Rolando Cordera Campos
El entusiasmo con el orden panista ha durado poco y los exegetas de la mano firme hacen mutis. La marcha sobre el narco no propicia sino más temor y después de la siesta de la toma de posesión, los entusiastas de la habilidad del poder para pasar tras banderas prefieren el silencio o se hacen eco de los novedosos espots que anuncian la llegada del Presidente.
Mientras tanto, todos tenemos que admitir que el dinosaurio de Tito sigue con nosotros; la sociedad duerme y amanece entre las tenazas de una desigualdad vuelta costumbre pública y el Estado se despereza cada mañana en medio de su inicua pobreza fiscal y su torpeza institucional se apodera del más bragado burócrata. Lo que se ofrece es resignación y buenas maneras, pero lo que se impone es la mala educación de los grupos dominantes que no dirigen pero insisten en mandar a cualquier costo.
La decadencia del sistema político ya no es noticia, pero la vocación por la caída económica no deja de sorprender a muchos. Por qué insistir en el estancamiento estabilizador so pretexto del respeto a una ley mal pensada no encuentra respuesta fácil ni en los corredores de Hacienda, entre otras cosas porque los herederos de Limantour saben que si algo necesita México es crecer y dar empleo pronto, en vez de rendir tributo a las pobres enseñanzas del innefable Rodrigo Rato, sin más méritos que los que le dejó su jefe Aznar a cuya obsecuencia ante la prepotencia americana debe su puesto. Obedecer al Fondo Monetario Internacional en estos tiempos de brusco cambio global y declive republicano no significa otra cosa que debilidad mental y renuncia a hacer política, precisamente lo que nunca aceptaron quienes otrora habitaron en la parte de Palacio Nacional que alojó a Don Benito y Doña Margarita en los tiempos gloriosos de la Reforma liberal a la que hoy hacen flaco honor los liberales nonatos que confunden el poder con su abuso cotidiano.
No han sido éstos, días de fiesta para México y sus clases dirigentes. Recurrir a la guerra de dichos electrónicos apenas rendida la protesta ante el Congreso de la Unión no revela sino fragilidad política y nula imaginación para ejercer el poder constituido de tan mala manera, y la tregua navideña amenaza con dejarnos antes de que suenen las campanas de la misa de gallo. La urgencia se da la mano con la emergencia y lo que sobresale es una calma chicha de la que ya nadie se atreve a culpar a Andrés Manuel López Obrador. Presagiar tormentas se ha vuelto mal chiste pero las prefectos oficiales y oficiosas parecen optar por la callada o la nostalgia, cuando no por el redescubrimiento de las virtudes del autoritarismo, encarnado por el dictador ladrón y asesino que dejó un Chile cuarteado y humillado, dividido y reprimido debajo de su indudable crecimiento económico y su envidiable vocación democrática.
Rendirle homenaje al grosero militar que traicionó a sus jefes y los mató o mandó matar, es muestra inequívoca de la decadencia moral de unos grupos propietarios que no pueden dirigir ni mandar más que con cargo a inventos majaderos y el uso ilegal de la fuerza armada. La de Chile fue una batalla librada a sangre y fuego por sus oligarquías sumisas ante el mal humor imperial y el costo de aquella gloriosa victoria todavía lo paga su pueblo que, como pudo, defendió la libertad y rinde hoy como ayer homenaje al gran patriota Salvador Allende.
Allende vive pero Pinochet no ha muerto. Es un alma en pena que anida en el corazón de sus lamentables personajes, ahora disfrazados de modernizadores y neoliberales al caer la noche. Lo malo es que aquí, tierra de refugio y techo para muchos perseguidos y oprimidos por las dictaduras de aquellos tristes días latinoamericanos, algunos se empeñen en reditar esos terribles momentos, así sea con el señuelo de las reformas que hace falta hacer o el temple que se requiere para hacer gobernable la democracia cerril que nos legó el priísmo tardío, o volver competitiva una economía fragmentada y trunca, como la que nos heredó el neoliberalismo salvaje del fin de siglo.
Los ejércitos del partido del regreso inercial, como lo llamó Gustavo Gordillo, carecen de ganas y ambición por el desarrollo, pero en su regodeo con una estabilidad imaginaria parecen dispuestos a llevar a la democracia mexicana a una pesadilla de desigualdad y desempleo similar a la que se impuso en América del Sur durante las guerras sucias libradas en defensa de la libertad del mercado y contra los comunistas y populistas de aquel tiempo. Su abuso debe cesar pronto, porque lo que se juega no es una u otra doctrina de la política económica sino la subsistencia misma de enormes capas sociales. De ese tamaño es el exceso hacendario de esta hora de la democracia bien portada.
A esta dura realidad hay que acudir para hacer bien las cuentas y poner orden en las cabezas y el corazón de quienes todavía quieren imaginar que es posible un México justo, libre y democrático. La convocatoria de la izquierda a la acción unificada a través de la alianza de sindicatos, partidos, organizaciones sociales y civiles, firmada el miércoles pasado, es tal vez el mejor regalo navideño que hubiésemos podido desear en medio de tanta mediocridad e ilusiones malogradas.
La iniciativa tiene mucho por recorrer, probar y arriesgar, pero su novedad radica en su necesidad y adquiere valor a medida que tomamos nota de la pobreza de miras y el mensaje de rendición ante el subdesarrollo resumido en el presupuesto de egresos propuesto por el gobierno en su estreno. De que hay que virar y buscar otro rumbo no hay duda. Ojalá y pronto nos demos cuenta de que en hacerlo nos va lo mejor de nuestras vidas.
Auguri, para todos y todas, siempre y cuando no caigamos en el engaño de la forma y el legalismo y asumamos una realidad agresiva y contrahecha como la que nos dejó el espejismo aldeano del foxismo y nos quiere vender edulcorada un nuevo gobierno presa de sus espectros de ilegitimidad y sumisión ante los poderosos que cobran mucho y demasiado temprano. Antes de que anochezca vale la pena soñar con un amanecer como el de las grandes alamedas que propuso Allende a su heroico pueblo. El que sigue ahí y también aquí.
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