POR RAZONES DE todos sabidas, el señor Felipe Calderón no se asume como mandatario. En Monterrey, hace un par de días, pidió indagar a políticos y jueces ligados con el narcotráfico. ¿A quién se lo pidió? ¿A alguna potencia extranjera? ¿No sabe que, como ocupante de Los Pinos –“haiga sido como haiga sido”--, él tiene a la mano los instrumentos para hacer tal indagatoria y, además, llevarla a sus últimas consecuencias?
Obviamente, se trata de una más de las muchas simulaciones de Calderón que se da bajo el paraguas de su llamada “guerra en contra del narcotráfico”.
Porque si de combatir al narcotráfico se tratara –sólo un ejemplo-- su fallida Administración hubiese actuado de inmediato tras la denuncia que Miguel de la Madrid hiciera sobre las ligas del narcotráfico de los hermanos Carlos y Raúl Salinas de Gortari, en entrevista con Carmen Aristégui difundida a mediados del año anterior.
Impensable que las actividades del narcotráfico se hagan sin la protección de políticos, policías, jueces, magistrados…
Impensable que no cuenten con la ayuda de empresarios, banqueros, industriales, financieros…
No sólo en México. Sucede en todo el planeta, pero en otros países este fenómeno se maneja mucho mejor que aquí.
Calderón falló –para no variar— en su estrategia de legitimación tras su ocupación de la primera magistratura del país. Provocó no nada más el desgaste de las instituciones militares y navales, lo peor es que desató una masacre que ya ha cobrado más de 22 mil vidas, sin que haya una luz al final del túnel que alumbre un resultado exitoso.
Calderón se ha montado en el discurso que borda sobre la amenaza que para los procesos democráticos significa el narcotráfico.
Se trata de un discurso que, cuando menos, es sospechoso. Entre otras razones por los profusos antecedentes que vinculan la comercialización de drogas con el financiamiento de operaciones encubiertas impulsadas por la CIA y otros organismos estadounidenses ejecutores de políticas de seguridad nacional. ¿Alguien se acuerda del avión que la CIA y “El Chapo” Guzmán usaban al alimón?
La definición de un enemigo común, transnacional y lo suficientemente peligroso, es vital. Así, como antes lo fuera el comunismo, el narcotráfico es definido hoy como principal enemigo de los procesos democráticos, lo que tiende a enmascarar la causa primera de la desestabilización mexicana: las profundas injusticias sociales y los niveles insoportables de marginación y pobreza que engendran las recetas económicas neoliberales.
Para llenar un vacío de la posguerra fría, el narcotráfico --que sí puede ser considerado como una amenaza para los procesos democráticos por su carácter corruptor a nivel político y desarticulador a nivel social--, asume el rol que “el comunismo” ocupó en los años 60’s y 70’s para justificar una política de intervención militar y de hegemonía económica.
Así como el “narcoterrorismo” es una generalización burda para explicar los estallidos sociales, las rebeldías, las violencias y las insurgencias, el “narcotráfico” resulta una justificación fácil y lucidora para el despliegue de estrategias militaristas.
En ese sentido, el esquema que se reproduce en México guarda grandes similitudes con la historia reciente de América Central, donde las estrategias de contrainsurgencia fomentaron la aparición de los grupos paramilitares, y los objetivos políticos desplegaron un terrorismo de Estado que no vaciló en acudir al narcotráfico como fuente de financiamiento.
¿De verdad quiere Calderón que alguien –no él, claro-- indague las ligas del narcotráfico con los políticos?
¿Por qué no empezar por el estado de Morelos y la “clase política” panista de esa entidad?
Ahí hay una gran veta.
Índice Flamígero: Felipe Calderón sueña con que algún día las páginas de los periódicos reflejen sólo buenas noticias. El resto de los mexicanos también tenemos sueños, don Felipe. Que una buena noticia nos sorprenda una de estas mañanas y nos anuncie que el sexenio se encogió a sólo tres años y medio. Eso sí sería maravilloso, ¿no cree usted?
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viernes, abril 30, 2010
Calderón y la narcocracia
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