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martes, junio 22, 2010

¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi?

En el homenaje a Carlos Monsiváis en el Palacio de Bellas Artes, Elena Poniatowska rompió con el tenso silencio que desde las 10 de la mañana reinaba en el recintoFoto Carlos Cisneros.


¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi? Tú eres el enfrentamiento más lúcido al autoritarismo presidencial, el enfrentamiento más lúcido a las actitudes absurdas cuando no corruptas de las dos cámaras, el enfrentamiento más lúcido a los abusos del poder, la denuncia más ingeniosa y persuasiva de las actitudes y del lenguaje de los políticos, tú nos has hecho brindar contigo y sonreír con tu Por mi madre bohemios, que tiene tantos años de vida. Tú eres el enfrentamiento a nuestra clase política y a nuestra clase empresarial, tú confrontas decisiones y declaraciones tramposas e irreales y te indigna que nuestros tiempos sean los de la impunidad.

Tu mensaje esencial es el de la pérdida de majestad del poder presidencial, tu mensaje esencial en 1985, durante los dos terremotos, fue enseñarnos que a la hora de la desgracia podíamos organizarnos solos y hacerlo con más nobleza y más eficacia que ninguna instancia en dar como lo hicimos, si corríamos nosotros la suerte de todos, si corríamos a buscar picos y palas a la tlapalería, tu mensaje fue ennoblecernos y hacer que creyéramos en nosotros mismos, porque tú eres la nobleza misma, el compromiso mismo, la defensa de los derechos humanos, la indignación y el llanto en Acteal, la frase que alguna vez exclamaste tú que jamás, jamás decías groserías: ¡Ahora sí que no tienen madre!

¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi? ¿Cómo vamos a entendernos? ¿Cómo vamos a comenzar el día sin tus llamadas telefónicas? ¿Cómo sin tu risa entrañable? A todos nos dabas algo temprano en la madrugada y amanecíamos con tus consejos, tus críticas, tu bárbara e inconmensurable información.

Ya a las siete habías leído todos los periódicos pero también, Monsi, habías leído todos los poemas, habías analizado todas las noticias, pero también habías escrito tu “Nuevo catecismo para indios remisos”, ya a las ocho de la mañana tenías una idea muy clara de hacia dónde se encaminaba el gobierno, qué nueva felonía nos esperaba pero sonreías porque habías salvado con un solo telefonazo a un gato o a un perro o a un toro o a un niño o a una mujer o a un muchacho desbalagado en esta vida entre el Metro Portales y el Villa de Cortés.

¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi, cómo vamos a seguir? Nunca entendimos cómo pudiste estar en tres o cuatro lados al mismo tiempo. Tu don de la ubicuidad abarcaba la pintura, la poesía, el humor, la crítica, la lucha por la justicia, el amor a los demás. Tu don de ubicuidad y tu capacidad creativa –incomprensible para mí– te hizo recoger lo más bello de México para fundar museos y hacer libros, porque antes que el del El Estanquillo, que todos llamamos Monsiváis, hiciste otras colecciones, otros museos, investigaste en otros archivos, recuperaste a Leopoldo Méndez y a todo el Taller de Arte Popular, luchaste con ellos contra el fascismo como luchaste al lado de los moneros, de Gabriel Vargas y La Familia Burrón, de Rius, de El Fisgón, de Hernández, de Rocha, de Ahumada, de Naranjo, que ahorita ha de estar mirando incrédulo la pared de enfrente, en su restirador.

Si la sociedad que se organiza, si el cine mexicano, si la trivia, el pudor y la liviandad, si los movimientos sociales son tus grandes temas, el Movimiento Estudiantil del 68 es el que nos atañe a todos, es la punta de flecha del cambio que tú buscas, el de la protesta popular y el de la resistencia civil.

Luchaste como nadie contra la desinformación, viajaste por todo el país, ibas de Oaxaca a Hermosillo, la frontera para ti, Tijuana, Ciudad Juárez, Laredo, fueron ciudades que te brindaron algunas de tus grandes emociones y tus grandes preocupaciones. Fuiste consulta obligada, fuiste pilar del Proceso de don Julio Scherer García y fuiste un observador muy atento de la la lucha contra el narcotráfico y un defensor absoluto del Estado laico. En cambio, te sorprendió y te alegró que los mexicanos demostraran en el Zócalo su respeto por sí mismos y su posibilidad de nacer de nuevo y ser otros al posar desnudos frente a Spencer Tunick.

¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi? Aquí caminamos a tu lado, sonreímos contigo, cantamos contigo, a ti te gustaba cantar y eras muy entonado, te gustaba reírte y reír contigo nos hacía sentirnos casi dioses. Aquí nos tienes a todos desolados y conmovidos, aquí nos tienes destanteados, aquí nos tienes dolidos hasta la médula preguntándote: ¿por qué nos hiciste eso? Y si nos hiciste eso, ¿por qué no nos preparaste mejor?

Aquí están doña María, Bety y Araceli y Marta Lamas y Jesus y Raquel y Chema y Lilia y Jenaro y Alejandro y Rolando, y Neus y Cheli y Julia y Sabina y Javier y Braulio y Margo y Alejandra y Enrique, y no está Bolívar porque se te adelantó, a lo mejor lo vas a ver, a lo mejor abrazas a Saramago, con quien viajaste a Chiapas en los noventas. A la que sí vas a ver, seguro, es a doña María Esther, que supo educarte como a nadie, que te hizo leer la Ilíada desde muy niño, que te enseñó la biblia de memoria, que te hizo pensar como piensas ahora, con esa inmensa inteligencia que a todos nos deslumbra.

¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi? Tú nos abriste puertas a otros mundos, a un mundo raro como ironizarías en este momento, tú te lanzaste antes que nosotros, tú defendiste las causas de los más indefendibles en el sentido de que nadie los cuida, tú nos abriste puertas antes impenetrables. Soy una señora de 78 años, con 10 nietos tras de mí, y quiero decirte que nada en los últimos meses de tu enfermedad me ha conmovido tanto como el amor que te tiene Omar. Su dolor te honra, su entrega es tu trofeo y a mí me hace entender lo que significa la existencia real del amor sin límites, el amor que no tiene fronteras sexuales y ese amor me enaltece como enaltece a todos los movimientos de reivindicación o de identidades diversas en mi país, en tu país, en el país de todos nosotros que estamos aquí de pie a tu lado, caminamos a tu lado y vamos a seguir, juntos codo a codo denunciando lo que tú denunciabas y celebrando la congruencia, la ironía, el compromiso, el clamor por la transparencia, el No sin nosotros de 1996 y el Nunca más un México sin nosotros de los indígenas de Chiapas.

¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi? Tus causas serán nuestras causas, tu defensa de las minorías, nuestra defensa, no seremos estatuas de sal, somos, eso sí, tus amores perdidos, pero tú siempre serás el gran amor que enaltece y que todos buscamos en la vida.

¿Qué va a hacer México, sin ti, Monsi?

domingo, junio 20, 2010

Réquiem por el implacable crítico de los desfiguros del poder

Carlos Monsiváis, cronista de la vida cotidiana, del arte y la cultura popular de los mexicanos, falleció ayer a las 12:50 horas en la capital. La noticia abrió una herida profunda entre sus lectores, amigos y entusiastas seguidores. El cuerpo del prolífico escritor fue recibido por una multitud en el Museo de la Ciudad de México, donde es velado y muchas personas expresaron: “Monsi, al Zócalo; homenaje popular, no oficial”. Los restos del autor de Amor perdido serán incinerados hoy al mediodía Foto Barry Domínguez
Monsi, ciudadano comprometido
En los malos tiempos que se abaten sobre el país, la muerte de Carlos Monsiváis, El Monsi –como le decían afectuosamente sus amigos, sus conocidos y sus incontables lectores desconocidos– resulta doblemente desoladora. Cualquiera en el que México hubiera tenido que despedirlo habría sido un mal momento, pero el actual es el peor imaginable para perder a una de sus inteligencias más éticas, generosas y comprometidas con las gestas sociales, a su principal cronista, a un intelectual particularmente lúcido y agudo, al crítico más implacable de los desfiguros del poder.

