17 diciembre 2009
“Es obvio que la preocupación más grande de los políticos de todos los partidos es que no les “truene el cuete” a ellos, pero en vez de eliminar las causas del “tronido” las acentúan”.
Carlos Manuel Alvarez.
I
La llamada reforma política propuesta por Felipe Calderón e inspirada en gran medida en una formulada por Manlio Fabio Beltrones exhibe con elocuente nitidez cuáles son las prioridades de los personeros del poder político del Estado mexicano.
Y esas prioridades no son, ciertamente, las de salirle al paso al enorme e insoslayable peligro que para México –el Estado y sus elementos constitutivos—es, en los hechos, la inviabilidad de la forma de organización económica (o modelo) prevaleciente.
Esa inviabilidad es un verismo objetivamente discernido por la inmensa mayoría del total de mexicanos y definida precisamente por las dramáticas consecuencias antisociales –violencia económica—de dicha forma de organización de la economía.
Señálese que el desempleo –unos seis millones de mexicanos—como un vector activo de la pobreza es expresión de una brutal violencia económica desatada por el poder político del Estado en aras de un proyecto experimental fallido. Terriblemente fallido.
Cierto. En vastos segmentos de la ciudadanía persiste la percepción de que México es un cuyo o cobaya de laboratorio en un experimento del capitalismo imperial que se sustenta sobre una base de prácticas inicuas del poder económico y político.
II
Esas prácticas inicuas son lo que se ha dado en llamarse capitalismo salvaje. El experimento ha sido exitoso para sus promotores y beneficiarios –las oligarquías trasnacionales y criollas locales—pero de consecuencias desastrosas para los mexicanos.
Es posible que los promotores de ese experimento –el de establecer en México el neoliberalismo económico hasta sus últimas consecuencias—hayan previsto pero desestimado criminalmente esas consecuencias desastrosas.
El experimento mismo –que se remonta al sexenio de Miguel de la Madrid y acelerado en los de los notorios agentes del imperialismo estadunidense llamados Carlos Salinas y Ernesto Zedillo-- está en riesgo dada su evidente inviabilidad.
Así es. Está en riesgo el experimento incluso para sus propios promotores –el Consenso de Washington y el TLCAN-- pues su aliado mercenario (el poder político del Estado mexicano) muestra síntomas claros de descomposición que derivaría en su desintegración.
La descomposición del poder político es causa y efecto de una crisis severa que se manifiesta en las propuestas que don Felipe le copió a don Manlio y en otras expresiones espectaculares, como los casi 17 mil muertos en la narcoguerra, cuya causal es política.
III
Menciónese, sin desviarnos del tema, que si bien el grueso de esos miles de muertos es secuela las pugnas entre los cárteles de la droga, también es cierto que el Ejército ha cometido un cúmulo impresionante de violaciones flagrantes a los derechos humanos.
El poder político ha militarizado al país; las Fuerzas Armadas se han desgastado al extremo de que la población ya no las ve con simpatía, sino con temor. El Ejército y la Armada se han vuelto contra el pueblo, la población civil, que no las apoya ya.
Además, la pobreza ha aumentado, al igual que la inseguridad social y, no se diga, la pública. La pequeña y mediana burguesía sufren una modificación estructural de clase pues se han proletarizado al tratar de vender, inútilmente, su fuerza de trabajo.
En ese contexto, es obvio que la reforma política tiene por fines (1) crear un debate falso –distractor—y (2) reforzar el poder político para que éste rescate al experimento del capitalismo salvaje y, ergo, antisocial, móvil de desempleo y pobreza. Es una socaliña.
ffponte@gmail.com
Carlos Manuel Alvarez.
I
La llamada reforma política propuesta por Felipe Calderón e inspirada en gran medida en una formulada por Manlio Fabio Beltrones exhibe con elocuente nitidez cuáles son las prioridades de los personeros del poder político del Estado mexicano.
Y esas prioridades no son, ciertamente, las de salirle al paso al enorme e insoslayable peligro que para México –el Estado y sus elementos constitutivos—es, en los hechos, la inviabilidad de la forma de organización económica (o modelo) prevaleciente.
Esa inviabilidad es un verismo objetivamente discernido por la inmensa mayoría del total de mexicanos y definida precisamente por las dramáticas consecuencias antisociales –violencia económica—de dicha forma de organización de la economía.
Señálese que el desempleo –unos seis millones de mexicanos—como un vector activo de la pobreza es expresión de una brutal violencia económica desatada por el poder político del Estado en aras de un proyecto experimental fallido. Terriblemente fallido.
Cierto. En vastos segmentos de la ciudadanía persiste la percepción de que México es un cuyo o cobaya de laboratorio en un experimento del capitalismo imperial que se sustenta sobre una base de prácticas inicuas del poder económico y político.
II
Esas prácticas inicuas son lo que se ha dado en llamarse capitalismo salvaje. El experimento ha sido exitoso para sus promotores y beneficiarios –las oligarquías trasnacionales y criollas locales—pero de consecuencias desastrosas para los mexicanos.
Es posible que los promotores de ese experimento –el de establecer en México el neoliberalismo económico hasta sus últimas consecuencias—hayan previsto pero desestimado criminalmente esas consecuencias desastrosas.
El experimento mismo –que se remonta al sexenio de Miguel de la Madrid y acelerado en los de los notorios agentes del imperialismo estadunidense llamados Carlos Salinas y Ernesto Zedillo-- está en riesgo dada su evidente inviabilidad.
Así es. Está en riesgo el experimento incluso para sus propios promotores –el Consenso de Washington y el TLCAN-- pues su aliado mercenario (el poder político del Estado mexicano) muestra síntomas claros de descomposición que derivaría en su desintegración.
La descomposición del poder político es causa y efecto de una crisis severa que se manifiesta en las propuestas que don Felipe le copió a don Manlio y en otras expresiones espectaculares, como los casi 17 mil muertos en la narcoguerra, cuya causal es política.
III
Menciónese, sin desviarnos del tema, que si bien el grueso de esos miles de muertos es secuela las pugnas entre los cárteles de la droga, también es cierto que el Ejército ha cometido un cúmulo impresionante de violaciones flagrantes a los derechos humanos.
El poder político ha militarizado al país; las Fuerzas Armadas se han desgastado al extremo de que la población ya no las ve con simpatía, sino con temor. El Ejército y la Armada se han vuelto contra el pueblo, la población civil, que no las apoya ya.
Además, la pobreza ha aumentado, al igual que la inseguridad social y, no se diga, la pública. La pequeña y mediana burguesía sufren una modificación estructural de clase pues se han proletarizado al tratar de vender, inútilmente, su fuerza de trabajo.
En ese contexto, es obvio que la reforma política tiene por fines (1) crear un debate falso –distractor—y (2) reforzar el poder político para que éste rescate al experimento del capitalismo salvaje y, ergo, antisocial, móvil de desempleo y pobreza. Es una socaliña.
ffponte@gmail.com
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