MÉXICO, D.F., 12 de mayo (apro).- El gobierno de Estados Unidos ha dado un viraje en su política respecto de la lucha contra el narcotráfico, y ahora lo ha tomando también como un problema de salud, no sólo de seguridad pública.
Esto ha llamado la atención de muchos que lo ven con buenos ojos, aunque habría que recordar que si el problema del tráfico y consumo de drogas ha crecido en todo el mundo, ha sido precisamente por la prohibición que desde principios del siglo XX impuso ese país al alcohol y el tabaco, lo que provocó todo eso que hoy sufrimos: adicciones, corrupción, violencia, mafia y muertes.
La base de la prohibición al alcohol y el tabaco en la década de los veinte fue eminentemente moral antes que de salud. En ese entonces, los sectores más conservadores de Estados Unidos vieron que el consumo de esos dos enervantes era un mal social, y lo catalogaron como un comercio ilegal que había que perseguir por la vía judicial y policial.
Esta óptica moralina no tardó mucho en derrumbarse ante el crecimiento del comercio ilegal de ambas drogas y la generación de los primeros grupos del crimen organizado en ciudades como Chicago, Nueva York y San Francisco, que empezaron a crecer, y con ellos la pelea por el poder.
Se generó también la corrupción policial y política, así como los primeros casos de lavado de dinero, además de que el negocio ilegal de alcohol y tabaco se extendió a otras ramas como la prostitución, la venta de armas y los juegos de azar.
Fue hasta entonces que se decidió legalizarlas y controlarlas. Luego, en 1930, Estados Unidos hizo la primera prohibición de la mariguana. Pero las bases del crimen organizado, y principalmente de las drogas, ya estaban formadas y se habían ramificado hacia Europa y Asia con la producción de hachis y goma de opio en Turquía, Medio Oriente y China, donde en 1909 y luego en 1912 se realizó la primera convención contra las drogas, prohibiendo la comercialización del opio.
Con la Segunda Guerra Mundial aumentó la producción de goma de opio y mariguana. Y es que en los frentes de batalla crecía cada vez más la necesidad de usar heroína y cannabis. Incluso hay versiones de la existencia de un acuerdo entre Estados Unidos y México para que en el país se plantaran y procesaran ambas drogas, que luego eran enviadas precisamente para el consumo de los soldados en la batalla, así como por los heridos, pues el infierno de la guerra lo requería.
Al término de la conflagración mundial se creó la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y Estados Unidos, como país triunfante, volvió a establecer su política de prohibición en la primera convención realizada por el organismo internacional.
A partir de entonces, la ONU ha celebrado varias reuniones y convenciones (1946, 1961, 1971, 1988 y 2009), en las que se ha establecido la ley de la prohibición y la persecución al comercio de las drogas en el mundo, con los resultados nefastos que hoy conocemos.
Con su política simplista, Estados Unidos llegó a proponer que se estableciera la sustitución de cultivos en los principales países, como Afganistán, Bolivia, Colombia y Perú, sin tomar en cuenta las condiciones culturales de cada país o región.
Pero la criminalización, la política de palo y zanahoria, la persecución de los grupos de narcotraficantes, así como de los adictos, no hizo más que hacer crecer el negocio del tráfico de enervantes en todo el mundo, ocasionando de nueva cuenta el fortalecimiento del crimen organizado en muchos países.
Ocasionó también la corrupción del sistema político y financiero (¿o dónde se lavan 500 mil millones de dólares anuales producto del narcotráfico, si no en los bancos más poderosos del mundo, incluyendo Estados Unidos?), la violencia con miles de muertes diarias y la descomposición del tejido social en muchos pueblos, comunidades y ciudades.
Y, así, el poder del crimen organizado (entre éste el narcotráfico) ha crecido de manera desmedida, hasta convertirse en un grupo de poder en países como Italia, Colombia, Perú, México y, por supuesto, Estados Unidos, donde la mafia italiana y norteamericana llegó a crear o construir literalmente una ciudad, Las Vegas, para institucionalizar el juego, la prostitución y las drogas en un territorio determinado.
Hoy ya no se piensa en acabar con un problema que rebasa las fronteras y los gobiernos de todos los países, hoy se están planeando medidas de control, como es el caso específico de la legalización del cannabis o la mariguana, que es la sustancia ilícita de mayor consumo masivo (alrededor de 200 millones de personas en el mundo).
Para este caso se trata de establecer políticas más tolerantes hacia los consumidores y que se deje de considerar a la mariguana una droga tan dañina como la heroína; además, buscar la manera de que se comercialice legalmente con reglas precisas y más duras que en el caso del alcohol y el tabaco, y al mismo tiempo descriminalizar a los adictos y darles un tratamiento de enfermos, que es lo son en cualquier sociedad.
No se trata, pues, de aprobar sólo una medida para disminuir el comercio ilegal de las drogas, sino de pensar en una política integral que no esté basada únicamente en el combate frontal, usando para ello a la policía y el ejército, como de manera errónea lo hizo Felipe Calderón en México para legitimarse.
La muerte de más de 22 mil personas en esta guerra contra las drogas; la desaparición de cientos de ciudadanos en pueblos y ciudades, sin que se tenga un registro oficial; el crecimiento de adictos a drogas duras como las matenfetaminas; el aumento desbocado de la violencia; el rompimiento del tejido social en zonas del país, como Ciudad Juárez, y los mayores índices de corrupción entre gobiernos, empresarios y banqueros, así como en los cuerpos policiacos y militares, demandan un cambio de estrategia.
Estados Unidos tiene, en este contexto, una enorme deuda, y no basta con la ayuda militar hacia otros países, sino tomar medidas drásticas para sí mismo, porque la lucha contra las drogas comienza en la propia casa.
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