A lo largo de su vida, Monsiváis registró, con humor, rigor y una suerte de erudición de los terrenos inexplorados de la sociedad, las formas de relación y las prácticas de identidad de la población urbana de la segunda mitad del siglo XX y, sin hacer con ello un retrato complaciente, las presentó como maneras de resistencia o, cuando menos, de compensación frente a la desigualdad, la corrupción y el abuso.

Al mismo tiempo, Monsi dedicó su pluma a la crítica de la cerrazón política oficial; la tragicómica ineptitud de los funcionarios; la prepotencia y los atropellos de un sistema político sin contrapesos formales; la insultante frivolidad de los grupos que se han ido transfiriendo el control de las instituciones, con o sin el aval de la voluntad popular; la connivencia entre los anteriores y los poderes fácticos del dinero y del músculo mediático; el clericalismo rústico y, en años recientes, la inocultable conformación de una clase política-empresarial que es a la vez mandante y mandataria, y responsable principalísima del desastre nacional que hoy padecemos.

Más allá de la innovación formal, de la conversión de usos coloquiales en gran literatura, de la observación aguda en la que se hermanan la mirada del barrio con la tradición conceptista, el sentido central de la vida y de la obra de Monsiváis reside en la subversión verbal y textual frente al poder del gobierno, de la televisión, de las trasnacionales, de la jerarquía eclesiástica, de las corporaciones priístas, de la publicidad, de la venalidad, de la arrogancia, de la ambición, de la miopía y de la insensatez.
No cabe llamarse a engaño: con motivo del proceso electoral de 2006, Monsiváis señaló que un poder entronizado por el “dinero a raudales” habría de terminar sometido a los designios del mandato económico y advirtió sobre los riesgos de la “violencia ideológica” de la derecha. Vistos en retrospectiva, esos señalamientos adquieren la condición de una denuncia profética.

El sentido de orfandad es, pues, doblemente arduo en el momento actual, cuando la inteligencia constituye un déficit generalizado; cuando se confunde Estado con Ejército, política con encuestas de popularidad, y opinión pública con opinocracia; cuando el sentido de país está ausente de las decisiones que aún pueden ser adoptadas en las cúpulas políticas y económicas; cuando el cinismo y el pragmatismo extremos dejan de ser motivos de vergüenza y se convierten en actos de lucimiento; cuando el designio arbitrario, la violencia armada y la ley del más fuerte parecen ser los únicos sucedáneos de convivencia civilizada y de régimen republicano.

Signo de los tiempos: los factores de poder denunciados y desnudados por Monsiváis elogian, en estas horas amargas, a un personaje descafeinado, desprovisto de ideología, tolerante para con todo: casi a un intelectual de Estado, situado por encima de diferencias y fracturas sociales. Es obligado recordar, en tal circunstancia, que el escritor desaparecido fue siempre un ciudadano comprometido con las causas políticas, culturales y sociales de los marginados, de los discriminados, de los invisibles, de los de abajo, de los sin voz. Los homenajes póstumos de los poderosos parecen, pues, un ejercicio de hipocresía, que es como se denomina al tributo que el vicio rinde a la virtud.

Para la sociedad de abajo y para los ciudadanos de buena fe que aspiran a un país legal, justo, soberano, democrático e inteligente, el fallecimiento de Carlos Monsiváis es una noticia demoledora. Valga como pésame colectivo y compartido el compromiso de seguir encontrando, en su obra, razones para mantener vigentes esas aspiraciones.

viernes, junio 18, 2010

Fallece el Nobel José Saramago

José Saramago, escritor.

Alejandro Gutiérrez

Madrid, (apro).- El escritor portugués José Saramago, premio Nobel de Literatura, falleció hoy en su vivienda en Tías, Lanzarote, en las Islas Canarias, a los 87 años, a causa de neumonía crónica, informó la editorial Alfaguara, que publica sus libros en España.

“El escritor portugués y premio Nóbel José Saramago ha muerto en torno a la una menos cuarto de la tarde hora de Canarias”, dice la comunicación de dicha editorial.

