Gustavo Esteva
"Sepa el pueblo de México", advirtió Venustiano Carranza el 24 de septiembre de 1913, "que, terminada la lucha armada... principiará, formidable y majestuosa, la lucha social, la lucha de clases."
Las clases políticas organizan ahora algo semejante. A lo largo de 25 años prepararon cuidadosamente el escenario. Sus políticas crearon inmenso descontento en la mayoría de la población. Cuando las campañas contra López Obrador resultaron insuficientes, sembraron miedo, odio y espíritu de confrontación. Gestaron así la polarización que llevó al 3 de julio, cuando el país amaneció dividido por clases y regiones.
Esa polarización no empezó ahora, pero el loco encono entre las clases políticas la acentuó y la hizo más visible y articulada. En 1913 la confrontación de clases se desató al terminar la lucha armada. Ahora es al revés. Ante el inmenso descontento popular y la creciente capacidad de la gente de expresarse organizadamente, los poderes constituidos recurren a la fuerza.
Sostienen que realizan una operación limpia para restablecer el orden y proteger a los ciudadanos. Según el secretario de Seguridad Pública, "los elementos de la Policía Federal Preventiva que participaron en los operativos referidos [en Oaxaca] actuaron conforme a los principios constitucionales de legalidad, profesionalismo y honradez, con pleno respeto a los derechos de los manifestantes y de las personas que fueron detenidas en comisión flagrante de delito, actuando con sentido de oportunidad y prudencia, sin haberse excedido en el uso de la fuerza" (Reforma, 16/11/06).
Tres docenas de organismos civiles reportan el saldo de esa actuación durante la última semana de noviembre: cientos de heridos, 31 desaparecidos, 203 detenidos (golpeados, ilegalmente incomunicados y transferidos), ilegales cateos, acusaciones y detenciones... Aparentemente, la nueva administración decidió dar al país entero, en carne y sangre de oaxaqueños, una lección sobre su estilo de reacción ante movimientos sociales. No fueron ahora, solamente, los sicarios de Ulises. Fue el gobierno federal.
Esa amenaza cumplida se complementa ahora con otra que toma tintes de guerra civil. Se incita cotidianamente a la denuncia y la violencia. Se consagra como héroes a los vecinos que denuncian a quienes construían barricadas o a los padres que expulsan a los maestros que participaron en el movimiento. A los grupos de choque del PRI se suman ahora "vigilantes" estilo gringo de las clases medias y altas. El encono y la confrontación se manifiestan ahora hasta en el tráfico urbano.
El terrorismo busca intimidar al enemigo. El que hoy practica el Estado ha fracasado. Es cierto que mucha gente tiene miedo y algunos concejales de la APPO han debido esconderse. Pero el 28 y 29 de noviembre pasado se reunieron en un foro público y abierto 300 delegados de organismos civiles y de 14 de los 16 pueblos indios de Oaxaca (que representan dos terceras partes de la población). Hubieran sido más si no lo hubieran impedido retenes ilegales instalados en las carreteras de acceso a la ciudad. En el pronunciamiento final los asistentes señalaron:
"Los pueblos indios queremos hacer saber a la sociedad y al gobierno de Oaxaca, de México y del mundo que el enorme abuso de la fuerza pública practicado en estos días no nos intimida ni nos paraliza, como lo hemos demostrado con la realización de este foro... Estamos bajo un estado de excepción no declarado y por tanto ilegal. El hecho nos preocupa y nos lleva a actuar con extremo cuidado. Pero no nos detiene. Nuestro camino está trazado y vamos a seguir caminando por él, a nuestra manera, en nuestros tiempos y ritmos."
Dijeron algo más, que en las circunstancias resulta asombroso: "Nos pronunciamos abiertamente por la no violencia. Estamos convencidos de que es el mejor medio para conseguir fines políticos. Como decía Gandhi, es la virtud de los fuertes. Sólo los débiles tienen que recurrir a la fuerza. Porque somos los fuertes, la mayoría, nos comprometemos sin reservas con la no violencia".
Trifulca es contienda y desorden, como la que ocurrió en el Congreso de la Unión o en las calles de Oaxaca. Pero es también un aparato con tres palancas que se usa para mover los fuelles en hornos metalúrgicos. Es metáfora para el diálogo que hoy hace falta. No es el monólogo autista entre tres partidos, sino el que ha de construirse entre los actores actuales, que no se reducen al capital y el Estado, como creen las clases políticas. Tienen que incluir a la gente, que ha decidido convertirse en el protagonista principal. Escucharla es la única manera de evitar una ola incontenible de violencia.
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