Desde la detención de Benjamín Arellano Félix, líder del cártel de Tijuana, en 2002, el gobierno mexicano ha mermado severamente a esa organización, pero no ha logrado desintegrarla. Fue demasiado optimista la procuradora federal para la región sur de California, Laura Duffy, cuando aseguró, el jueves 5, que “está desmantelada” y que “no representa ningún peligro para el gobierno de Estados Unidos”.
La realidad es que Enedina Arellano y su hijo Luis Fernando Sánchez Arellano, El Alineador, controlan el cártel desde 2009 y aún están libres y aparentemente boyantes.
Los hechos contradicen a Duffy. En su informe anual del año pasado Las guerras mexicanas de las drogas: el año más sangriento a la fecha, la firma consultora Stratfor Global Intelligence sostiene que en 2010 el cártel de Sinaloa “amplió su control lucrativo en Tijuana y logró un acuerdo temporal con lo que resta de los Arellano Félix”, lo que redunda “en ventaja para Joaquín Guzmán Loera para” ese 2011.
El cártel de Tijuana sigue funcionando y la plaza sigue siendo suya pues la familia Arellano Félix preparó a una nueva generación de líderes, entre ellos Luis Fernando Sánchez Arellano, El Alineador, hijo de Enedina.
De acuerdo con la PGR, Sánchez Arellano y Enedina administran casas de cambio y empresas de bienes raíces. El Alineador comenzó a prepararse para el relevo tras la muerte de su tío Ramón Arellano y el encarcelamiento de Benjamín. Su poder se afianzó cuando fueron detenidos sus tíos menores: Eduardo y Francisco Javier.
La ficha criminal de la PGR indica que El Alineador tiene 35 años y cobró fuerza como jefe del cártel de Tijuana tras asociarse con Teodoro García Simental, El Teo o El Tres Letras, con quien sembró terror en esta ciudad fronteriza y en buena parte del territorio. Con esa alianza comenzó el auge de la nueva generación del cártel de Tijuana, incluso en territorio estadunidense (Proceso 1726).
A pesar de su juventud, Sánchez Arellano es un personaje temido. Cuenta con una estructura criminal sólida y comparte el poder con su medio hermano Samuel Zamora Arellano, a quien llaman El Ingeniero.
Dado que El Teo creó su propia base de sicarios, Sánchez Arellano se vio obligado a acercarse al cártel de Sinaloa y a La Familia Michoacana, y a permitir el paso de sus cargamentos, previo pago de una cuota. Stratfor sostiene incluso que el año pasado hubo un acuerdo entre ambas organizaciones para consolidarse en Tijuana.
Para mayo de 2011, de acuerdo con una ficha de la DEA publicada el 1 de mayo último en Proceso, Enedina Arellano es la única mujer en el mundo que lidera un cártel, el de Tijuana, “uno de los más poderosos y violentos del país y cuyas conexiones se extienden a Centro y Sudamérica”.
Familia de contrabandistas
En sus orígenes, allá en los ochenta, los hermanos Arellano Félix, hijos de Benjamín Arellano Sánchez y Alicia Félix, incursionaron en el mundo del contrabando. Al principio vendían vino, cigarros y camisas estadunidenses que llevaban de Nogales, Arizona, a Culiacán, su ciudad natal. Con el tiempo controlaron el pasillo más importante para la entrada de droga a Estados Unidos: la frontera con San Diego, California.
De acuerdo con fichas elaboradas por la PGR y difundidas en 2002, Benjamín, conocido como El Min, era entonces la cabeza del cártel de Tijuana. Y aun cuando se sometió a una cirugía plástica para cambiar de rostro y evadir a la justicia, fue atrapado en Puebla el 9 de marzo de ese año. Su hermano Ramón, El Comandante Mon, el más violento de todos, con frecuencia acompañaba a Benjamín a sus viajes por Europa.
Sobre Eduardo, médico cirujano egresado de la Universidad Autónoma de Guadalajara, los documentos de la procuraduría indican que influía mucho en su hermano Benjamín, a quien aconsejaba ser más agresivo para dominar el mayor territorio posible y tener un control total de las rutas y mercados de la droga. Francisco Javier, El Tigrillo, hasta su detención en territorio estadunidense el 14 de agosto de 2006 controlaba las plazas de la organización.
