Año 8, número 3338
Lunes 03, mayo del año 2010
La conmemoración del sacrificio de los Mártires de Chicago –realizada en todo el mundo, menos en aquella urbe -ni en Estados Unidos, excepto por los mexicanos allá- tiene hoy un significado ajeno a lo celebratorio y sí reivindicador.
Y es que en todo el mundo –México incluido y, por ello, nuestro ámbito inmediato que es el sureste de México— los trabajadores vivimos en condiciones sin precedente que, guardada la proporción en la dialéctica del pasado y el presente, no existían.
El pasado, para situar un marco histórico, se remonta a los inicios de la llamada Revolución Industrial, que es el período comprendido entre la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX. En ese lapso, los contrastes eran lacerantes.
La Revolución Industrial –iniciada en Inglaterra primero y, luego, en el resto de Europa Occidental y, más tarde, trasladada a EU-- fue el cúmulo de cambios socioeconómicos, tecnológicos y culturales sin precedentes en la humanidad.
En ese proceso de transformaciones –su antecedente inmediato fue el neolítico-- surgieron pensadores cuyas ideas, difundidas en libros y periódicos, le dieron exégesis y sentido históricista a lo ocurrente. Esos pensadores (Marx, Engels, etc.) siguen vigentes.
En ese contexto ocurrió la matanza en Chicago, un día 3 de mayo de 1886. El primer día de ese mismo mes había entrado en vigor la demanda planteada por los huelguistas chiucaguenses de que las de jornada laboral fuesen de ocho horas.
Destacaron en ese movimiento los dirigentes Albert Parsons y August Spies --éste último, dirigía un periódico laborista--. Los caídos en Chicago son recordados desde entonces anualmente en el mundo como Día Internacional del Trabajo, el 1 de mayo.
Por ese entonces, Las jornadas laborales eran de 12 a 16 horas, sin que los trabajadores –que creaban riqueza y plusvalía con sus esfuerzos y que otros se apropiaban- tuvieren derecho a ninguna prestación. Ni día de descanso ni vacaciones.
Hoy, a casi 115 años después de la matanza de Chicago, los trabajadores en casi todo el mundo viven en general en malas condiciones. En México, los trabajadores han visto sus derechos conculcados y violados, de allí que la celebración haya sido protestaria.
En México prevalece, desde luego, la jornada de ocho horas –es una gran conquista social--, pero otros derechos reconocidos por la ley son violados, mermados, menguados de hecho. El derecho al empleo digno, por ejemplo, es conculcado.
El desempleo en nuestro país ha alcanzado índices elevados históricos, pues nunca antes habían sido tan altos en números duros y en términos porcentuales en el contexto de la población económicamente activa. Ese desempleo es un vector mayor de pobreza.
Y no sólo eso. Además de vector mayor de pobreza es una expresión de injusticia social brutal. En un entorno así, el poder político panista, priísta, et al del Estado mexicano promueve legislación que nos haría volver al siglo XIX o más atrás.
Así, la celebración del Día Internacional el Trabajo adquirió peculiaridades de una lucha no sólo por conservar las conquistas laborales, sino por impedir, mediante la manifestación pública protestaria, perderlas parcial o totalmente.
¿Por qué un estado como el mexicano, nacido (al menos oficialmente) de un proceso revolucionario actúa contra los trabajadores que, en realidad, somos todos los que nos vemos forzados a mal vender nuestra fuerza de trabajo? Sí, ¿por qué? ¿Por qué?
La respuesta es, a nuestro ver, lisa y llana: el hombre es el depredador principal del hombre. Locke, precursor del contractualismo social que después detalló Rousseau, decía que el lobo del humano es el humano mismo.
Pero más allá de lo filosófico, esas interrogantes tienen respuestas más prácticas. La naturaleza depredadora humana se manifiesta en ambiciones de poder, riqueza y oportunismo alevoso y ventajoso –premeditado-- e impune; despojar al más débil.
Ello induce a un individuo a apropiarse de las riquezas que crea otro. Esa apropiación ocurre bajo guisas legales (y en no pocos casos, francamente leguleyas) y sofistas y pseudo legales e inmorales. A los que se oponen se le reprime, como hoy en México.
Para ello, ese hombre depredador crea formas de organización económica que, como la prevaleciente en México, son abiertamente antisociales –anti usted, Lector-- y marcos jurídicos a modo. El Estado mexicano no garantiza hoy los derechos de nadie.
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