20 noviembre 2009
"China nos ofrece una moraleja, la de que si nuestros "gobernantes" pensaran en México y fueran inteligentes no podrían soslayar que el capitalismo estadunidense está siendo financiado por el comunismo; su viabilidad misma depende de éste".
Radamés Palacios.
I
Don Radamés, autor del epígrafe de la entrega de hoy, no anda errado en su apreciación. Y es que, en efecto, el Estado chino es el único que no ha sufrido los embates de la crisis global que estruja con severidad al capitalismo y sus vertientes y expresiones.
Esa crisis --que en México se ha multiplicado en todos sentidos dada la condiciòn neocolonial de la economía mexicana con respecto a la de Estados Unidos manifiesta en la adhesiòn al neoliberalismo antisocial-- es causal, por añadidura, de grandes peligros sobre la humanidad.
Esos peligros se representan en hambrunas, incertidumbre y la desesperanza (y sus vástagas primogénitas, la inestabilidad social y política y la ingobernablidad), epidemias y pandemias, desintegración de Estados, guerras, etc.
Esa anomia mundial --que tiene a la humanidad al borde del colapso de sus estructuras y superestructuras societales-- configura ironías macabras y paradojas no eximidas de lobreguez: el odiado comunismo es hoy el salvador del odiador.
El mismo Lucifer --el Mal-- está salvando del infierno al Bien . Tal sería la moraleja. Ello sería maniqueamente inconcebible en la psique colectiva de los adherentes a las religiones cristianas devenidas del monoteísmo judaico.
La causales de ese verismo --que antojaríase contradictorio en el contexto de la cultura etnocentrista occidental-- son, a nuestro ver, simples y, por lo mismo, nítidas: el comunismo no es lo que en la cultura del poder del capitalismo se dice que es.
Mas el tema de ésta entrega no es el de la singularidad de la contradicción comunismo-capitalismo enunciada por el leyente Palacios, sino otra frase de su autoría en la misma sentencia epigráfica: los atributos de nuestros gobernantes.
II
En efecto, los gobernantes de México, si fueran, como conjuga don Radamés, inteligentes y además pensaren en México y no solamente en sus intereses personales o los de su grupo de poder económico o político, no harían lo que hacen y han hecho.
Cierto, sin duda. Pero esos gobernantes son una proyección de nosotros mismos, independientemente de las formas y los estilos y vías que existen en México para investirlos de nuestra representación en el poder político del Estado.
Dirìase de otro jaez que esos gobernantes --o como los alude el leyente Palacios, "gobernantes"-- han sido investidos como tales porque los mexicanos lo hemos permitido, por las razones que fuesen y fueren y hayan sido y serían.
No en vano adquiere sentido un antiquìsimo axioma forjado por la experiencia histórica de la Revoluciòn Francesa y, aun antes, de los pensadores europeos que formularon las tesis del contrato social: sólo el pueblo puede salvarse a sí mismo.
Dicho axioma, subráyese a la pasada, ha sido traído a un primer plano de atenciòn pública por Andrés Manuel López Obrador, abanderado de no pocos mexicanos inconformes y preocupados. Sólo el pueblo puede salvar a Mèxico, sostiene.
La experiencia histórica es implacable. Sólo el pueblo puede salvar al pueblo, proclamaba Robespierre. Marat elucidaba ese aforismo con más ornamentos retóricos: "el que manda, el pueblo, puede mandar que se haga lo que se tiene que hacer para salvarse a sí mismo.
Pero ello plantea un dilema: el mandante, el pueblo, puede actuar ordenándole a sus mandatarios --sus gobernantes-- que piensen cómo salvarlo y que se den pronto a la obra. En México no ocurre así.
¿Por qué? Porque los mandatarios --los gobernantes, servidores del que manda, el pueblo-- una vez investidos de mandataridad representacional, se convierten en un poder que pierde de vista su origen y crea intereses propios, ajenos, por lo general, al de sus mandantes.
III
Ese mismo poder, una vez que perdió de vista su origen y creó intereses propios, extraños históricamente al de su mandante, el pueblo, crea mecanismos para perpetuarse transgeneracionalmente. Sus personeros prosperan en esa distorsión.
México es un caso puntual, de libro de texto de ciencia política incluso. Los personeros del poder político carecen de inteligencia como conjunto --o "clase" o cuerpo"-- de y patriotismo. Piensan, por supuesto, en México.
Sí, piensan en México, pero lo hacen a partir de premisas determinadas por un individualismo egoísta y, por ende, antisocial, digamos que sin valores sociales o comunitarios, e.g., anticomunitarios, antisociales. Anticomunismo, pues.
"Si me va bien a mí, le irá bien a México", es el silogismo filosófico, en vez del más práctico: "Si le va bien a México, me irá bien a mí". Esa es la diferencia central entre las cosmovisiones capitalista y comunista.
En el capitalismo, ese enfoque filosófico justifica que unos cuantos poderosos se apropien de la plusvalía --riqueza-- creada por otros mediante el trabajo individual y/o colectivo. Los creadores de esa riqueza son, a su vez, bienes de consumo o uso en un mercado.
Ésto nos devuelve a China --cinco mil años de civilización-- y al por qué no creemos que nuestros gobernantes son inteligentes o patrtiotas o piensan en México. Los chinos han experimentado; nosotros no. Ensayo y error. Aquí queremos las cosas hechas por otros.
Y hechas --muy mal hechas-- las tomamos: la forma de organización económica y política, por ejemplo, fue diseñada en EU e impuesta con el contubernio (y ganancia) de nuestros gobernantes. Nos estamos dando cuenta de que éstos son nuestros enemigos.
Y así como trajimos al enemigo y lo instalamos en nuestra casa, México, lo podemos expulsar e ir más allá, más lejos: crear nuestra propia forma de organización económica y política, social, comunitaria, diseñada por nosotros mismos, no por otros.
El pueblo, pues, es el que puede salvar al pueblo. Sólo los mexicanos podemos salvar a México. Los chinos sólo piensan en China. Colectivamente. En su sociedad. En su comunidad. Debemos pensar así.
ffponte@gmail.com
http://www.faustofernandezponte.com/
Glosario:
Anomia: fenómeno devenido de que la estructura de una sociedad se desarrolla a un ritmo muy diferente al de la superestructura, siendo no obstante la primera la que determina el desenvolvimiento de la segunda. Falta de correspondencia entre las normas sociales y las conductas individuales y/o colectivas.
Estructuras: en sociología, conjunto de relaciones internas y estables que articulan los diferentes elementos de una totalidad concreta. Roger Bartra define que éstas relaciones interna s y estables determinan la función de cada elemento y contribuyen a explicar el proceso de cambio de la totalidad.
Superestructuras: en sociologia, conjunto de instituciones cuya función es la de cohesionar a la sociedad y la cultura en torno a la base económica y de asegurar la reproducción de ésta. La supestructura está formada por el Estado, el entramado jurídico, los centros educativos, la iglesia, los partidos políticos, etc.
Lecturas recomendadas:
Para comprender la historia, de George Novac.Fontamara.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario