domingo, diciembre 12, 2010

Mujeres: Estado de excepción

Protesta en contra de la penalización del aborto.

Sara Lovera

MÉXICO, D.F., 9 de diciembre (apro).- Esta semana se cumplen 62 años desde que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) decretó la Carta Universal de los Derechos Humanos para garantizar que ninguna persona sobre el planeta sea objeto de discriminación, que goce de los derechos fundamentales, en tanto que los Estados deben velar porque sea así.

Más de medio siglo después, Margarita Guillé Tamayo, en su intervención en el IX Seminario Internacional sobre Políticas Públicas y Programas en Casos de Violencia Familiar de Alto Riesgo, sostuvo que las mexicanas viven en un estado de excepción, porque no se les protege en sus derechos fundamentales, que los hogares son de alto riesgo.

Hasta hace muy poco, creíamos que lo que sucede en la intimidad de los hogares era un asunto privado, donde el Estado no debía intervenir. Hay quienes siguen creyendo eso.

La periodista Margarita Guillé, quien hace años dejó su programa de televisión para abrir un refugio para mujeres violentadas en Aguascalientes, dice que no. Que tiene que intervenir el Estado y garantizar a las mujeres una vida libre de violencia, por supuesto también ahí, en la intimidad de sus casas.

Ella es una voz autorizada en el Comité de Expertas del Mecanismo de Seguimiento para la Implementación de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (conocida como Convención de Belén Do Pará), que en México es ley suprema, por lo que tendrían que hacerse muchas cosas desde que México la ratificó en 1981, es decir, hace 29 años.

Margarita Guillé, que participó en el IX Seminario Internacional organizado por la sociedad civil y el Gobierno del Distrito Federal (GDF), dijo que por su experiencia puede afirmar que todavía en miles de hogares mexicanos se sigue creyendo que las mujeres no tienen derechos y se las usa, abusa y desecha como si no fueran humanas.

Ahora se discute cómo intervenir o qué hacer; existen contradicciones: los refugios de mujeres, ¿son solamente medidas emergentes, o tienen un fin en sí mismos?; ¿cómo deben actuar, organizarse y desarrollarse? ¿Es una política pública o simplemente de contención limitada?

Mientras tanto, se sabe que más de mil mujeres son asesinadas en su casa, en su hogar, por quienes --dice la tradición--, debían protegerlas. Esto es, 16 mujeres diariamente.

Una casa de emergencia, detiene, pero no resuelve, es necesaria e importante, pero puede que se trate de algo estrictamente paliativo.

En el seminario, una de las actividades realizadas en la capital del país dentro de la jornada de los 16 días de activismo para frenar la violencia contra las mujeres, se puso en blanco y negro lo que ya sabemos, pero que es necesario repetir y señalar constantemente: que no se puede contar sólo a las violentadas, que debe haber un sistema de justicia que las proteja y que debe haber medidas trascendentes para cambiar la idea de hombres y mujeres en la sociedad, de que las mujeres valemos menos que los hombres y somos corregibles, castigables y que se nos puede maltratar sin consecuencias.

Organizado por la Dirección General de Igualdad y Diversidad Social del Distrito Federal, en el seminario se hizo un recuento de las políticas, de los modelos de atención, de la mejor forma de sacar de la angustia y la depresión a las violentadas; también de protocolos comunes para acceder a mejores resultados.

Es verdad que hay políticas, como esta, que incluso hay quienes en el mundo son consideradas súper expertas, que analizan, hacen metodologías y modelos de atención para sacar del círculo de violencia familiar a las mujeres, sin embargo, hace falta el contexto, la visión abarcadora para terminar con este flagelo que parece interminable.

Para muestra pensemos en que las cifras rebasan toda imaginación; pensemos en quienes tienen conciencia de esta situación. Mil mujeres asesinadas en México por sus maridos, amantes, parejas, exparejas, nos habla de una situación sin adjetivos, alarmante, y significa que no hemos caminado en la posibilidad de resolver los conflictos de manera pacífica, esos que se anidan en el corazón de la vida cotidiana, en la familia, y que se recrean, reafirman y admiten en la vida pública.

