09 octubre 2009
“Estoy convencido de que urge un cambio de modelo económico (…) nacionalista, patriótico, que nos haga exitosos a pesar del entorno de globalización o por este mismo entorno”.
Francisco Rodríguez Pérez,
Economista y político de Chihuahua.
I
Azar no es haber incluido como epígrafe el sentir de don Francisco, respetable ciudadano y muy fino amigo, pues él deviene, en su formación como político, de las circunstancias de la cultura del poder gestada en la matriz del priísmo, causante vero, a su vez, del actual estado de cosas.
Y es que, en efecto, el priísmo --icono de un estilo de ejercer el poder caracterizado por la simulación democrática, la corrupción y la represión brutal a disidencias reivindicatorias populares organizadas-- cinceló las causas y consecuencias de lo que nos ocurre, vivimos y padecemos.
Y lo que nos ocurre, vivimos y padecemos es, por un lado, la descomposición del poder político del Estado, la cual ha contagiado ya a éste mismo y a sus otros elementos constitutivos –pueblo, territorio, soberanía— y, por otro, los efectos de dicho desguace y aludida degradación.
Señálese que ésta descomposición es un hecho fedatario, objetivamente discernido e identificado que tiene un destino: la desintegración. El poder político del Estado está arribando a su desintegración por la ruta de la descomposición de sus partes. El pasado –la Historia-- lo anuncia.
Y es Chihuahua el escenario más dramático y con muchas tramoyas de la descomposición del poder político del Estado mexicano y, por inficionamiento infeccioso y contaminador, la de los otros elementos constitutivos de éste. Es muestra representativa fiel. Hay conciencia de ello.
Sin duda. Muchos son, supondríase, aquellos mexicanos conscientes de la realidad circundante y/o pensantes –como don Paco-- acerca del verismo de nuestro triste contexto de descomposición del poder político del Estado y sus secuelas. Un statu quo muy peligroso en todos sentidos.
Señálese como salvedad que por pensantes identificamos a aquellos compatriotas que informada y cognoscitivamente identifican con objetividad el entorno y lo analizan con raseros críticos. Se sorprenderían muchos ver que en México hay pensamiento crítico hondo y extendido.
II
No es, pues, superficial ese pensamiento crítico en México, trascendiendo los ámbitos de la intelectualidad --poseedora cultural de la metoldología analítica de los procesos socioeconómicos y sociopolíticos-- y asentándose en el estadio de la política reivindicatoria, patriótica, nacionalista.
Reenhebremos: muchos son, bajo la misma suposición, aquellos mexicanos convencidos de que nuestra opresivo statu quo debiere modificarse lo más pronto posible, que el cambio fuere cualitativo, más allá del confín de reformas que ya serían insuficientes, por tardías y obsoletas.
Muchos serían aquellos mexicanos que, dada la degradación ocurrente, estarían presumiblemente inclinados a pronunciarse porque ese cambio trascienda reformismos y acceda a un estadio de cambio del modelo no sólo económico, sino también político.
Adviértese, pues, un acuerdo implícito entre muchos mexicanos, tal vez la mayoría, por el cambio incluso radical. Pero existen desacuerdos acerca de la clase de cambio y qué tan profundo y amplio debe ser ese cambio. Que urge, es evidente. Así lo consigna el amigo don Francisco.
¿Cambio radical, de borrón y cuenta nueva, rupturista y refundacional? ¿O cambio moderado, conservando aquello que, en términos generales, muchos en el Congreso de la Unión perciben que ha funcionado aceptablemente según paradigmas morales y valores éticos laxos y poco rigurosos?
No parece advertirse la conformación de un acuerdo al respecto. Tampoco advertiríase coincidencia societal alguna acerca de cómo realizar ese cambio, fuere éste moderado o radical, a medias o de fondo, cosmético y epidérmico o real, protoplásmico y epitelial.
Sabríamos, pues, qué anhelamos; sabríamos, incluso, qué hacer. Lo que no sabemos es cómo hacerlo. Pero, aunque sepamos cómo, ¿lo haríamos? Estamos indecisos acerca de los métodos y medios a usar para iniciar y consumar los cambios que anhelamos y queremos.
III
Esa es un dilema que permea hasta el alma colectiva del mexicano, a partir de premisas de laya variopinta –desde las verdaderas hasta las falsas— y silogismos sofistas que justifican nuestra indecisión e incluso nuestra esperanza cada día más engañosa y falaz y autoengaño social.
Las opciones –vías y medios-- que los mexicanos conscientes de la gravedad y magnitud del peligro que representa la realidad contextual y pensantes acerca los riesgos implícitos y explícitos de emprender y consumar cambios, aun los más leves, se reducen a tres:
1) La electoral, que nuestro propio acervo vivencial descalifica con contundencia pues el andamiaje jurídico-político-operativo (IFE y Tribunal Electoral) es susceptible de manipulación por el poder político del Estado y poderes fácticos, v. gr, 2006 y 2009.
2) La movilización pública, organizada, de masas, pacífica vía histórica, con tradición, para presionar al poder político del Estado a realizar cambios por lo general de forma y no de fondo. La respuesta ha sido sangrienta represión: muertos, desaparecidos, presos políticos.
3) La insurgencia ciudadana, civil y política, bajo varias guisas, incluida la armada, también histórica --sin cesar desde 1810 a la fecha--, mediante tácticas de guerrillas con el fin estratégico de tomar el poder y fundar un nuevo Estado. Un Estado social.
Por lo general, las insurgencias han sido revolucionarias, desde la de Hidalgo y Morelos y, un siglo después, el XX, las de Zapata y Villa. Zapata dejó huella profunda en la cultura revolucionaria de reivindicaciones sociales. Casi una centuria después está vigente. Mucho.
Los indígenas zapatistas (no olvidese que el Caudillo del Sur era indio) de Chiapas tienen un proyecto de Estado que exhibe una estrategia creativa: tomar el poder desde abajo, en los municipios –hoy autónomos—, pacíficamente. Por ello los políticos los consideran “peligrosos”.
¿Qué vector o agente está ausente en la psique colectiva que catalice los ímpetus volitivos y albedríos de los mexicanos conscientes y pensantes a escoger una vía para iniciar un proceso de cambio hasta consumarlo? ¿Temor al sacrificio? ¿A perderlo todo, incluso la vida, inútilmente?
Quizá no tengan que esperar. El poder político del Estado, inconsciente de su descomposición propia, va a su suicidio. Pero ¿se aprestarían los conscientes y pensantes a cerrar el paso a los oportunistas (priístas, panistas, etc.) de siempre que tomarían la bandera del cambio.
ffponbte@gmail.com
Glosario:
IFE: Instituto Federal Electoral.
Tribunal electoral: Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y tribunales electorales estatales y del Distrito Federal.
Lecturas recomendadas:
El impacto social de las políticas de ajuste en el campo mexicano, de Jean Francois Prud´homme (coordinador). Instituto Lastinoamericano de Estudios Trasmnacionales.
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