30 abril 2010
“¿Qué está sucediendo en México? ¿Hay una guerra civil? Parece algo más que una guerra al narcotráfico”.
Steve Grey, Universidad de Harvard.
I
Las preguntas del doctor Grey --eminente sociólogo estadunidense que disfruta su jubilación, pero mantiene interés en los asuntos de México, acerca de los cuales hizo investigación académica durante décadas-- tiene relevancia y mucha atenencia.
¿Por qué? Por la sencilla razón de que ni los propios mexicanos –es decir, el grueso de éstos— saben a ciencia cierta lo que sacude a éste país cotidianamente y los políticos pretenden que se vive una “nomalidad” económica, política y social.
Pero es la cultura de la anormalidad –epítome de la dramática y espectacular anomia ocurrente que rige la vida nacional-- la que se nos ofrece como en diorama caleidoscópico que por su intensidad y frecuencia nos insensibilizan.
E insensibilizados estamos y, así, en vez de andar por los caminos que la historia de México nos señala pedagógica, didácticamente, los desandamos, llevándonos a ningún lado, a un erial sin horizontes de esperanza ni espejismos de autoengaño.
Soñamos en lo que queremos ser, no en lo que podemos ser. Soñamos que llegaremos algún día a esos altiplanos de la realización plena –personal y social--, pero no movemos un dedo ni damos el primer paso hacia ese destino. Esperamos milagros.
II
Pero los milagros –nos lo dice la misma experiencia humana— no son la consecuencia vectorial de providencias divinas ni mesías inspirados, sino en la fe y convicción de desarrollar motu proprio nuestro potencial individual y social.
En ese estado catatónico, la población general de México, pero en particular, su ciudadanía –la que vota, la que es la miga de la opinión digamos pública-- obsérvase atrapada en un contexto de aviesa, perversa simulación ý violencia.
Nos referimos, desde luego, a la simulación política –de apariencia democarática, aunque en el fondo es antinodal a ésta, lo opuesto-- y la violencia económica, la cual no es, por cierto, ésta última, simulada, sino trágicamente real.
En ambos casos –simulación democrática, violencia económica— el perpetrador es el Estado mexicano o, a fuer de precisorios y puntillosos, el poder político panista, priísta, et al del suso Estado. La simulación política tiene expresiones aberrantes.
Y una de esas expresiones aberrantes es la de la existencia, presencia y actuaciones abiertas, crecientes sin duda, de fuerzas paramilitares, como brazo coactivo irregular e informal, extraoficial, del poder político del Estado. Es, pues, violencia de Estado.
III
Violencia extraoficial. El tema es atañedero a la tragedia nacional a la luz del episodio más reciente de actividad paramilitar del Estado mexicano: el ataque armado a una misión internacional de observadores de derechos humanos que iba a Copala, Oax.
Ello ocurrió el 22 de abril. El convoy –con ciudadanos de Finlandia, Italia, Bélgica y Alemania y México-- fue emboscado en la carretera federal, en un lugar denominado La Sabana. Saldo: dos muertos por bala y varios desaparecidos.
La actividad paramilitar no es nueva en México ni mucho menos tiene su origen en el gobierno de facto que preside Felipe Calderón –considerado espurio por millones de sus conciudadanos--, sino que se remonta a muchos sexenios.
Pero el paramilitarismo adquirió briosos ímpetus a raíz del alzamiento de los indios zapatistas en Chiapas, en 1994, acentuándose acusadamente en el presidencialado de Ernesto Zedillo y, luego, en el de Vicente Fox y en el actual, el del señor Calderón.
El paramilitarismo elimina selectivamente a personas y con actos extremos reprimir conductas solidarias sociales, como las matanzas en Acteal, Aguas Blancas, El Charco, Atenco, los pueblos oaxaqueños, etc., ocurridas en los últimos 20 años..
Mediante el expediente uso de los paramilitares, el Estado se lava las manos de la comisión de crímenes y no se le pueden fincar responsabilidades legalmente, pues éstas se diluyen sin evidencias. En Copala se repite, ominosamente, tan execrable práctica.
ffponte@gmail.com
Steve Grey, Universidad de Harvard.
