilegalidad; está también entre dos gobiernos enfrentados; vive en medio de la acción desigual de las fuerzas de seguridad; a lo que se suma la pobreza, el desempleo y la incertidumbre diaria. Casi nada.
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