Saramago murió en compañía de su mujer y traductora, Pilar del Río, tras pasar una noche tranquila, desayunar con normalidad, y mantener una conversación con su pareja. Pero después comenzó a sentirse mal y al poco tiempo falleció, explicó a EFE una fuente de la familia.

Pese a la debilidad de su salud, Saramago publicó a fines del 2009, la novela Caín, que muestra una irónica mirada al viejo testamento que provocó una reacción crítica de la Iglesia Católica.

Con motivo de la salida de este libro, Saramago le dijo al periodista Francesc Relea de El País, “hay quien me niega el derecho de hablar de Dios, pero no creo. Y yo digo que tengo todo el derecho del mundo. Quiero hablar de Dios porque es un problema que afecta a toda la humanidad”

Asimismo, el premio Nobel fue uno de los intelectuales que mostró una mirada crítica hacia la justicia española ante el juicio abierto contra el juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, y por impedirse el juicio por los crímenes del franquismo.

Su obra se compone de 17 novelas y numerosos ensayos, artículos y cuentos.

Nació en Azinhaga, Portugal, el 16 de noviembre de 1922 en el seno de una familia campesina. En Lisboa cursó sus estudios de primaria pero no pudo terminar su instrucción de secundaria debido a las dificultades económicas de la familia.

A sus 12 años, Saramago ingresó a una escuela de enseñanza profesional para aprender el oficio de cerrajero mecánico, actividad en la que se desempeñó durante un tiempo.

Desde esa época gracias a su interés por la literatura frecuentaba la biblioteca pública de Portugal.

El portal de su fundación, da a conocer sobre su biografía que, así, “sin ayudas ni consejos apenas guiado por la curiosidad y por la voluntad de aprender, que mi gusto por la lectura se desenvolvió y pulió”.

Vinculado con el medio literario, Saramago publicó su primer libro en 1947, titulado “A Viúva” (La Viuda, en castellano), pero que por razones editoriales se publicó con el nombre de Terra do Pecado (Tierra del pecado).

Después publicó su novela Clarabóia (Claraboya), que permanece inédita.

En la editorial “Estúdios Cor” inició también su labor como traductor de autores como León Tolstoi y Charles Baudelaire.

Después vino su etapa de mayor madurez productiva con títulos como Memorial del Convento (1982) y con Ensayo sobre la ceguera (1995), lo que le proyectó como uno de los mejores novelistas contemporáneos.

En 1971 también tuvo experiencia como periodista, al ingresar como responsable del suplemento cultural del Diário de Lisboa, y años después fungió como director adjunto del Diário de Noticias, el cual abandonó después por motivos políticos.

El escritor y semiólogo Humberto Eco dijo de de él: “Saramago hace que el lector viaje en una niebla láctea”.

Saramago tomó distancia de Portugal dos años después de publicar El Evangelio según Jesucristo (1991), el cual fue censurado en su país por su crítica frontal a la religión católica.

Entonces, Saramago se fue a radicar a Lanzarote, porque el gobierno portugués vetó la presentación del libro al Premio literario europeo.

Ahí escribió su libro Ensayo sobre la ceguera (1995) y Todos los nombres (1997). Un año después le fue otorgado el premio Nobel de Literatura.

En las entrevistas que se le hicieron al darse a conocer el galardón, Saramago dijo, “he sentido una emoción muy fuerte y, como ocurre casi siempre con todas las emociones fuertes, uno no se entera:; lo sufre, lo siente, pero verdaderamente no se entera, y es con el paso del tiempo cuando uno se da cuenta de lo que ha ocurrido”.

En noviembre pasado, cuando presentó su libro Caín, Saramago anunció que ya trabajaba en su siguiente libro, que se refiere a la industria del armamento, sobre quién las fabrica y quién trafica con ellas, así como quién muere por esa razón.

