14 junio 2010
Felipe Calderón ha perdido las riendas del país, no parcial sino totalmente. Escribo esto sin el menor atisbo de exageración. La violencia ha tomado proporciones inimaginables. La ley y el orden que en algunos estados se daba por sentada ahora está en duda en casi toda la geografía nacional. El gobierno calderonista pasó los últimos dos años repitiendo, dentro y fuera de país, que ganaría la guerra, que el país estaba estable, que los medios exageraban; sin embargo ya no le será posible sostener su discurso esquizofrénico. Nos dijeron que no había otra forma de abatir la violencia mas que con violencia y sólo potenciaron la capacidad de muerte y destrucción.
Los hoteleros que aseguraban que la mejor estrategia era negar la violencia para no perder clientes, ahora miran con horror la oleada de cancelaciones de turistas temerosos de las masacres y hacen sus maletas. Los millonarios que aseguraban que la violencia era entre bandas de narcos ahora sacan su dinero y envían a sus familias al extranjero para evitar secuestros. Los intocables ya no lo son tanto. Los partidos postulan candidatos vinculados con redes criminales y la gente vota por los que ofrecen protección al estilo del viejo oeste. La sociedad se defiende sola, investiga y consigue sus propios peritajes ante la incapacidad de la PGR. Mientras los narcos moralizan y hacen justicia por su propia mano los gobernadores dejan pasar todo. Hemos tocado fondo, negarlo no sirve a nadie, simplemente inducirá a la parálisis.
Tres ataques perpetrados por policías armados a los refugios para mujeres víctimas de violencia extrema más reconocidos del país son un símbolo de lo que sucede en México. Las mujeres, jóvenes, niñas y niños víctimas de violencia doméstica, de Trata, han sido ignoradas por la justicia, por ello durante más de una década las organizaciones de la sociedad civil les protegen. El último reducto de paz, o acaso el primero de sus vidas, es uno de estos refugios. Primero el de Monterrey, después el de Cancún y hace unos días el de Ciudad Juárez. No los atacaron sicarios, ni narcos, sino policías armados que con amenazas entraron al primero y al tercero (en Cancún se logró evitar su entrada). En los tres casos los policías estatales y municipales sabían que no hay autoridad, que pueden utilizar la fuerza del estado para venganzas personales y para advertir a las víctimas que no están seguras en ninguna parte.
Calderón tuvo la oportunidad de dedicar su sexenio a la reestructuración del sistema de justicia penal, al fortalecimiento del desarrollo social y a la transformación de la educación. Para poder detener y juzgar con honestidad y profesionalismo a los grandes delincuentes, para abatir el hambre y el desempleo, para fortalecer el tejido social y para contrarrestar la corrupción y construir futuro. Pero eligió la guerra, esta guerra que tiene a México hecho jirones. Calderón se equivocó, no cabe duda. Sin embargo no todo está perdido. Habrá que rescatar al país de las cenizas del PAN, del cinismo del PRI, de la estulticia del PRD. Ante la clara ausencia de liderazgo político habrá que construir un real, potente y solidario liderazgo social. Todo menos someternos a la ley de sangre y fuego. Todo menos eso.
Los hoteleros que aseguraban que la mejor estrategia era negar la violencia para no perder clientes, ahora miran con horror la oleada de cancelaciones de turistas temerosos de las masacres y hacen sus maletas. Los millonarios que aseguraban que la violencia era entre bandas de narcos ahora sacan su dinero y envían a sus familias al extranjero para evitar secuestros. Los intocables ya no lo son tanto. Los partidos postulan candidatos vinculados con redes criminales y la gente vota por los que ofrecen protección al estilo del viejo oeste. La sociedad se defiende sola, investiga y consigue sus propios peritajes ante la incapacidad de la PGR. Mientras los narcos moralizan y hacen justicia por su propia mano los gobernadores dejan pasar todo. Hemos tocado fondo, negarlo no sirve a nadie, simplemente inducirá a la parálisis.
Tres ataques perpetrados por policías armados a los refugios para mujeres víctimas de violencia extrema más reconocidos del país son un símbolo de lo que sucede en México. Las mujeres, jóvenes, niñas y niños víctimas de violencia doméstica, de Trata, han sido ignoradas por la justicia, por ello durante más de una década las organizaciones de la sociedad civil les protegen. El último reducto de paz, o acaso el primero de sus vidas, es uno de estos refugios. Primero el de Monterrey, después el de Cancún y hace unos días el de Ciudad Juárez. No los atacaron sicarios, ni narcos, sino policías armados que con amenazas entraron al primero y al tercero (en Cancún se logró evitar su entrada). En los tres casos los policías estatales y municipales sabían que no hay autoridad, que pueden utilizar la fuerza del estado para venganzas personales y para advertir a las víctimas que no están seguras en ninguna parte.
Calderón tuvo la oportunidad de dedicar su sexenio a la reestructuración del sistema de justicia penal, al fortalecimiento del desarrollo social y a la transformación de la educación. Para poder detener y juzgar con honestidad y profesionalismo a los grandes delincuentes, para abatir el hambre y el desempleo, para fortalecer el tejido social y para contrarrestar la corrupción y construir futuro. Pero eligió la guerra, esta guerra que tiene a México hecho jirones. Calderón se equivocó, no cabe duda. Sin embargo no todo está perdido. Habrá que rescatar al país de las cenizas del PAN, del cinismo del PRI, de la estulticia del PRD. Ante la clara ausencia de liderazgo político habrá que construir un real, potente y solidario liderazgo social. Todo menos someternos a la ley de sangre y fuego. Todo menos eso.
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