Adolfo Pérez Esquivel *
Buenos Aires. La república está en terapia intensiva; viene sufriendo desde hace tiempo la fractura del pensamiento, de los valores éticos, sociales y culturales, y esto daña profundamente la vida, el desarrollo del pueblo, la democracia y afecta la vigencia de los derechos humanos.
La violencia se ha enquistado en la vida cotidiana y es triste ver a trabajadores enfrentados entre sí. Los acontecimientos ocurridos en octubre pasado en San Vicente durante el traslado de los restos de Juan Domingo Perón son un emergente del fuerte deterioro social.
La violencia nace de los miedos y de la falta de seguridad en sí mismo y en los sectores sociales, políticos y culturales, pero también del desconcierto y la falta de objetivos claros y de los mecanismos del poder dominación, que quieren imponer la violencia como el único camino posible a transitar para cambiar las cosas.
Muchas veces he señalado que es necesario "desarmar la razón armada", las conciencias armadas que creen que la violencia es la solución a los problemas. Es necesario derribar los muros de la intolerancia. Los ejemplos son muchos en un mundo plagado de guerras, conflictos armados, tensiones sociales, políticas, económicas, ideológicas y religiosas. Y no son las únicas formas de violencia. Existen otras más silenciosas y crueles que afectan a la humanidad como el hambre, el aumento de la pobreza, la destrucción del medio ambiente, la explotación de niños, entre otras formas de sometimiento, la concentración de la riqueza en pocas manos, la discriminación, los problemas raciales y culturales que sufren los pueblos. Miremos a nuestro país, jaqueado, violentado y tenso como si hubiese perdido el rumbo.
Tengamos presente que toda sociedad es el resultado de quienes la componen, y si hacemos un breve análisis los indicadores son preocupantes. Los dirigentes sindicales necesitan urgentemente ser llevados al sillón del siquiatra, confunden objetivos, roles, se suman a enfrentamientos estériles que nada construyen. Tanto la CGTcomo la UOCRA, y el triste espectáculo violento con gente armada, destrucción del mausoleo donde descansarán (si los dejan,) los restos de Perón y Evita, que empañó un acto histórico y puso en evidencia la intolerancia, el afán de protagonismo y la falta de responsabilidad de los dirigentes sindicales.
En la Provincia de Misiones, durante la campaña por la reforma constitucional provincial y la elección de los constituyentes, personeros del gobernador Rovira quemaron dos iglesias y amenazaron a la población que se oponía a su relección. La represión desatada en Salta y otras provincias contra los pueblos indígenas.
Lo curioso de este aquelarre es que todos se dicen peronistas. Y es casi surrealista esa incapacidad de poder llegar a consensos y unir fuerzas en un país que se encuentra con serias dificultades. Los que han provocado hechos de violencia le hacen un triste favor a un movimiento popular que marcó la vida del país.
Pero las cosas no terminan en los sindicatos; la violencia se ha instalado en los estadios de futbol. Un espectáculo popular que debiera ser para pasar momentos de alegría y esparcimiento deportivo, se ha transformado en lugar de agresión y pugilato, y destrucción de las instalaciones. Grupos de los barrabravas descargan todas sus broncas y frustraciones en los estadios. La violencia se ha instalado en la vida cotidiana, en las familias, entre parejas, de padres a hijos, hijos hacia sus padres. Y pareciera que no se puede controlar ni superar esa violencia.
Insisto, y no me canso de repetir que hay estudios sociológicos que señalan, que un niño desde los cuatro años hasta ya adolescente, ve por la televisión más de 40 mil escenas de violencia. Hasta los dibujos animados para los niños están cargados de una cultura de la violencia.
La libertad y la paz comienzan por el derecho del prójimo. Si no existe la capacidad de diálogo y de respeto mutuo, de aceptar la diversidad, es imposible construir una sociedad más justa y fraterna para todos. Quienes recurren a la violencia, como práctica y no buscan resolver los conflictos a través de la razón, el diálogo y el derecho de cada uno y de los pueblos, terminan siendo esclavos del poder de dominación y sujetos a una espiral de mayor violencia, que les impide encontrar caminos para resolver los conflictos.
Es necesario analizar y generar políticas públicas y sociales para revertir la grave situación que viven nuestras sociedades, cada día más masificadas y donde se agudizan las pérdidas de las identidades y valores. Sociedades dominadas por el pensamiento único.
No creo que el auge de la violencia sea casual, y que nos está llevando a la fragmentación y enfrentamiento social. Hay políticas dirigidas y estimuladas por diversos sectores políticos y económicos que es necesario analizar.
La educación es el eje fundamental para revertir la cultura de la violencia hacia la cultura de la Paz, y el fortalecimiento social y cultural. Las Naciones Unidas y la UNESCO han proclamado la Década de la Cultura de Paz y la No-Violencia para los niños del mundo.
Poco se ha hecho en esa dirección, en los niveles docentes, en los medios de comunicación y fundamentalmente en las familias.
En un encuentro de premios Nobel, de todas las disciplinas, sobre la educación superior, en la Universidad Politécnica de Barcelona, José Saramago dijo que: "La escuela no educa, instruye, quien educa es la familia". Muchos padres derivan la educación de sus hijos en la escuela y no reparan en los medios de comunicación y sus efectos en su formación. Los comportamientos personales y colectivos de los jóvenes tienen que ver con lo que reciben. "El árbol se conoce por sus frutos."
* Premio Nobel de la Paz 1980
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