“La vida no tiene importancia”, dijo el autor en esa oportunidad.

sábado, octubre 06, 2007

De intelectuales, anfibios y castores

Ilán Semo

El suplemento cultural Ñ del Clarín, publicó la semana pasada un ensayo de Maristella Svampa sobre las funciones del intelectual en la sociedad actual (N.209, 29/09/2007). Se ha escrito tanto sobre el problema que difícilmente se puede imaginar una acotación original o efectivamente inédita. No es tampoco el propósito de esa colaboración. El artículo es, por decirlo de alguna manera, de orden polémico o, si se quiere, controversial: más una discusión que una exploración. Discute no con alguien en particular sino sobre un viejo tema del que se escucha ya poco: el intelectual militante, comprometido políticamente.

¿Dónde quedó esta criatura que hace tan sólo un par de décadas provocaba el desvelo de la definición misma de qué es un intelectual? ¿Cómo se han modificado sus funciones en estos últimos tiempos?

En las décadas pasadas, la relación entre el intelectual y la política sufrió probablemente más cambios que en toda su historia moderna junta. Ya en los años 60, ver a Jean Paul Sartre codo a codo con los estudiantes causó una enorme extrañeza a una (en aquel entonces) joven generación de pensadores para los cuales la diseminación (pública) del conocimiento –Barthes llamó alguna vez a un aspecto de este proceso la “politización del conocimiento”– no sólo deja de ser un sinónimo de la inmediata politización del intelectual, sino que ésta desemboca más que en un acto con sentido, en un actnig, en un tipo de intervención que más bien inhibe la eficacia de la relación entre ambos extremos. El artículo donde Foucault quiere responder a la pregunta de “¿Qué es un autor?”, que data de la época, es muy característico de esa perplejidad. Para él, la intervención pública del intelectual sólo podía resultar eficaz si partía de los propios códigos del mundo del conocimiento –las “prácticas discursivas”–, y no como era la costumbre, que lo veía asumiendo finalmente el papel del político.

Svampa ofrece una explicación de este giro o este quiebre a la que habría que prestar atención: la creciente academización del saber ha creado mecanismos de su legitimación que son simplemente antitéticos con las formas en como la política ordena sus propias “prácticas discursivas”. La escritura de la política marcha en dirección exactamente opuesta a la autonomía que resguarda la producción de saberes académicos. La primera persigue conmover ánimos, remover inercias o rusticar actos, la otra requiere de un equipamiento que la dota de cierta distancia. Y, en cierta manera, no hay que olvidar que los que definen la columna principal del pensamiento social en la segunda mitad del siglo XX son quienes capitalizan esta autonomía desde la candidez aparente de las aulas.

No sin razón, se podría observar en esta partición (entre el mundo de la academia y la política o la militancia) una suerte de subterfugio casi lingüístico. Finalmente, ¿qué son, por ejemplo, los miles de “asesores” que, investidos con la legitimidad del saber académico, cumplen una función (política) esencial en todas las redes del poder de la sociedad? En las fábricas de la comunicación el mismo fenómeno se potencia hasta el hartazgo.

Maristella Svampa propone imaginar un nuevo “modelo de intelectual”, que no evada esta politización ya inscrita de antemano en las formas actuales de la diseminación del saber: el intelectual anfibio, uno que sea capaz de moverse en distintos medios adaptándose a ellos, capitalizando el hecho de que todo medio es en sí mismo unidimensional.

Al principio, debo reconocer, la noción de anfibio me deprimió. He visto cómo la mayor parte de mi generación se perdió en el anfibiaje, en cuya última estación no queda más que un simple y llano vacío: ni el oficio de la política ni el de la escritura.

Pero tal vez existen anfibios que nos permiten imaginar otro orden de cosas: los castores, por ejemplo. (Ni siquiera sé si los zoólogos los definen como anfibios.) El castor no se adapta meramente a las circunstancias y los diversos medios, sino que crea su propio mundo entre ellos. Y desde ahí se ve obligado a modificarlos, a veces con extrema urgencia, para sobrevivir. Como el castor, la única manera en que un intelectual puede cobrar su identidad es pensando a partir no de horizontes ajenos a sí mismo, sino precisamente sólo a partir de sí mismo, de ese umbral en que su propia vida, su propia subjetividad, se abre hacia el mundo de afuera. El problema siempre es no cómo observar al mundo en general, sino cómo se observa fragmentado desde la propia subjetividad. Y aquí, por supuesto, no hay receta que valga.