Raúl Zibechi
La Jornada
Cuando George W. Bush decidió restablecer la Cuarta Flota, la decisión parecía una perla más del largo collar de acciones militaristas que caracterizaron su administración. Ahora que Barack Obama se apresta a desplegar las fuerzas del Comando Sur en siete bases militares colombianas, es posible que algunos se sientan traicionados por los buenos modos con que engalanó sus primeros meses en la Casa Blanca. Más difícil es asumir que hay continuidades entre ambas administraciones, y que no se deben a alguna intrínseca maldad de los presidentes.
Tanto el Plan Colombia como las negociaciones para utilizar las siete bases se toman entre pequeños grupos de especialistas y cuando ya está todo decidido se somete a una votación parlamentaria que difícilmente hace otra cosa que avalar decisiones ya tomadas. Ese funcionamiento está en el corazón de las actuales democracias.
La diplomacia brasileña, consciente de que el despliegue del Comando Sur va contra la hegemonía de Brasil en Sudamérica, ha formulado una pregunta incómoda. Si el presidente Álvaro Uribe asegura que las FARC están muy disminuidas y al borde de la aniquilación, ¿cómo se justifica el incremento de la presencia militar estadunidense? No hay respuesta porque el objetivo no son las FARC ni el narcotráfico, sino la intensificación del control del continente y de las rutas que se dirigen hacia África, como plantea sin vueltas el informe 2009 Global En Route Strategy, de la fuerza aérea.
En América Latina y África hay una feroz competencia por los bienes comunes: agua, biodiversidad, minerales, combustibles fósiles, monocultivos para biocombustibles. La región andina proporciona 25 por ciento del petróleo que consume Estados Unidos y la Amazonia contiene buena parte de las riquezas que, si se las apropiara, podrían alargar la vida del debilitado imperio estadunidense. La reciente oferta de la petrolera estatal china por 84 por ciento de Repsol YPF muestra que la lucha por los energéticos se desarrolla con toda ferocidad en Sudamérica. La región andina, plagada de emprendimientos mineros canadienses y estadunidenses, es un espacio decisivo para la consolidación de las multinacionales mineras en busca de oro y metales estratégicos.
La segunda cuestión se relaciona con introducir una cuña entre los países de Unasur y China, Rusia e Irán. Pero de modo muy particular entre Brasil y China, que sostienen una alianza estratégica desde 1990, o sea, antes de la llegada de Lula. Hace unos 20 años, China era el decimosegundo socio de América Latina, cuyo volumen comercial apenas superaba 8 mil millones de dólares, pero desde 2007 ocupó la segunda posición, multiplicando por 13 aquella cifra y ahora sobrepasa 100 mil millones de dólares, señala Diario del Pueblo (11/8/09). Este año China se convirtió en el primer socio comercial de Brasil, superando a Estados Unidos. Además ha fortalecido lazos comerciales con Venezuela, Argentina y Ecuador.
Controlar las redes por las que circula ese conjunto de mercancías es un objetivo no declarado del nuevo despliegue militar del Comando Sur. En vista del discurso de la Casa Blanca y del gobierno de Uribe, de que no habrá bases militares de Estados Unidos en suelo colombiano, sino sólo la utilización de instalaciones, hay que recordar que el concepto de base militar de la guerra fría ya no es operativo. Las enormes concentraciones humanas y de aparatos, fijas e inmóviles, han quedado en desuso por las nuevas tecnologías, pero sobre todo por los objetivos trazados por el Pentágono, consistentes en el control a distancia y la disuasión, dejando la intervención directa para casos excepcionales. Esto pasa por labrar buenas relaciones con los gobiernos que les permitan fácil y rápido acceso a instalaciones para desplegar batallones en cuestión de horas.
En tercer lugar, deben destacarse cambios en el funcionamiento del sistema capitalista en las últimas tres décadas, que otorgan primacía al capital financiero. Hacia mediados de la década de 1970 se produjo una mutación, que es una respuesta a la ofensiva de las clases peligrosas para el dominio del capital. Al transmutar el capital productivo en capital financiero, el sistema abandona la reproducción ampliada –como eje de la acumulación– por la acumulación por desposesión, término acuñado por el geógrafo David Harvey. De ese modo la principal forma de acumulación tiene ciertos parecidos con la acumulación originaria que estudiara Marx en los albores del capitalismo.
En buen romance esto significa: robo, despojo, apropiación. Va de la mano del abandono de los Estados de Bienestar, el mayor intento por integrar y controlar a los de abajo ensayado por el sistema. Del mismo modo, y por las mismas razones, la democracia liberal pierde interés, ya que no asegura que, sin estados benefactores, los de abajo no se rebelen. Crisis de los mecanismos de integración, crisis de los partidos y sindicatos, crisis de las democracias, que, en adelante, son apenas regímenes electorales para otorgar cierta legitimidad a los que gobiernan.
En Sudamérica, dos proyectos pretenden rediseñar el continente desde arriba: el control riguroso de los de abajo y la apropiación de los bienes comunes. Son dos caras de un mismo proyecto de prolongación indefinida de la dominación imperial. Para eso se multiplican las bases militares y se busca convertir a Colombia en plataforma principal de la dominación sin hegemonía. Salir de este estado de cosas es imprescindible y urgente porque está en juego la sobrevivencia de los pueblos. Es necesario profundizar la integración regional y evitar que se sigan instalando bases. Pero también hay que romper la lógica de la acumulación por desposesión, algo que en nuestro continente sólo Cuba ha sido capaz de realizar.
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