Por lo que respecta a las mujeres, están Enedina y Alicia. La primera es licenciada en contaduría pública y, según la PGR, ha fungido como prestanombres en varias operaciones de lavado de dinero y fue representante legal de la compañía Grupo Constructor del Noroeste; la segunda también lava dinero e invierte en obras de construcción en Mazatlán. Ambas están casadas con lavadores del cártel.
Los otros hermanos son: Norma Isabel; Carlos Alberto, modelo profesional; Francisco Rafael, quien estuvo preso en el penal de alta seguridad de Almoloya, en el Estado de México y luego fue extraditado a Estados Unidos donde purgó una condena y recuperó su libertad el 4 de marzo de 2008; y Luis Fernando, de quien las autoridades no ofrecen información.
Los hermanos Ramón, Francisco Rafael, Benjamín y Francisco Javier Arellano Félix se asociaron al principio con los capos Miguel Ángel Félix Gallardo, primo hermano de su madre, con Rafael Caro Quintero e Ismael El Mayo Zambada; también con Manuel Salcido Uzeta, El Cochiloco, quien fue asesinado en octubre de 1991 en Guadalajara.
En los noventa movían toneladas de cocaína de Sudamérica y no sólo tenían protección de escoltas, sino que contrataban a policías y a juniors y pandilleros de San Diego para enfrentar a Guzmán Loera.
La organización de los Arellano Félix se consolidó a finales de los ochenta, tras la captura, el 8 de abril de 1989, de Miguel Ángel Félix Gallardo, el líder del cártel de Guadalajara, organización que se escindió y dio paso a los cárteles de Sinaloa, liderado por El Chapo Guzmán, y de Tijuana, con los Arellano Félix al frente.
La cuarteta
En los noventa el gobierno de Estados Unidos calificaba a los hermanos Arellano Félix de “criminales apuestos, multimillonarios y despiadados”. En California decían que Ramón, Francisco Rafael, Benjamín y Francisco Javier vestían y hablaban bien, andaban con esmoquin y sólo por su presentación se les abrían muchas puertas.
Francisco Rafael solía publicar desplegados en el periódico El Noroeste, de Culiacán, en los que se decía “creyente en Dios sin ser un tragasantos”; también escribía que el puerto de Mazatlán sería otro si tuviera 10 empresarios tan emprendedores como él. Era propietario de Frankie Oh, una de las discotecas “más grandes y costosas del mundo”.
En enero de 1993 el periódico Excélsior publicó un desplegado dirigido al presidente Carlos Salinas de Gortari, al procurador Jorge Carpizo, a “derechos humanos” y a Humberto Benítez Treviño, subprocurador general de la República en el que se señalaba que El Chapo Guzmán y Héctor El Güero Palma –enemigos de los Arellano– eran responsables de decenas de asesinatos.
El desplegado tenía, entre otras, las rúbricas de Norma Corona Sapién (defensora de los derechos humanos), de los narcotraficantes Javier Caro Payán y Miguel Ángel Félix Gallardo y de los exgobernadores Antonio Toledo Corro y Leopoldo Sánchez Celis (Proceso 867).
Meses después, el 24 de mayo, Guzmán Loera y los Arellano fueron señalados de nuevo, esta vez por su presunta participación en el asesinato del cardenal Jesús Posadas Ocampo en el aeropuerto de Guadalajara. Ese mismo día Francisco Rafael Arellano Félix fue detenido por agentes federales en una colonia residencial de Tijuana. Después de varias horas quedó en libertad.
Cuatro días después de la ejecución del purpurado se publicó en Excélsior otro desplegado en el que los Arellano Félix insistían en que Guzmán Loera y Palma eran responsables de la balacera en la que murió por accidente el cardenal Posadas Ocampo.
El 2 de junio siguiente apareció otra inserción pagada en la que se mencionaba al nuncio apostólico Jerónimo Prigione entre los destinatarios. De manera velada se trataba de exculpar a los Arellano Félix, pues según el texto no podía afirmarse que los “asesinos tengan que ser tijuanenses”.
Una semana después fue capturado El Chapo Guzmán en la frontera de México con Guatemala. A partir de entonces el cártel de Tijuana dejó de hacer ruido en la prensa.
