MÉXICO, D.F., 25 de mayo.- Felipe Calderón regresó de su primera visita de Estado a Washington con las manos vacías pero el corazón contento debido a los múltiples halagos y atenciones que le prodigó su homólogo estadunidense. En sus propias palabras, Calderón no fue a defender los intereses de México o de los mexicanos, sino a “sellar un pacto de amistad” con Obama.
Por ello, el momento cúspide del encuentro no fue el vacuo, breve y mal pronunciado discurso que Calderón ofreció ante el Congreso de Estados Unidos el jueves 20, sino la fastuosa cena de la noche anterior. Calderón se emocionó tanto con la fiesta organizada por su “nuevo amigo” que llegó al extremo de compararse con el carismático e inteligente presidente del vecino del norte: “¿Qué es lo que tenemos en común el presidente y yo? Somos de la misma generación, casi de la misma edad: 47 y 48 años. Los dos somos abogados. Fuimos a la misma Universidad (Harvard). Estamos casados con esposas hermosas, maravillosas y carismáticas. Las dos son abogadas. Los dos somos zurdos (...) y los dos somos presidentes de países maravillosos”.
Es de subrayarse la obsesión por personalizar al extremo un evento que supuestamente habría de ser un encuentro entre dos Estados representados por sus líderes respectivos, no una velada amistosa entre dos almas gemelas. Es también lamentable el evidente malinchismo que se detecta en las posturas y declaraciones de Calderón. Su formulación de “el presidente y yo” sugiere de manera implícita que el estadunidense es mucho más “presidente” que él. Su afán por equipararse con Obama también revela una profunda inseguridad personal. Por ejemplo, en lugar de enorgullecerse de su verdadera alma máter, la mexicana Escuela Libre de Derecho, decidió enfatizar su breve y mediocre paso por la Universidad de Harvard.
No fue gratuito que los discursos de ambos mandatarios se llenaron con numerosas referencias a la obra de Octavio Paz, uno de los principales teóricos del malinchismo mexicano. A lo largo de su visita al núcleo político de Estados Unidos, y en particular durante la conferencia de prensa ofrecida de manera conjunta con Obama, el semblante de Calderón siempre reflejó la típica inseguridad de quien se encuentra “apantallado” por el poder y el dinero estadunidenses. Durante el festejo del miércoles que estuvo amenizado por Beyoncé, Calderón no se atrevió a bailar una sola pieza con su “hermosa y maravillosa” esposa.
El perfil de los invitados mexicanos a la cena también fue muy revelador. Allí se dieron cita Carlos Slim, Lorenzo Zambrano, Joaquín López Dóriga y Javier Alatorre. Sería difícil encontrar cuatro personas más emblemáticas de la clase mediática-empresarial que hoy tiene dominado al pueblo mexicano.
Calderón no se molestó en reunirse con las organizaciones de mexicanos y migrantes que habitan en aquel país y que con gran dignidad luchan y trabajan diariamente para sobrevivir y exigir el respeto de sus derechos. En lugar de expresar su solidaridad con los dirigentes latinos, decidió asistir a la Cámara de Comercio de aquel país para presumir sus reformas a Pemex y ofrecer el país al mejor postor.
Calderón tampoco perdió la oportunidad para admirar y enaltecer las fuerzas militares del imperio. La ceremonia nocturna del miércoles inició con una procesión militar y las simbólicas 21 salvas de honor. Anteriormente, el presidente mexicano había dejado una ofrenda en el Cementerio Nacional de Arlington, donde están enterrados los marines que invadieron el puerto de Veracruz en 1914. Ningún otro presidente desde la Revolución, ni siquiera Carlos Salinas, Vicente Fox o el mismo Díaz Ordaz, se había atrevido a cometer un acto de este tipo, que pone en cuestión tan claramente la historia y el orgullo nacionales.
En declaraciones al Washington Post el miércoles 19 el embajador en Washington, Arturo Sarukhán, manifestó que México busca tener el mismo tipo de relación militar con Estados Unidos que la que aquel país sostiene con Alemania y Francia. En otras palabras, se busca una relación de colaboración total e incluso de sometimiento a Washington en momentos claves de enfrentamiento contra “enemigos comunes”.
El encuentro entre los dos mandatarios concluyó sin novedad alguna. No se anunció ninguna iniciativa o proyecto transformador. Del lado estadunidense, Obama se declaró incapaz de lograr una reforma migratoria integral y se negó a impulsar una prohibición a la venta de armas de asalto. Ni siquiera se comprometió a impugnar formalmente la nueva ley discriminatoria y racista de Arizona. Ante un Calderón humilde y servil, Obama anunció que únicamente “está estudiando” esta última posibilidad.
Por su parte, Calderón aprovechó la ocasión para reafirmar su estéril e inútil “guerra sin cuartel” contra el narcotráfico. También realizó llamados tibios en contra de la ley Arizona y a favor de un mayor control de la venta de armas. Estas últimas fueron declaraciones obligadas pero débiles y pronunciadas sin contundencia o impacto político alguno. Los estadunidenses simplemente no les dieron importancia.
México merece mucho más que los vacuos mea culpa de Obama y la tibia egolatría de Calderón. Cada día queda más claro que ambos gobiernos trabajan en función de intereses palaciegos que de ninguna manera tienen relación con el bienestar del ciudadano común. Es hora de que los pueblos mexicano y estadunidense unan esfuerzos para llenar los enormes vacíos que existen en la relación bilateral. En lugar de esperar que nuestros líderes abran espacios a la ciudadanía, habría que transformar desde abajo hacia arriba la relación entre ambos países. l
www.johnackerman.blogspot.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario