A Benjamín Flores de la Vega, inquisidor profundo y pesquisador incansable, pero sobre todo amigo leal. A un año de su deceso.
I
El tema de cómo enfrentar, detener y revertir la descomposición del poder político del Estado mexicano, del modelo económico prevaleciente y la forma de organización social parece presidir, aunque subyacente, los dilemas existenciales de no pocos.
Ello reflejaría bajo cierto empirismo el sentir y el parecer de quienes abrevan en los pergeños en éste espacio periodístico acerca del tema tratado aquí frecuentemente de cómo resolver los dilemas mediante desenlaces promovidos por volición propia nuestra.
Una variante del tema se sincretiza en las interrogantes “qué hacer”, cómo hacerlo”, “cuándo hacerlo”, “dónde hacerlo” y “por qué hacerlo”. Persiste una ralentización dubitativa –que bien pudiere ser inconsciente—, inasible a una reflexión consciente.
Por ello, en los asertos formulados en entregas anteriores de que en México hay condiciones propicias para el cambio entendido éste como efecto de las leyes inmutables del movimiento (“todo cambia, menos las leyes del cambio”) se consigna:
Uno: que las mismas condiciones prevalecientes determinan los cursos de acción emprendidos y orientados a modificar o alterar un statu quo dado que en México es de opresión de quienes habitamos el territorio nacional.
Y, otro: que esas condiciones prevalecientes en México están dando origen a métodos, vías e instancias situadas en un espectro amplio y plural que van desde las resistencias e insurgencias civiles hasta las acciones propiamente revolucionarias.
Otro más: que coexisten procesos políticos de la sociedad que caracterizaríamos en algunos casos como “resistencia” civil pasiva y/o activa, en otros como “insurgencia” por descontento o como retobo protestatario y en muchos más como revolución.
Y uno más: el hecho de que exista, discernido objetivamente, un proceso político de la sociedad con inequívocas peculiaridades de una revolución simultáneamente a otros procesos –“resistencia”, “insurgencia”, etc.— confirma otra realidad, el afán de cambio.
Éste parece generalizado. Pensaríase, ante ello, que existe una conciencia ciudadana a favor de modificaciones, pero cada quien –cada individuo, cada estrato y cada clase social-- tiene su registro e interpretación del imperativo de cambio y el cambio mismo.
II
Mas existen ya, a nuestro ver, agentes catalizadores que actúan inexorablemente en un proceso de revolución, entendido éste no por sus métodos, sino por sus metas: un nuevo Estado; es decir, la IV República, después de las de 1824, 1857 y 1917.
Y un nuevo Estado implica destruir el andamiaje económico, político, jurídico y social de aquél y establecer nuevas relaciones entre sus elementos constitutivos –pueblo, poder político, territorio y soberanía-- y desarrollar una vocación societal. Un Estado social.
Las caras leyentes Benita Hernández, Tita Fernández Mendoza y Ana Karina Mendiola Peña inquiérenle a éste escribidor –o tlacuilo, en la ancestral lengua náhuatl-- acerca de una propuesta alternativa al paquete económico del Presidente de Facto.
“¿Qué opina de ésta propuesta alternativa?”, pregunta doña Tita. “¿Le parece viable esa propuesta?”, interroga doña Benita. Y doña Ana Karina describe la proposición alterna como expresión de “una insurgencia de las clases medias ya empobrecidas”.
La propuesta alternativa aludida, señálese, circula profusamente –con copiosidad-- por el amplio y ajeno (sin duda esto último) ciberespacio y concita creciente interés en ciertos estratos de la sociedad de cibernautas mexicanos.
Esos ciertos estratos son, predeciblemente, variopintos. Pero sus miembros se identifican entre sí mediante sobreentendimientos ideológicos y culturales compartidos, a saber: el temor al cambio, más si éste es orgánico y estructural y, sobre todo, rápido.
Como consecuencia, en esos estratos adviértese una impermeabilidad a las razones filosóficas de trascendencia de las causales y los efectos del cambio, entendido éste como una acción devenida inexorablemente de las leyes del movimiento.
También adviértese resistencia pasiva a cualesquier intentos de modificación o alteración en las relaciones entre los componentes causativos y vectoriales del statu quo, aun en casos, como el mexicano, de insoslayable –por cruel-- opresión.
III
Opresión es, según la ciencia política y social, toda desigualdad inicua –la causada por el hombre mismo para dominar y explotar a otros-- e injusticia sistémica para mantener y consolidar ese dominio, y la distorsión aviesa de lo moral y el humanismo.
La leyente Benita --quien dice leernos por Internet desde Saltillo, Coah.-- afirma: “Yo veo el desarrollo de una insurgencia social en México que bien puede tener por consecuencia que el poder (político del Estado) acceda a cambiar sus conductas”.
Añade: “Para mí esa es una revolución: obligar a los que usted llama personeros panistas, priístas, etc., del poder (político del Estado) a ser menos abusivos, menos corruptos, más responsables. La propuesta alternativa es, en mi opinión, la vía”.
Concluye: “Esa sería una revolución de las rosas o de seda o de terciopelo, sin muertos ni heridos ni derramamientos de sangre entre mexicanos, sin persecuciones ni venganzas fraticidas terribles o brutales”.
Por su parte, la leyente Ana Karina coincide y, además, señala: “Siempre hay vías pacíficas, racionales, civilizadas como las del diálogo para persuadir al otro de la necesidad de cambiar un statu quo desfavorable a la mayoría por uno favorable a ésta”.
Doña Ana Karina, quien informa leernos igualmente en algún periódico de Internet que no identifica, precisa: “Entiendo que todo diálogo implica dar y recibir, ceder y conceder, un toma y daca, un intercambio de ventajas y desventajas…
“Al dialogar con el poder (polìtico del Estado) lo primero que tenemos que plantearle es que no queremos derrocarlo ni afectar sus intereses ni los que en realidad representan, sino que solamente modifiquen su conducta hacia nosotros…
“Hacerles ver que nosotros, los ciudadanos, tenemos el poder, que somos un poder pero no necesariamente enemigo de los personeros (del poder político). ¿Qué daríamos a cambio en ese diálogo? No tomar decisiones radicales que todos lamentaríamos…
“Soy una firme creyente de que el diálogo y el amor lo resuelve todo: conflictos filosóficos, ideológicos, políticos, de dinero, de poder, en fin todos los conflictos humanos. Pero es indispensable creer realmente en el poder del diálogo”.
Y doña Tita, quien infórmanos leernos desde Xalapa también por Internet, parece orientar su adhesión a la propuesta alternativa –la que se difunde por el ciberespacio-- aunque ésta, vistos sus méritos, sólo sería posible bajo el proceso de revolución.
ffponte@gmail.com
www.faustofernandezponte.com
Glosario:
“Todo cambia, menos las leyes del cambio”: aforismo atribuido inicialmente a Heráclito y luego a Ovidio, retomado por los pensadores alemanes, principalmente Hegel.
Ralentización: acción y efecto de ralentizar. Lento, lentitud, lentamente.
Lecturas recomendadas:
El saqueo a los mexicanos, de Mario di Constanzo y Jorge Francisco Moncada. Grijalbo.
jueves, octubre 01, 2009
Columna Asimetrías (5,811) ¿Es Insurgencia o es una Revolución?
Por Fausto Fernández Ponte
01 octubre 2009
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