Al mejor estilo norteamericano y desatendiendo las siempre urgentes necesidades del país, el gobierno panista decidió en 2006 que no había mejor manera de legitimarse luego del escandaloso fraude, que lanzarse a una confrontación armada, seguramente los asesores del gobierno calderonista argumentaron que si la primer potencia del planeta había podido resolver sus crisis económicas y políticas marchando a la guerra, nosotros el patio trasero también podíamos hacer lo mismo, claro que como difícilmente México está en condiciones para emprender una aventura militar en el extranjero, hubo que buscar un enemigo interno, enemigo que pudiese ser visto por la mayoría de la población como tal.
Y así, sin preparación previa, fijación de objetivos o una planificación básica se decidió en Los Pinos sumergir al país en un mar de sangre; 40, 0000 muertos es la cifra a la que nos acercamos rápidamente y que seguramente pronto rebasaremos, ¿en nombre de qué o de quién?, ¿de nosotros los mexicanos?, ¿de nuestra salud?, ¿se detuvieron acaso a investigar cómo y por qué los grupos del crimen organizado habían crecido y como habían alcanzado ese grado de profesionalización que les permitió alcanzar el dominio de amplias zonas del país?, por supuesto que no, porque en el fondo el combate al narcotráfico no es el asunto toral de la agenda gubernamental, como si lo es el consolidar su propio poder de fuego, para mantener su orden, además de volver normal el patrullaje militar en nuestras calles, mismo que servirá para responder rápidamente a cualquier protesta que se salga del cauce de la “normalidad panista”; algo que ya hemos podido ver con claridad en Cd. Juárez, donde ante el abuso federal y la posterior protesta estudiantil, se ha dado la respuesta clásica de las dictaduras, represión acompañada de una campaña de desprestigio en los grandes medios de comunicación.
Me pregunto si alguien se ha cuestionado que pasara con todos esos efectivos de fuerzas federales y militares cuando luego de unos años se decrete el fin de la guerra, porque no es la primera vez que algo así sucede; a principios de los años ochenta cuando las organizaciones de izquierda resolvieron replegarse, para acumular fuerzas unas y para participar en la vida política legal, otras, el gobierno no supo qué hacer con todos esos policías y militares que habían sido entrenados en lucha contraguerrillera, y así de la noche a la mañana esos efectivos se encontraron desempleados y sin saber qué hacer, a lo largo de 15 años se habían dedicado a detener, torturar, asesinar y desaparecer, se habían vuelto unos especialistas del crimen y ahora no sabían dedicarse a otra cosa y fue lo que hicieron, de ahí surgieron los instructores dedicados primero al robo y al secuestro, para luego voltear a una actividad más lucrativa, el narcotráfico, a donde llegaron primero como escoltas y sicarios, para ya después decidir asumir las riendas de sus propios negocios.
Eso por no mencionar la imposibilidad de que el consumo de drogas sea eliminado, ellos deberían de saberlo mejor que nadie, después de todo la droga como todo producto en el sistema capitalista también se rige por la ley de la oferta y la demanda, y así, entrando ya al quinto año de la guerra panista, el gobierno federal no solo no ha podido frenar la expansión del narcotráfico, sino todo lo contrario, zonas extensas del país, principalmente en el norte, no conocen otro gobierno que el del narco, la droga sigue siendo el producto de exportación por excelencia y el consumo interno aumenta, mientras elementos de la marina, cual sicarios de la ultraderecha debutan en la capital federal, llegaron tarde, nadie les informo que la marina no tiene nada que hacer aquí, pues hoy todo es pavimento y de la capital indígena en medio de un lago no queda nada, como nada quedara de nuestro país, sino comenzamos a hacer oír nuestras voces con fuerza en nuestras calles y plazas, emulando a los pueblos del mundo musulmán que actualmente batallan en las calles para deponer a sus corruptos gobernantes.
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