A finales de 1993 Excélsior publicó declaraciones de Benjamín Arellano en las que éste aseguró que luego de sostener correspondencia con Prigione, él y su hermano Ramón viajaron a la Ciudad de México para entrevistarse personalmente con el nuncio apostólico en varias ocasiones:
“El 1 de diciembre (de 1993) fue mi hermano Ramón y se quedó esperando en la casa del nuncio mientras éste iba con el presidente (Carlos Salinas de Gortari) y se juntaban Patrocinio González Garrido (secretario de Gobernación) y el procurador Jorge Carpizo. Hablaron, no sé qué entre ellos de nosotros, pero parece que dijeron ‘que se entreguen’ y nosotros dijimos: ‘Sí lo hacemos, pero que baje la presión; hacemos un arreglo y nos entregamos, pero sin tanto acoso’.”
Benjamín agregó que durante la entrevista Prigione le dijo que lo ocurrido en el aeropuerto tapatío “eran cosas que no se iban a saber nunca…” (Proceso 926).
Víctor Clark Alfaro, director del Centro Binacional de Derechos Humanos de Baja California durante el mandato de Ernesto Ruffo, afirmaba que los Arellano compraban credenciales de policía en 8 mil y 10 mil dólares. Su enlace era Sergio Sandoval Ruvalcaba, jefe de escoltas del procurador del estado Francisco Franco Ríos.
Los intocables
La década siguiente, de acuerdo con la PGR, los hermanos lograron establecer “una importante red de narcotraficantes dedicados a la transportación de grandes cargamentos de heroína, cocaína y mariguana hacia Estados Unidos. Su área de influencia eran las ciudades de Hermosillo y Agua Prieta, Sonora; Torreón, Coahuila; Tijuana, Baja California, así como grandes extensiones de Sinaloa, donde cultivaban enervantes”.
Eran intocables. En 1997 los Arellano Félix intentaron asesinar a Jesús Blancornelas, director del semanario Zeta, el periodista que documentó sus andanzas durante años.
Cinco años después, el 12 de marzo de 2002, Ramón Arellano fue asesinado; dos meses más tarde Benjamín fue capturado en Puebla, pero el cártel seguía vivo, como lo admitieron la Secretaría de la Defensa y la PGR.
La estructura financiera de la organización seguía intacta: “Es un triunfo moral y un golpe publicitario del presidente Vicente Fox, pero no quiere decir que la organización esté acabada”, afirmó Raúl Ramírez Baena, procurador de derechos Humanos en Baja California en esa época.
El cártel se recuperó con Francisco Javier El Tigrillo como nuevo líder. Lo apoyaron sus hermanos Eduardo, Alicia María, Isabel y Enedina. Para entonces sus ganancias anuales bordeaban los 5 millones de dólares.
La Procuraduría de Derechos Humanos de Baja California revelaba que Tijuana ocupaba ya el primer lugar nacional en consumo de estupefacientes. Tan sólo en esa ciudad las autoridades tenían registrados 4 mil 500 expendios de droga, conocidos como “tienditas”, y entre 500 y 700 picaderos para el consumo de enervantes.
Además en las principales plazas y rutas del narcotráfico, como La Rumorosa, Tecate, Mexicali, Algodones y toda la zona rural del estado siguen operando grupos al servicio de la familia Arellano Félix.
Según datos de la PGR, Tijuana estaba bajo el dominio de Efraín Pérez, El Efra o El 85, que tenía a Carlos Francisco Cázares Beltrán, El Quemado, como su lugarteniente; mientras que la plaza de Mexicali la controlaba Manuel Aguirre, El Caballo. En San Luis Río Colorado, Sonora, estaba Gilberto Higuera Guerrero, El Gilillo, quien en febrero de 2001 escapó de las tropas del Ejército que detuvieron a su hermano, Ismael Higuera, El Mayel.
Benjamín Arellano y su familia vivían en San Antonio, Texas, y tenían una lujosa residencia en La Jolla, California. “Nadie los molestaba”, contó Blancornelas (Proceso 1324).
El 14 de agosto de 2006, agentes de Estados Unidos arrestaron a El Tigrillo. Su detención puso en evidencia la desconfianza de la DEA en las autoridades de México.
Auxiliado por sus hermanas, Eduardo Arellano tomó el liderazgo. El cártel seguía en ascenso. Por esas fechas operaba en Colombia, Perú, Venezuela y Bolivia, donde se le consideraba el grupo criminal más poderoso del continente.
Después de dos años de consolidación, el 26 de octubre de 2008 el Ejército detuvo en la colonia Chapultepec, en La Mesa, Baja California, a Eduardo.
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