Iván Restrepo
Algunos noticieros de televisión del país mostraron recientemente la forma cruel en que las autoridades mexicanas matan a perros y gatos callejeros. En el espacio matutino, que conduce en Canal 2 Carlos Loret de Mola, se exhibió un video que ilustra el sacrificio de estos animales en Chetumal, capital de Quintana Roo. Antes de transmitir el video se advirtió a la audiencia que las escenas eran muy terribles y podían afectar a muchos televidentes. Las imágenes dijeron más que mil proclamas en defensa de los animales y contra su maltrato. En efecto, a los animales que van a parar a la perrera de Chetumal los empleados les conectan en las orejas cables a través de los cuales descargan varias veces corriente eléctrica. Para que el efecto sea más intenso y mueran más pronto electrocutados, les echan chorros de agua. El conductor del noticiero comparó esta forma de eliminar perros con la matanza de focas, a palos, en Canadá.
Las escenas de Chetumal dieron la vuelta al mundo despertando la protesta generalizada. El video confirma que la violencia en el país la fomenta el propio gobierno y no se limita a Oaxaca ni a Atenco, o a los narcos y a la delincuencia organizada en su lucha por conservar y extender sus espacios de acción, porque lo que ocurre en Chetumal es una práctica común, pese a que "asociaciones defensoras de la vida animal" supervisan que los ejemplares que van a ser sacrificados sean previamente anestesiados. Sin embargo, la realidad es que los matan a garrotazos, envenenados o con pistolete de émbolo y que antes, a la hora de capturarlos y durante su permanencia en los mal llamados "centros antirrábicos y de control canino y felino", los han maltratado. El sufrimiento y la forma de eliminar a dicha fauna han sido denunciados muchas veces por veterinarios y asociaciones protectoras de animales.
Aunque nuestros funcionarios suelen decirnos que ya somos parte del primer mundo, las instancias de salud siguen utilizando los métodos más crueles para "controlar" la sobrepoblación de perros y gatos, la cual obedece, fundamentalmente, a la irresponsabilidad ciudadana, a la falta de medidas que garanticen el control y cuidado de la fauna, a quienes adquieren mascotas que luego abandonan, o permiten que se reproduzcan sin medida alguna, arrojando después a la calle los ejemplares que ya no desean tener.
Es urgente, pues, que las instancias oficiales asuman la obligación tantas veces prometida de controlar eficaz y humanitariamente dicha sobrepoblación. Ello exige acciones de control suficientemente conocidas y efectivas (la principal es la esterilización masiva) que deben ir de la mano con campañas de educación pública.
Al respecto, existe a escala nacional una Norma Oficial aprobada en 1995 sobre el sacrificio humanitario de los animales domésticos y silvestres. Lamentablemente no se cumple.
La Asamblea del Distrito Federal aprobó hace justo cinco años una Ley de Protección a los Animales que, aún con limitaciones, es un avance importante. Por causas desconocidas, que parecen radicar en falta de presupuesto, no entra en vigor todavía. Igual sucede en otras entidades que alegan no tener recursos para hacer cumplir las normas para la protección. No obstante, existe suficiente experiencia mundial sobre cómo financiar el control adecuado de la fauna canina y felina. La sobrepoblación de éstas y otras especies, repetimos, parte de la desidia oficial al no establecer programas educativos y preventivos a fin de evitar el problema que hoy se tiene en las calles de las ciudades y en el medio rural.
Nuestros funcionarios suelen ufanarse en escenarios internacionales de que cuidamos la biodiversidad. Por su parte, las autoridades de Quintana Roo pagan sumas millonarias en viajes "promocionales" y en mensajes publicitarios en los que resaltan el paisaje, la flora y fauna de dicho estado, la herencia cultural y la hospitalidad de sus moradores. Por eso lo visitan miles de turistas provenientes de países donde existe control sobre la fauna callejera y se sanciona el maltrato a los animales. No pidamos peras al olmo: si no se respetan los derechos humanos, menos se respetará la integridad de otros animales con cero posibilidad de protestar y defenderse.
La violación a los derechos humanos implica una falta de sensibilidad por el sufrimiento de los seres vivos y una tendencia a la destrucción, de ahí que quien lastima la integridad física de otro, no importa que sea un semejante o un animal, que por cierto, en general, éste último resulta ser mucho más noble que el primero, es un individuo carente de amor y de principios éticos.
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