07 abril 2010
“Sólo hay un camino hacia la liberación: deshacerse del opresor”.
Eusebio As.
I
Es sabido que los personeros del poder político panista, priísta, perredista, etc. –tan miméticos y tan promíscuos— del Estado mexicano no son en ningún sentido parte de la solución a nuestros males, (causados y agudizados por ellos), sino el problema.
Ello es percibido como verismo en la psique colectiva, aunque ésta no haya discernido aun las vías o los atajos para resolver de una vez por todas los dilemas devenidos de esa triste, por terrible, situación nacional de crisis y debacle y opresión general.
Pero hacia allá se dirige tal psique colectiva. En el alma del mexicano la prioridad es la subsistencia y, casi a la par, la supervivencia tanto física, individual y socia, como cultural y, ya ni se diga, el afán natural –instintivo-- de perdudar y permanecer.
Sobrevivir, pervivir, supervivir si bien son vocablos sinónimos, ofrecen sin embargo distinciones cualitativas de laya semántica. Perdurar y permanecer tiene que ver más con el imperativo de la existencia física y psicológica misma y la reproducción.
Proceso cultural, pues, es el que describen de guisa variopinta todos esos vocablos, pero que enuncian también una preservación identitaria, congénita en lo colectivo y lo individual. Preservar como sea y fuere el legado societal. Existir aun en barbarie.
Inspira ello actitudes y conductas sociales de adaptación a las condiciones prevalecientes contribuye a desarrollar una forma de resistencia individual y colectiva que tiene manifestaciones civiles pacíficas y, en no pocos casos, violentas.
II
Esas manifestaciones violentas –devenidas de la frustración e irritación-- son el migajón motivacional, causativo diríase, de cualesquier esfuerzos liberadores y/o reivindicatorios; es decir, revolucionarios. Son los vectores de las revoluciones.
Lo revolucionario implica, esencialmente, modificar o alterar el statu quo que, en el caso de México, es opresivo en extremo. El recurso humano le produce con su quehacer riqueza actual al poder político panista, priísta, perredista, etc., del Estado.
Y le produce, asimismo, riqueza prospectiva, futura, pero presente dados los designios del poder político del Estado de tasar la plusvalía a futuro de esa riqueza por crearse –inferida y planificada-- en un mercado de valores de vesania frenética.
Los causantes de impuestos de mañana ya están aquí, cautivos, sin poderse desasir de los grilletes que el poder político del Estado nos impone. Ese statu quo carece de atenuantes y, sí una amplia variedad de agravantes cada día mayores.
Ese statu quo vesánico –de vorágine-- es enajenante, reforzado por el uso masivo, no siempre hábil pero sí muy efectivo, de los medios de control social, que nos induce a adaptarnos y plegarnos abdicando del anhelo de liberarnos nosotros mismos. Que alguien –otro-- nos libere.
¿Alguien? ¿Quién? Nos aterra pensar que nadie nos va a liberar. Más también nos aterra pensar que sólo nosotros mismos podemos liberarnos. Los agravios no se traducen en empeños colectivos –movilización de masas—: creemos en lo que queremos creer.
III
Y lo que queremos creer es que la solución de nuestros dilemas vendrá precisamente de nuestros propios opresores. Vana ilusión. La historia desmiente con su crudeza esa creencia. Nuestra sumisión y adaptación a la opresión engalla a los opresores.
Y éstos –los personeros panistas, priístas, perredistas, etc.--- del Estado se congratulan de la eficacia de los medios de control social y sus aliados (v. gr.,, el Estado Vaticano) y piensan que nuestra pasividad no es un peligro alguno al statu quo que les beneficia.
Esa pasividad tiene por móviles privilegiar la subsistencia y supervivencia y, ergo, perdurar y permanecer. Pero la pasividad tiene límites y su culmen. No en vano se busca que en la Constitución se instrumente el derecho a la alimentación, por ejemplo.
Dados esos límites --que razonablemente se disciernen en el horizonte cercano--, la pasividad muta de faz apacible y resignada y se convierte con rapidez en furia. La furia del México profundo tiene hitos históricos telúricos de reacción a la violencia del poder poilítico en 1810 y 1910.
Que el poder político del Estado mexicano celebre esos centenarios tiene, ya, efecto catalizador en el México profundo. Los mexicanos de entonces concurrieron al “grito” de Miguel Hidalgo y al llamado de Francisco I. Madero a derrocar al gobierno.
Es decir, fueron llamados a modificar el statu quo de opresión, hoy mayor que hace cien, 200 años. El poder político del Estado sabe que los detonantes están listos a ser encendidos a la menor convocatoria. Por eso, y no por el narco, el Ejército y la Armada están en las calles.
ffponte@gmail.com
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