León Bendesky
No se puede tapar el sol con un dedo. El riesgo de intentarlo es impedir por completo la visión. Así no será posible comprender nada. Algo grave ocurre en México y las muestras están al alcance de todos y brillan como la luz del día, a pesar de estar ya próximo el invierno.
Primero, la transferencia del Poder Ejecutivo de la medianoche del 30 de noviembre es una indicación clara del desarreglo institucional en que se ha metido al país. Es un signo lamentable del final de la presidencia de Fox y del principio de la gestión de Calderón. No debemos olvidar cómo sucedieron los hechos, y de ahí su significado.
Sí, fue a la medianoche, como una especie de Cenicienta al revés, que debe llegar en el último minuto para que no se descubra el secreto de su presencia en el baile real, al que, en cambio, asistieron sin derecho propio sus hermanas feas y perversas; apareció ahí como un regalo concedido por su hada madrina aunque fuese un don que tiene periodo de caducidad.
El acto de medianoche marcó el tránsito del poder a escondidas de la gente en lo que supuestamente es una democracia fuerte, según los protagonistas de ese acto. A escondidas del Congreso que debe atestiguar la transferencia de ese poder alcanzado supuestamente de modo abierto en las urnas. Fox depositó su banda presidencial en manos de un militar para que la alcanzase a Calderón, en una sociedad civil, y sólo faltó que estuviera presente algún obispo dando fe del hecho, en una sociedad laica.
La apresurada estancia en el recinto del Congreso para jurar hacer cumplir la Constitución o que la nación se lo demande, fue la comprobación del carácter ilegítimo del acto furtivo de la noche anterior. Un Fox tan pequeño políticamente como grande es su tamaño físico cargaba dócil y ridículamente la banda presidencial que ya había dejado de ser suya para pasarla al nervioso presidente en turno del Congreso que, a su vez, la puso en manos de Calderón, rodeado de fieles panistas y, sobre todo, por muchos elementos de seguridad que lo protegían.
Luego, el verdadero acto de presentación en sociedad, al margen de la gente (incluso la que votó por él), en un asegurado Auditorio Nacional y bien cobijado, con un discurso tan como de costumbre que es difícil recordar su contenido, el nuevo Presidente declaró lleno de satisfacción: "Sí se pudo y sí se puede". La alusión es clara y, entonces, ya todo es igual. Calderón padece una metamorfosis que lo hace parecerse (in)conscientemente a su acérrimo opositor.
Segundo, López Obrador no ceja. Reúne de nuevo a sus seguidores en pleno Zócalo de la ciudad de México. Denuncia los actos de investidura y afirma que no aflojará en su resistencia contra lo que llama explícitamente una imposición en la Presidencia. La rebeldía es abierta y se manifiesta en la plaza pública en claro contraste con el acto oficial.
La coexistencia de estos hechos evidencia la magnitud del conflicto político y social que existe. Como tal, rebasa el umbral de las preferencias o filiaciones y no queda claro por qué cauces correrán las fricciones.
Estos son únicamente algunos de los muchos asuntos que marcan y definen la situación política del país, de clara confrontación en varios frentes, de gran polarización y que sólo puede caracterizarse como muy delicada.
Calderón tiene ya adquirida una responsabilidad legal e institucional muy clara que cumplir y habrá que ver los recursos políticos de los que dispone para hacerla valer. Hasta ahora su grito de "sí se pudo y sí se puede" es una declaración de intenciones, ya ha nombrado a aquellos con los que quiere gobernar y, de paso, eso indica cómo quiere hacerlo y los compromisos que adoptó. Sus cartas están echadas.
López Obrador tiene otro tipo de responsabilidad, en una manera de hacer oposición al gobierno que aún tiene que tomar una forma más definida en sus propios términos políticos y, especialmente, en su expresión legal. Una oposición de ese tipo, articulada en el Congreso con los representantes de su partido, puede volverse una forma efectiva de conducir un proyecto social que se convierta en una alternativa al que se aplica de modo oficial y que no puede superar su rigidez.
No es claro cómo podrán convivir estas dos expresiones políticas en una situación de cada vez mayor enfrentamiento. El desacomodo actual es muy grande y tiende a ensancharse. Calderón tiene la ventaja del poder institucional y todos los recursos legales y de fuerza de los que puede disponer. López Obrador deberá mantener movilizados a sus seguidores y ampliar mediante el convencimiento su base de apoyo popular, ésa es una cuestión difícil, por él mismo, y a lo que contribuye la permanente campaña de desprestigio a la que está sometido.
La arena de la confrontación no puede mantenerse indefinidamente, el costo es muy alto para la gente que ambos personajes dicen representar y en un entorno donde otras fuerzas y otros intereses sacan provecho constante de lo que sucede. Mientras, el país se empequeñece y pierde ante otros que se reacomodan internamente y se mueven en el terreno mundial.
lunes, diciembre 04, 2006
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