De Blogotitlán
Por Bernardo Bátiz V.
El presidente que desde Los Pinos esta intentando "legitimarse en ejercicio" estuvo presente en Nicaragua en la protesta de Daniel Ortega como presidente de ese país centroamericano, y aun cuando tuvo que conformarse con una tercera o cuarta fila y mantenerse callado y alejado de los reflectores durante la ceremonia, seguramente no dejó de envidiar en silencio el contraste entre el acto similar mediante el cual asumió el poder y el que sirvió de escenario para que el antiguo comandante guerrillero rindiera su protesta.
Todos recordamos el acto atropellado y la entrada clandestina de Felipe Calderón al recinto del Congreso, y él mismo debió de pensar, mientras era espectador en la protesta de Ortega, en la diferencia que hay entre asumir el poder apoyado por la astucia que usa de pasadizos semisecretos y la fuerza de los ayudantes del Estado Mayor Presidencial y la tranquila y hasta medio informal ceremonia en el caso de su colega nicaragüense. La diferencia se deriva de que Ortega, mal que bien, llega por segunda vez al poder mediante una elección reñida, pero con resultados claros y aceptados por la opinión pública, en tanto que Calderón llegó por una elección totalmente desaseada, en la que imperó el uso indebido de grandes recursos y alteraciones diversas, que sólo podían haber producido dos resultados legales posibles: la nulidad o el reconocimiento de su contrincante; de existir un tribunal electoral con agallas para enfrentarse al statu quo, lo último debió suceder.
Al margen de estas reflexiones, hay otra que viene a la mente: Calderón, aprovechando la coyuntura y al clásico estilo de Fox, pretende quedar bien con el auditorio al que habla, y así protesta la integración de México a Latinoamérica, pero aclara inmediatamente, por voz de su secretaria de Relaciones Exteriores, que los vínculos con Washington seguirán inalterables.
Lo cierto es que la repentina fe latinoamericanista es sólo de coyuntura y de dientes para afuera. Ni este presidente ni sus antecesores del PRI y del PAN, han tenido ni tienen la menor intención de buscar la solidaridad y la integración con los demás países de habla hispana en nuestro continente. Para buscar un trato de dignidad e igualdad, y principalmente de independencia, frente a Estados Unidos, se requiere mucho más que un triunfo impugnado y una total falta de liderazgo popular. Desde un gobierno tildado de ilegítimo, apoyado en la presencia militar y en los medios comerciales de comunicación, no tiene, quien declara, ni credibilidad ni autoridad moral para una declaración como la que hizo.
Nuestro verdadero problema de seguridad nacional no son las bandas de narcotraficantes, que bien pueden ser controladas y sometidas con una estrategia adecuada; nuestro problema verdadero es la debilidad y la falta de gallardía frente al vecino prepotente.
Si Felipe Calderón pretendiera en verdad plantarse en una actitud digna, de autonomía y liderazgo internacional, tendría que volver al principio de doctrina de su partido, por ahora archivado en el cajón más olvidado de su escritorio, que en el capítulo de política internacional, en lenguaje sin duda inspirado en ideas de Vasconcelos, sostenía: "El desarrollo interno de México, su verdadera independencia y su colaboración eficaz en la comunidad internacional, dependen fundamentalmente de una celosa conservación de la peculiar personalidad que nuestra nación tiene como pueblo iberoamericano, producto de unificación racial y ligado esencialmente a la gran comunidad de historia y de cultura que forman las naciones hispánicas".
Pero lamentablemente este principio del documento fundacional de Acción Nacional ya no lo piensan ni Calderón, que lo recita sin poder hacerlo efectivo, ni su secretaria Patricia Espinoza, que lo matiza, ni mucho menos los verdaderos dueños actuales del partido de la derecha, los empresarios, quienes por voz de Jorge Ocejo, senador panista, en una entrevista y ante la acción de otro presidente latinoamericano, Hugo Chávez, salen no en defensa de los pueblos hermanos sino de los empresarios posiblemente afectados por la acción reivindicatoria, y a quienes aconsejan acudir a instancias internacionales.
¿Quién puede creer en un discurso de ocasión, cuando inmediatamente es aclarado por una subordinada y se contradice por la influyente posición de un senador empresario y servicial?
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