I
Las preguntas del doctor Grey --eminente sociólogo estadunidense que disfruta su jubilación, pero mantiene interés en los asuntos de México, acerca de los cuales hizo investigación académica durante décadas-- tiene relevancia y mucha atenencia.
¿Por qué? Por la sencilla razón de que ni los propios mexicanos –es decir, el grueso de éstos— saben a ciencia cierta lo que sacude a éste país cotidianamente y los políticos pretenden que se vive una “nomalidad” económica, política y social.
Pero es la cultura de la anormalidad –epítome de la dramática y espectacular anomia ocurrente que rige la vida nacional-- la que se nos ofrece como en diorama caleidoscópico que por su intensidad y frecuencia nos insensibilizan.
E insensibilizados estamos y, así, en vez de andar por los caminos que la historia de México nos señala pedagógica, didácticamente, los desandamos, llevándonos a ningún lado, a un erial sin horizontes de esperanza ni espejismos de autoengaño.
Soñamos en lo que queremos ser, no en lo que podemos ser. Soñamos que llegaremos algún día a esos altiplanos de la realización plena –personal y social--, pero no movemos un dedo ni damos el primer paso hacia ese destino. Esperamos milagros.
II
Pero los milagros –nos lo dice la misma experiencia humana— no son la consecuencia vectorial de providencias divinas ni mesías inspirados, sino en la fe y convicción de desarrollar motu proprio nuestro potencial individual y social.
En ese estado catatónico, la población general de México, pero en particular, su ciudadanía –la que vota, la que es la miga de la opinión digamos pública-- obsérvase atrapada en un contexto de aviesa, perversa simulación ý violencia.
Nos referimos, desde luego, a la simulación política –de apariencia democarática, aunque en el fondo es antinodal a ésta, lo opuesto-- y la violencia económica, la cual no es, por cierto, ésta última, simulada, sino trágicamente real.
En ambos casos –simulación democrática, violencia económica— el perpetrador es el Estado mexicano o, a fuer de precisorios y puntillosos, el poder político panista, priísta, et al del suso Estado. La simulación política tiene expresiones aberrantes.
Y una de esas expresiones aberrantes es la de la existencia, presencia y actuaciones abiertas, crecientes sin duda, de fuerzas paramilitares, como brazo coactivo irregular e informal, extraoficial, del poder político del Estado. Es, pues, violencia de Estado.
III
Violencia extraoficial. El tema es atañedero a la tragedia nacional a la luz del episodio más reciente de actividad paramilitar del Estado mexicano: el ataque armado a una misión internacional de observadores de derechos humanos que iba a Copala, Oax.
Ello ocurrió el 22 de abril. El convoy –con ciudadanos de Finlandia, Italia, Bélgica y Alemania y México-- fue emboscado en la carretera federal, en un lugar denominado La Sabana. Saldo: dos muertos por bala y varios desaparecidos.
La actividad paramilitar no es nueva en México ni mucho menos tiene su origen en el gobierno de facto que preside Felipe Calderón –considerado espurio por millones de sus conciudadanos--, sino que se remonta a muchos sexenios.
Pero el paramilitarismo adquirió briosos ímpetus a raíz del alzamiento de los indios zapatistas en Chiapas, en 1994, acentuándose acusadamente en el presidencialado de Ernesto Zedillo y, luego, en el de Vicente Fox y en el actual, el del señor Calderón.
El paramilitarismo elimina selectivamente a personas y con actos extremos reprimir conductas solidarias sociales, como las matanzas en Acteal, Aguas Blancas, El Charco, Atenco, los pueblos oaxaqueños, etc., ocurridas en los últimos 20 años..
Mediante el expediente uso de los paramilitares, el Estado se lava las manos de la comisión de crímenes y no se le pueden fincar responsabilidades legalmente, pues éstas se diluyen sin evidencias. En Copala se repite, ominosamente, tan execrable práctica.
ffponte@gmail.com
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