miércoles, octubre 14, 2009

Estiércol de la política


El periodico

Muchos periodistas que en otros tiempos fueron independientes del poder público, hoy repiten sin rubor la propaganda oficial, presentándola a sus públicos como simple opinión. Asombra la degradación del oficio y la desvergüenza con la que algunos profesionales de la comunicación se han sumado al linchamiento del Sindicato Mexicano de Electricistas.
“La esencia de la propaganda –escribió Gabriel Zaid hace tiempo—es la repetición. Opinar en una reunión, en un escrito, en una entrevista, en un debate, no es producir un comercial que se cuelgue en todos los postes y se repita mañana, tarde y noche en todas las estaciones de radio y televisión. Una cosa es opinar libremente, con la amplitud necesaria para expresar un punto de vista, y otra bombardear con mensajes breves y repetitivos. Una simple opinión puede tener la fuerza de un argumento convincente, pero no la fuerza de la repetición que entroniza unas cuantas palabras. Una opinión repetida mil veces no es una simple opinión”.
La mayoría de quienes han abdicado de su responsabilidad profesional, curiosamente, son aquellos que hasta hace poco defendían a capa y espada la idea de que el periodismo es un fin en sí mismo, no un medio para obtener otros fines. Aunque siguen sosteniendo lo mismo, su convicción es menguante, y se nota. En los hechos, su actuación es inversamente proporcional a sus dichos.
Duele ver hoy a varios compañeros de oficio en el papel de propagandistas del gobierno panista. De gatilleros a sueldo. De sicarios de la pluma. Ni siquiera en los últimos tiempos del régimen de Partido De Estado se observaba tanto cinismo y estulticia en la prensa. Muchos de ellos, paradójicamente, pontificaban desde sus púlpitos sobre el papel del periodista como transmisor de noticias y perseguidor perenne de la verdad. Pero esa concepción de la profesión, que defendían con pasión en largas discusiones, es ya historia.
Recuerdo el caso de un reportero de trayectoria impecable que, de pronto, decidió cambiar de bando agobiado por las penurias económicas, pero también por el abandono de las utopías. Con la pasión propia de los conversos, empezó a combatir todo aquello que alguna vez defendió. Renegó de sus ideas y de sus amigos. Se convirtió en un esbirro del jefe en turno, capaz de las peores bajezas. Hasta que su credibilidad y prestigio se hicieron añicos.
En cierta ocasión, repudiado por su antiguo grupo de camaradas en un encuentro bohemio, el susodicho sólo fue capaz de replicar que sus méritos periodísticos eran mayores que los de todos ellos juntos. Que había recibido galardones nacionales e internacionales, al igual que el afecto de las fuentes informativas y de los lectores. Todo ello era cierto. Pero uno de los presentes le recordó el caso de Martín Luis Guzmán, cuya grandeza terminó cuando avaló la matanza de Tlatelolco, tal como él justificaba en la actualidad el autoritarismo del gobierno y la militarización del país.
--Soy un intelectual orgánico del régimen-- confesó esa vez sin pesar, aludiendo a su pasado gramsciano. Lo dijo hasta con orgullo.
De una mesa contigua a la suya, surgió la voz aguardentosa de un viejo reportero que terció con malicia:
--No, maestro. Tú eres, más que un intelectual orgánico, algo así como el estiércol de la política. La mierda que abona ideas a los poderosos para que éstos justifiquen sus transas y sus pendejadas.
Le di la razón.

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