Lo grave es que estas políticas son aisladas en la mayoría de los Estados y no existe una discusión nacional y de Estado que haga algo más completo y complejo para parar la violencia.

Se habla de las causas generadoras de este tipo de violencia; siempre se habla de situaciones individuales, alcoholismo, desviaciones, familias disfuncionales, pero no se habla del contexto violento generalizado.

¿Dónde se fomenta? Es fácil, en todas partes, desde la cúspide de los poderes, como sucede en México, como pasa en el mundo occidental, en la forma como está normada la familia autoritaria.

La violencia contra las mujeres, las esposas, todavía consideradas propiedad de sus maridos; de las mujeres, todas, consideradas propiedad de los hombres; y ello se reafirma a través de las instituciones de esta sociedad: el gobierno, la familia, la religión, la escuela y todos los medios de comunicación.

Claro, eso fue poco abordado en el Seminario Internacional, porque lo que se hace con los refugios, las casas de Emergencia, los programas o las campañas es querer tapar el sol con un dedo.

Es necesaria una crítica contumaz al sistema que propicia estas situaciones, donde el poder es la divisa y la violencia es la única forma de enfrentar cualquier tipo de conflicto.

Guillé dijo algo valioso: “Resultaría más exitoso atacar la violencia familiar que invertir en acciones para combatir el narcotráfico”, y es valioso porque lo dijo con el corazón, pero sería insuficiente si no intentamos rescatar a este país, si no se ponen en práctica medidas democráticas para toda la gama de relaciones sociales, grupales y de pareja.

Lo cierto es que la violencia contra las mujeres cuestiona la calidad democrática de México, por supuesto, y cuestiona todas las firmas que México estampa en uno y otro documento nacional e internacional. ¿Por qué?

Porque a muy poca gente le importa que mueran 16 mujeres todos los días.

Empieza a ser un dato en la estadística y nadie se altera, sobre todo si tenemos 30 mil ejecuciones y si como, en Chiapas, por poner un ejemplo, la Fiscalía de Delitos Contra las Mujeres recibe 60 mil quejas de violencia contra las mujeres, pero sólo hay un porcentaje mínimo de consignaciones a los responsables.

El hogar, sin duda, es un espacio de impunidad donde más delitos se cometen, como se dijo en el Seminario pero, paradójicamente, 94% de la población piensa que es el espacio más confiable, de afecto y crecimiento personal.

Los refugios son acción emergente, como lo eran en la Colonia los Recogimientos de Mujeres en los que se daba acogida a las solteras, huérfanas, viudas y repudiadas por sus maridos, pero 200 años después no hemos podido hacer justicia. Se las refugia, como a los y las migrantes; como ahora se hará una casa de refugio para periodistas perseguidos, pero no vemos voluntad para ir a la raíz del problema.

Mientras tanto, reuniones como la descrita permiten hacerse cargo y tomar conciencia del tamaño del problema, sin duda, y por lo pronto se analizó ahí cómo unificar criterios para atender a las mujeres violentadas, rescatarlas de su profunda depresión y, en muchos casos, de su desesperación y falta de apoyo.

Como muestra del problema, se reveló que tan sólo en 2009 en la Ciudad de México fueron atendidas 427 personas por violencia familiar de alto riesgo en el Sistema de Atención y Prevención de la Violencia Familiar y, entre las asesinadas en el Distrito Federal, dos terceras fueron masacradas por sus maridos, novios, hermanos, amigos, familiares y otro tipo de parientes.

Recuerdo que en los años setenta ese fue el descubrimiento de las feministas, aunque no había tantos estudios, pero todavía la derecha defiende a la familia tradicional, jerárquica, autoritaria, diciendo eso que se dice en las encuestas, que los hogares son los sitios maravillosos donde las mujeres son fundamentales, aunque sean víctimas cotidianas.

Es probable que se tenga que hacer una crítica profunda, desarrollar políticas públicas y otras acciones que permitan poner en la picota a ese tipo de familia, donde las mujeres somos agredidas reales, no ficticias. Y de paso se vea que todo el contexto justifica esta situación.

Comentarios: saralovera@yahoo.com.mx

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